La cuestión que plantea el título del texto se relaciona con el bochornoso espectáculo que la derecha está representando en Valencia. Tras 299 muertos a las espaldas, el presidente de la Generalitat, Sr. Mazón, un año y unos días después, ha renunciado a su cargo. Ha preferido durante este largo año las maniobras de salón, las intrigas oscuras, los bulos, las mentiras, las declaraciones a medias, las culpas de otros, la búsqueda de apoyos donde haya gentes dispuestas a prosperar sobre un desastre de proporciones escatológicas. 299 muertos más todo lo destrozado habrían merecido un acto de ejemplaridad que no se ha producido. Y es que sea lo que sea lo que se ha conocido este lunes a media mañana ya carece de sentido.
Durante este tiempo se ha ido trasladando a la opinión pública la idea de que no existen límites para la indignidad. Así que conviene adaptarse y aceptar las cosas como son. Algo así como dejar de hablar del genocidio de Gaza porque se firmó un acuerdo de paz que nadie está respetando. En el caso de Valencia es tener que soportar la presencia de alguien que no se siente aludido por los desastres del territorio que gobierna. La DANA se presentó como se presentó y nada se puede hacer contra la naturaleza desatada. Algo similar a los incendios del verano que asolaron una parte del territorio sin que aún existan responsables políticos.
Pero esto no ha sido una cuestión de individuos y de nombres concretos. En el caso de Valencia no es Mazón solo, es el PP de Valencia y de Madrid que han estado apoyando y aplaudiendo a Mazón porque lo contrario les llevaba a agitar el encendido avispero que es el PP en Valencia. Cuando un líder a nivel nacional, ante una situación como la sufrida en Valencia, no reacciona es que está haciendo cálculos de cómo le puede afectar a él mismo. Se impone ganar tiempo. Esperar a que la gente se calme. Confiar en que el dolor de los muertos se aplaque y ver si las cosas pueden continuar como hasta ahora. Porque en caso de superar estos escollos, a la derecha la sociedad española le perdona cualquier cosa que hagan por muy indigna que sea.
La estrategia de resistir se truncó cuando en el funeral por las víctimas se hizo evidente lo que reclamaban los ciudadanos. Rata, gritó alguien en el templo. Ya no servía la maniobra semifascista de recurrir a un militar para la reconstrucción, que por cierto ya no está, para distraer a la gente. El insulto descubrió que era imposible seguir como hasta ese momento. Y lo que se ha descubierto es lo que suponíamos: una pugna feroz en la derecha valenciana y la nacional por ver quién controlará los siguientes años, los próximos cargos, las promesas de futuros negocios.
Entendemos los temores de los directivos del PP nacional. Una dimisión digna reclamaría otras dimisiones en cascada de políticos afectados por muertes de gentes, caso de las residencias de Madrid, o de Andalucía, casos de cribados. Pero es que además se sumarían las responsabilidades por la destrucción de una parte del patrimonio natural de Las Médulas. ¿Acaso esos desastres naturales no son equiparables a las pérdidas de vidas? En el PP se abriría tal escenario que obligaría a una nueva refundación del partido. Y nadie está dispuesto a eso. En consecuencia, se sienten obligados a mantener los niveles de indignidad pase lo que pase. La memoria de la gente es frágil y en una campaña electoral fuertemente polarizada los muertos, las hectáreas destruidas, se olvidan. En la nueva etapa de la política ya nada de lo antiguo, responsabilidad, integridad, honestidad, tiene valor. Se impone la desmemoria, el fanatismo y el odio.