El nuevo comisario jefe provincial de la Policía Nacional de Cuenca, José Luis Serrano, ha traído unas estadísticas de criminalidad que señalan a la provincia y los conquenses, como unos de los españoles que disfrutan de un menor índice de criminalidad de toda España.

En España, antes de que con el turismo llegaran los bikinis en las playas y los eslóganes publicitarios como el de España es diferente, no había pueblo, provincia o región que no arrastrara un sambenito, casi siempre negativo, irónico o malvado, sobre sus pecados capitales o los de sus habitantes. A Cuenca y a su provincia, tras los sucesos a principios del siglo pasado de Osa de la Vega, le tocó durante muchos arrastrar el de “provincia del crimen”, algo que uno, afortunadamente, siente que las nuevas generaciones no son muy proclives a mantener, sea porque los tiempos cambian y la crónica de sucesos ya no marca a nadie, o sea porque simplemente el ser humano, a pesar de todo, ha evolucionado en algunos aspectos para bien.

Si uno dice hoy la provincia del crimen, afortunadamente hay muy pocos que sepan a qué provincia se refiere, y lo del crimen de Cuenca no deja de ser algo que a todo el mundo le suena pero que pocos conocen. Pilar Miró hizo mucho por poner las cosas en su sitio al contar en el cine de la España de la Transición lo que fue en realidad un mal ejemplo de escándalo judicial.

Juan Fuentes López, un investigador de Osa de la Vega que va ya por el tomo octavo publicado sobre todo lo que se movió durante muchos años alrededor del suceso, lo califica como el mayor escándalo del siglo XX. Nada fue igual tras el crimen de Cuenca en la justicia española y en un Código de Justicia que ha arrastrado hace unos pocos años algunas de las consecuencias negativas de legislar en caliente. León Sánchez y Gregorio Valero fueron nuestros Dreyfus particulares, pero desgraciadamente nunca tuvieron un Emile Zola para gritar desde la primera página del ABC ese Yo acuso que conmocionó a Francia y puso un hito en el periodismo y la literatura de combate.

Nosotros nos quedamos en una maraña judicial que lleva años desenredando Juan Fuentes y en una película en la que unos cuantos espadones fuera de época se empeñaron en hacerle la mejor de las publicidades a su directora, Pilar Miró.

Ahora, todo lo más, el crimen  de Cuenca es una película para pasar en Cine de Barrio un domingo, y la provincia, una plaza con inmejorable estadística de criminalidad a la que los comisarios de la Policía Nacional vienen como si nunca aquí hubiera un crimen famoso de aquellos que se cantaban en las coplas del ciego.