El CSIF, un sindicato enfocado hacia la función pública, ha denunciado hace unos días el mayor problema que desde hace años agobia y condiciona el trabajo de los docentes. Maestros y profesores ocupan una parte sustancial y a veces mayoritaria de su tiempo en tareas burocráticas. En la teoría son trabajos previos a la labor en el aula y enfocados exclusivamente a la mejora de la práctica docente y a la calidad de lo que se transmite a los alumnos. En la práctica, una serie de cargas burocráticas que solo sirven elaborar unos documentos perfectamente prescindibles.

Uno, como tantos maestros y profesores, ha tenido la suerte de ejercer de una profesión en la que pocas veces dentro del aula se sintió como si realizara uno de esos trabajos en los que la gente se pasa mirando la hora para olvidarlo. A veces, incluso me sentí un privilegiado porque me pagaran por ello, aunque es verdad también que no faltaran desazones y desalientos en el camino ante actitudes que cualquiera que haya pasado por una clase de adolescentes ha sufrido. Eso lo daba uno por inevitable y asumía que iba incluido en el sueldo. Otra cosa era fuera del aula. Y es que, cualquiera que haya vivido en una escuela desde los años de la Transición para acá sabe de lo que hablo. 

¿Hay algún país europeo que en cuarenta años haya aprobado tal cantidad de leyes educativas, normas, códigos, desarrollos… en fin, lo que ustedes quieran meter en ese saco, que en España? Sólo para conocer esa legislación cambiante el docente en ejercicio ha tenido que hacer un esfuerzo que no se lo deseo a ningún otro colectivo.

Pero es que además, toda esa avalancha normativa, ha ido acompañada del crecimiento desmesurado de los que desde fuera del aula, muchas veces verdaderos desertores de la tiza, imponen criterios y formas de actuación que en su inmensa mayoría están fuera de la realidad de cada día. Esa legión de pedagogos y teóricos de la Educación, trufados en políticos, que llenan despachos en direcciones, delegaciones e inspecciones y que no hacen otra cosa que generar papeles para justificar su puesto de trabajo.

Por eso comprendo a los maestros y profesores jóvenes o veteranos que se sienten frustrados ante la avalancha de papeles a rellenar, ya no solo a principio de curso, sino a lo largo de él, el rosario de reuniones inútiles y en definitiva, cuando viven la burocracia de toda la vida, imponiéndose sobre lo que verdaderamente importa que es el trabajo directo de un maestro con sus alumnos. 

Uno siente de verdad, por lo que cuentan desde el CSIF, aunque sea en periodo electoral sindical, que el problema de la burocratización de la enseñanza en escuelas e institutos no mejore, e incluso vaya a peor. No hay manera.