No soy un gastrónomo. El primer obstáculo para serlo es que me “rescuece” el precio de un menú en un establecimiento de alta cocina. El rescozor o roñosería gastronómica es algo que llevo marcado a fuego y que me impide disfrutar del momento cuando alguna vez, casi siempre invitado, he tenido que pasar por una mesa con estrellas Michelín o soles Repsol. Arrastra uno un complejo de culpabilidad que asocio al sentimiento que siempre me asalta de estar por encima de mis posibilidades económicas. Un día es un día, se dice siempre uno para aplacar la mala conciencia de una necesidad básica convertida en un lujo y en una nueva forma de ostentación. Cualquiera adivinará que, si fuera por mí, esos restaurantes, frecuentados cada vez más por gente de mi mismo espectro social y económico, tendrían muy poco futuro.

Y sin embargo, yo me alegro de que cada día que pasa hay más restaurantes de este tipo en España, en mi región y en la comarca donde vivo, porque eso significa que cada vez existe un número mayor personas con la capacidad de pagar, y disfrutar a la vez, de una forma habitual de esos establecimientos y su éxito es cada vez mayor.

Yo no frecuento los campos de golf o los puertos deportivos pero tengo claro que instalaciones de ese tipo generan riqueza y atraen un turismo de calidad, que es algo por lo que suspiramos en España desde los años sesenta y ya se vio donde estaba el verdadero valor añadido a la playa y al sol. Un restaurante con estrellas, de esos que trabajan con listas de espera, son una bendición, la mejor muestra de que a pesar de todo la vida sigue hacia adelante y  cada vez la inmensa mayoría vive mejor y sabe disfrutar de ella. Hace solo veinte años la lluvia de estrellas Michelín actual en CLM, desperdigada a veces por localidades insospechadas resultaría un relato de ciencia ficción. Si eso es posible, es porque a pesar de todo lo que se diga, el nivel de  vida, aunque solo sea el que la gente joven se exige a sí misma, está muy por encima del de hace unos años.

Claro, que para algunos, cuestión de edad, de educación, de experiencia, lo de la gastronomía de alta calidad, soles y estrellas ha llegado un poco tarde. Es difícil disimular la incomodidad de sentirse fuera de lugar o con el rescozor que vendrá tras la cuenta, aunque pague otro. Eso sí, vengan Cerdeño, Maldonado, michelines y repsoles que es una buena señal para todos. También para los que solo nos hace falta un buen cocido o un potaje de Cuaresma para hablar un rato de comer bien.