Javier Rodríguez, director de Comunicación de Eurocaja Rural, se ha jubilado este año entre el reconocimiento unánime de los compañeros de profesión. La comida navideña de la institución sirvió de despedida para quien ha sido durante varias décadas el alma máter de las relaciones de la entidad con los medios de comunicación. Un crack, una figura, un portento, un personaje excepcional que será muy difícil repetir. Tengo el inconveniente a la hora de escribir que es amigo mío y eso ya turba quizá en demasía los renglones. Pero por eso mismo lo digo, para desnudarme con honestidad ante el lector. Rodríguez es el caso paradigmático de cómo una relación profesional termina convirtiéndose en otra de amistad, cariño, afecto y reconocimiento mutuo. El otro día en la comida, cuando el presidente Javier López dijo que Rodríguez había ingresado en la caja allá por 1979, pensé que yo entonces tenía tres años. Y a la vez, qué importante había sido este tío en mi vida andado el tiempo. Rodríguez en vena, Rodríguez en la cabeza, Rodríguez en alma. Entre su pueblo toledano de Carmena y el cielo; ahí está su sitio, que es el de la excelencia.

Conocí a Rodríguez el mismo día que a Isabelita Barrio, otra de las grandes de la prensa toledana y directora de comunicación de Beatriz Hoteles. Fue mi actual jefe, Óscar San Martín, quien me presentó a ambos en unas jornadas del marisco que organizaba el hotel. Estaba yo recién llegado a Toledo y me dijo San Martín al oído: "Empápate de estos dos, que te abrirán todas las puertas que quieras". Y así lo hice, con el resultado de que ambos son mis amigos y dos de los grandes profesionales de los dircom que he conocido en mi carrera. La utilidad de los jefes de comunicación es muy discutible para muchos periodistas, que estamos de este lado de acá en la trinchera. Pero cuando se hacen las cosas con profesionalidad y respeto, la relación no tiene por qué ser mala, sino al revés, excelente. Es el caso de estos dos gigantes. Isabelita se convirtió en amiga y confidente y Rodríguez, en un árbol frondoso de exuberante sombra. Las cosas que yo he vivido con él para nosotros quedan, pero puedo decir que su nobleza es tan clara como la voz de tiple con que adorna cada Viernes Santo el canto de la Sentencia en Carmena.

Es listo como pocos, sibilino, rápido y audaz. Antes de que abras la boca, ya sabes lo que quieres y necesitas. Con él he llegado a la complicidad de que con una mirada basta para saber lo que pensamos. Y su agilidad mental, verbo y destreza social, únicas. Lo que yo he visto hacer a Rodríguez en cuestiones de protocolo, driblando egos y conciliando intereses y voluntades, se lo he visto a pocos. Es torero fino, de cintura aguda y talle largo. Maneja las dos manos con soltura y jamás dejará una faena a medias. Mitad monje, mitad soldado, demuestra que el cargo es la persona y la caja sabe que ha contado con el más fiel y eficiente aliado. Víctor Manuel Martín, el director general, ha demostrado una generosidad y talla humana con él fuera de lo común. Como su padre, Rafael, sigue la senda de la nobleza y caballerosidad de los Martín Molero. Y esa es la dicha más grande que una institución puede tener, el valor de sus personas.

Se va Rodríguez y nos deja un agujero en el alma, una pena contrita y mil cerros de plancha sin resolver. Ya los iremos bajando conforme pasen los días. Se queda Miguel Ángel Escalante, que ha tenido al mejor maestro posible en la escuela de la vida y el trabajo. Su disposición es excelente y su brillo, fuera de toda duda. Tiene la misión de preservar las buenas relaciones de Eurocaja con los medios y las instituciones y su inteligencia y destreza lo conseguirán. Ahora Rodríguez se subirá al tractor y se pondrá a arar las tierras de Carmena, esas que peina el viento donde vino al mundo. Puedo decir que me considero medio carmenero por él, porque abrió las puertas de su casa y su vida. En la cuadra, hemos cantado, reído y llorado. Me presentó a su tío Santi Castellanos, al final de sus años, y entró como un ciclón en mi vida. Toledo, ay mi Toledo, la voz más firme de los sesenta y el amigo de los cantantes que hizo ricos y famosos. El artisteo le debe una a Santi Castellanos.

Javier, cuidarás de Paloma y sus ojos igual que siempre hiciste las cosas en la vida, con amor, delicadeza y mimo, con esas manos tuyas que igual saben hacer unas migas que proteger la rosa. Vestirás la túnica de morao cada Semana Santa y cantarás la Sentencia entre el cielo y Carmena, con la añosa garganta ajada por el tiempo y, sin embargo, tan joven, tan dulce, tan serena y firme. En esto se nota que eres sobrino de Santi. Y como Perales, coge el velero y ponte a navegar, sin olvidar nunca jamás las gaviotas que batimos las alas en tu vida.