Uno de los mayores logros de la humanidad ha sido la notable reducción de la pobreza extrema. Desde 1980, cuando el 42% de la población vivía con menos de 2.15 dólares al día, hemos pasado a un 8.5%, según Banco Mundial.
El número de personas en esta situación ha disminuido de casi 2.000 millones a 700 millones en 45 años. Este progreso se atribuye al crecimiento económico en Asia, la globalización, el comercio global, mejoras en la alfabetización, educación y salud, programas de transferencias de efectivo y la paz.
Sin embargo, a pesar de estos avances, la meta de pobreza cero en 2030 aún está lejos. Su reducción se ha estancado debido a la frágil recuperación global tras las crisis de 2020, el impacto del cambio climático en las poblaciones vulnerables y la creciente desigualdad que impide un progreso económico inclusivo.
Se observa una "desaceleración sin precedentes" en el desarrollo humano, con aproximadamente 3.500 millones de personas (casi la mitad de la población mundial) viviendo con menos de 7 dólares al día.
La pobreza no es solo monetaria, sino multidimensional, manifestándose en la falta de acceso a servicios esenciales como salud, educación, vivienda, empleo y pensiones.
Cifras alarmantes indican que 828 millones de personas en el mundo carecen de saneamiento, 886 millones no tienen vivienda y casi 1.000 millones carecen de combustible para cocinar.
En América Latina, la pobreza multidimensional afecta al 9.5% de la población (53 millones de personas). Una privación adicional en la región (y en el mundo) es la falta de acceso a servicios financieros y recursos económicos que permiten emprender, superar imprevistos a través del ahorro, el crédito o los seguros.
La Fundación Microfinanzas BBVA, desde 2007, ha apoyado a más de 7 millones de emprendedores en situación de vulnerabilidad y desembolsado 22 mil millones de dólares en créditos en América Latina. Casi la mitad salen de la pobreza después de tres ciclos de crédito, junto con acompañamiento y formación.
En cuanto al progreso global en la inclusión financiera, el informe Global Findex 2025 del Banco Mundial indica que el 75% de la población adulta en países en desarrollo tiene una cuenta bancaria, y la brecha de género se ha reducido a cuatro puntos porcentuales (el 77% de las mujeres a nivel mundial posee una cuenta).
La tecnología digital ha sido un factor clave en esta transformación, facilitando el acceso a cuentas de dinero electrónico y sistemas de pagos digitales. Según este mismo documento, el 61% de los adultos ya realiza pagos digitales, lo que mejora su capacidad de ahorro y salud financiera, haciéndolos menos vulnerables a recaer en la pobreza.
Por otro lado, la digitalización de las transferencias gubernamentales y el fomento del ahorro formal son mecanismos probados que aumentan la resiliencia económica de los hogares vulnerables y mitigan las pérdidas de fondos que se destinan a la asistencia social.
A pesar de estos avances, todavía existen 1.300 millones de adultos sin cuentas bancarias. En 2024, solo el 24% de los adultos en economías en desarrollo reportó haber pedido prestado formalmente, mientras que el 35% aún recurre a fuentes informales como familiares o amigos que suelen ser insuficientes y poco confiables.
Esto indica que las necesidades de financiación de una parte considerable de la población aún no están completamente satisfechas.
Es fundamental pasar de un enfoque centrado en el acceso a una cuenta a garantizar su uso activo, fomentando la confianza y la protección para asegurar la resiliencia financiera de la población más vulnerable.
Las entidades financieras tenemos una gran responsabilidad en promover el uso y mejorar la salud financiera del 75% de las personas más pobres que aún están fuera del sistema.
Como personas, tenemos la oportunidad y obligación de hacer que la pobreza sea cosa del pasado y de trabajar por la inclusión y la creación de oportunidades para todos.
*** Laura Fernández Lord es responsable de Equidad, Sostenibilidad e Inclusión de Fundación Microfinanzas BBVA.