España es una torrentera de luces de Navidad que nacen en Madrid y mueren en el último pueblo de la costa. Siguiéndolas desde el cielo puede aventurarse la venida del Mesías o el camino del Corte Inglés. Lo cierto es que el personal ha salido este puente como si no hubiera mañana y ha ido caminito del portal que no fuera el de su casa. Así calmamos los agobios y la mala conciencia. España ni se rompe ni se deshace; si acaso, se ilumina. Puigdemont nace en un pesebre y venimos a traerle oro, incienso y barretina. Los pastores cantan y bailan pero no llevan ovejas porque las sacrificaron en la viruela ovina. Llevan una longaniza de Casa Mazo y se dan con un canto en los dientes. Pero España está en la calle, Sánchez en la Moncloa y Letizia… quién sabe dónde está la reina. Los bulos han vuelto a hacer de las suyas y Felipe VI se ha ido a Argentina para aprender de Milei. Cuidado, Majestad, que van por usted. Este sí que es el último muro que nos aparta del populismo.

Mientras tanto, la gente canta y las nubes se levantan. España se deshace pero no lo parece. De hecho, está más unida que nunca pues todos hacemos las mismas cosas al mismo tiempo en todos los sitios. Toledo este fin de semana no se podía pasar; Ciudad Real, tampoco… Cualquiera de las grandes ciudades de la región ha recibido un reguero infinito de visitantes. También los núcleos rurales, que han vuelto a demostrar músculo. Igual que Page, que parece solo y apartado, pero no se calla. Hace más Emiliano por el antisanchismo que cualquier asalto a sedes. Las sedes son pesebres donde nace la amnistía este año. Pumpido la bautiza con agua bendita de las togas y el polvo del camino. El día que vuelva Puigdemont hay que hacer fiesta grande y sacar los toros a la calle. Embolados, por supuesto. Como el que nos ha metido Sánchez. Pedro me recuerda a aquel torero que fue a casarse y dijo no a última hora. No se fíe de quien no le mire a los ojos y le dé la mano blanda y fría.

Las luces de Navidad son la música del alma y la sinfonía de la vida. Oscurecemos el vientre y la bilis que nos habita y nos volvemos todos buenos y beatíficos. A mí me gusta la Navidad. Qué paz, qué amor… Y ¡Qué bello es vivir!, Frank Capra y el sueño americano, que es el único que nos queda en esta socialdemocracia vieja. Feijóo y los suyos van de labradores este año haciendo banderas por los rincones. Vox asalta el portal, pero el niño ya se ha marchado. A Alemania, concretamente, donde Sánchez ha vuelto a advertir contra la ultraderecha. Al final, le va a funcionar el monstruo y lo va a crear de verdad. Con el problema de que se le dará la vuelta cuando menos se lo espere. Los de Podemos se han ido del portal y han dejado la luz sin pagar. Tiembla el misterio de las votaciones y Yolanda Díaz se vuelve más rubia para ser la Virgen María, ahora que se ha ido Nadia Calviño. San José son los sindicatos, pero están con el convenio de la madera, la semana de cuatro días y pelando langostinos.

España va a celebrar la Navidad de toda la vida, como siempre, con discurso del rey si no sale Sánchez entremedias. Ya dije un día que Pedro quería ser infanta y se rieron de mí. Ahora es superventas y escribe libros que ni cuando la tesis. Vivan los negros y las negras, pues yo fui uno de ellos toda la vida. Hay carrera por desbancar a Vigo de su poltrona navideña. Toledo casi lo consigue y Ciudad Real está en ello. Tiene el tercer árbol más grande de España. La Península aguanta lo que le echen y aunque no siente bien, sigue siendo cristiana. Menos mal que tenemos un Papa comunista al que le perdonan todo. La mula y el buey son de Greenpeace y van por horas al portal en cumplimiento de la ley de bienestar animal. Los peces en el río beben el trasvase y España se queda sin agua, sin leyes, sin nada. Pero con luces, muchas luces. Las eléctricas sí que saben. Como dice mi amiga Eva, a quien no le guste la Navidad, es que es un amargado de la vida.