Antonio Casado Poyales (i) y José María San Román Cutanda (d).
"Temprano levantó la muerte el vuelo. Temprano madrugó la madrugada". Miguel Hernández.
Escribo desde el dolor, desde el lamento más sincero por la muerte de quien ha sido para mí un referente y un amigo de verdad. Ha muerto, demasiado pronto y demasiado joven, Antonio Casado Poyales. Las quimeras de la Providencia me son hoy más ajenas que nunca, pues no alcanzo a comprender desde mi mente humana cuál es el sentido de perder de mi lado tan joven a mi amigo Antonio Casado. El dolor de su partida me recuerda los versos de Miguel Hernández a Ramón Sijé, en el contexto de una profunda y sincera amistad que iba más allá de una mera coincidencia vital y de un común sentir intelectual.
Antonio Casado ha sido uno de los referentes más importantes para Toledo en materia cultural e intelectual. Pocas personas tuvieron como él una visión tan panorámica de lo que es la realidad de una ciudad necesitada de nuevos autores que hablen de toledanismo antes que de cualquier otra cosa. Su vida, personal y profesional, académica y social, ha sido un continuo devenir de fructíferas aportaciones que han contribuido a hacer de nuestra "peñascosa pesadumbre" un lugar mucho mejor, en el que ser ciudadano y ser turista, ser intelectual y ser aficionado, fuesen condiciones todas ellas sine qua non para construir una merecida Arcadia tejida de sinergias comunes. Porque la vida de Antonio se basó en dos grandes pilares: construir y conciliar.
Hace bastantes años que nos conocemos. Primero, por la vecindad que nos separaba tan solo cien metros. Y porque en la confitería de su familia, tan cercana a mi casa, los últimos niños del Casco hicimos las delicias de maravillosos dulces que eran premio a las buenas notas del colegio o a los días más especiales de nuestra infancia. Pero, sobre todo, porque la vida cultural toledana me llevó a conocer a Antonio de cerca, tal y como era, y me regaló la maravillosa oportunidad de conversar con alguien con quien coincidí en tantas cosas. Porque Antonio, antes que nada, era una persona conciliadora y predispuesta a crear, a construir, a dejarse la piel defendiendo a la ciudad que tanto amaba, más allá de los innecesarios topicazos monopolistas que eran tan lejanos a su criterio.
La Providencia, como digo, trajo a Antonio a mi vida. Y, gracias a esta feliz circunstancia, trazamos una amistad que se ha prolongado hasta el día mismo de su muerte. Fueron muchas las conversaciones, las confidencias y los momentos de felicidad que pudimos vivir. Y también fueron muchos los puntos en común que nos unieron a nivel intelectual, entre cuyas bambalinas pude conocer a una persona verdaderamente culta, sabia desde la sencillez, divertida desde la finura, cercana desde un nivel intelectual que, con muchísimo, me superaba. Antonio ha sido para mí un referente imposible de reemplazar. Y, sobre todo, ha sido un amigo al que voy a echar muchísimo de menos cada día cuando pasee por Zocodover, cuando transite por Barrio Rey, cuando necesite de un consejo desde el corazón. Mi corazón y el ímpetu de mi juventud han quedado huérfanos con su marcha. Porque Antonio, además de construir, de esforzarse incansablemente, de trabajar con ahínco y dedicación, fue una de esas personas que llenó los lugares donde estaba. Fue esa la razón por la que la vida cultural toledana contó con él para tantas nobles y quijotescas empresas. Así, fue miembro, entre otras muchas entidades, de la directiva de la asociación Urbs Regia, y Numerario de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, de la Cofradía Internacional de Investigadores y de la Sociedad Toledana de Estudios Heráldicos y Genealógicos. En esta última fue un puntal muy importante para mi labor como presidente, siendo su consejo muy importante entre intelectuales de tal categoría que superan con mucho mis capacidades.
Más allá de sus publicaciones, de sus trabajos y de su quijotesco hacer por Toledo y todo lo que le concernía, Antonio fue un ejemplo de vida. Porque para Antonio vivir era una forma de recordar que cada amanecer es un regalo que se nos brinda. Y lo comprobé, entre tantas cosas, a través de una afición que nos unía, que era la gastronomía. Era raro el día en el que no me recordaba alguna fecha, alguna efeméride o algo interesante sobre Toledo o sobre su queridísima cultura clásica. Pero más rara era la semana en la que no me mandaba por WhatsApp una foto de algún plato interesante, de alguna bebida curiosa o de alguna receta que después publicaba en su carpeta "Galgueando" de Facebook. Y siempre, con una frase que me queda en el corazón: “a la salud de los amigos”. Porque Antonio era mi amigo. Y yo tuve el inmenso honor de contarme entre sus amigos, entre esa selecta pléyade de personas con las que compartía lo que era en puridad. Y Antonio era muy selecto en sus amistades, aunque tuviese tan buena relación con tantísima gente. Hace apenas un día que intercambiamos un mensaje por WhatsApp sobre asuntos de la Sociedad Heráldica, en la que con tanta ilusión ingresó el pasado dieciséis de mayo. Porque murió trabajando, 'con las botas puestas', y siempre abierto hasta el corazón en todo lo que hacía. Porque, ante todo, era un hombre muy generoso. Por ello debe ser también un ejemplo, porque entregó buena parte de su vida a dar lo mucho y lo mejor de sus conocimientos, demostrando a quienes 'todo lo guardan' que la sabiduría es más cuanto más se comparte. ¡Qué generoso era!
Antes de terminar, quiero contar una anécdota que demuestra lo que ha sido nuestro querido Antonio. El pasado dos de julio, día de su cumpleaños, desde la Sociedad Toledana de Estudios Heráldicos y Genealógicos organizamos una visita a la Guardia Real. Aunque fuera su día, quiso venir con nosotros. Y pudimos comer juntos y departir en amistad como siempre habíamos hecho. Como sabíamos de la importancia de ese día, preparamos una tarta y una vela para celebrar con él, lo cual le sorprendió y le sacó una gran sonrisa. Pienso que, con poco, le hicimos muy feliz en su última 'vuelta al Sol'. Porque Antonio, ante todo, era una persona que disfrutaba con la sencillez. Nada le fue ajeno para entresacarle una sonrisa sincera o un comentario inteligente. Y aquel día fue muy feliz celebrando su cumpleaños. De hecho, nos dijo: "Ojalá muchos años así, rodeado de buenos amigos".
Hoy, recuerdo con Mayte, su viuda; con Margarita, su madre; con su hermano, Javier; y con su cuñada, Noemí, un versículo del capítulo veintidós del Evangelio de San Mateo: "Estad alerta, pues no sabéis en qué día vendrá el Señor". Quizá aquí se encuentre el gran mensaje de su vida: vivir y trabajar por lo que se ama es una feliz necesidad. Y cada uno seremos demandados según los dones que hayamos recibido. En su haber, los dones han sido multiplicados setenta veces siete. Y su bonhomía personal ha sido una bandera vital que, sin duda, merecerá el mejor de los asientos ante quien es "paz verdadera y caridad indivisible", como reza nuestro Venerable Rito Hispano-Mozárabe, a cuya Comunidad estoy convencido de que pertenecía por su genealogía.
Te voy a echar mucho de menos, Antonio. No sabes cuánto. Echaré de menos tu amistad, tu consejo y tu vivacidad. Y también esa socarronería tan propia de ti, esa que tus amigos siempre hemos celebrado de tu presencia con nosotros. Te recordaré en la oración, en el trabajo académico. Y también, con un buen vino en la mano, "a la salud de los amigos", como tú siempre decías. Porque tú has sido y serás siempre mi amigo. Hasta la Eternidad, solo me queda darte las gracias por todo y por tanto. Y también, recordarte que en mí tendrás siempre un amigo, un compañero y un peregrino de tu ejemplo. Solo te pido, allá donde estés, que no permitas que tu fotografía se haga amarilla en mi recuerdo. Sin ti, sin tu refuerzo, sin tu compañía, seré siempre un poco menos de lo que soy.
Descansa en Paz, Antonio, y acuérdate mucho de nosotros.
José María San Román Cutanda es abogado, presidente de la Sociedad Toledana de Estudios Heráldicos y Genealógicos, miembro de distintas academias y cofradías, cronista oficial de la villa de Layos (Toledo), conferenciante y articulista.