Tengo que reconocer que el robo en el Museo del Louvre está animando mucho mis temas de conversación. El otro día, mientras comentaba una noticia de este digital sobre arte con alto riesgo de robo en España con un amigo, este me hizo una pregunta que me dejó descolocada: ¿qué robarías tú de Toledo?

Obviamente, la respuesta políticamente correcta en todos los casos es la de "nada, el patrimonio es de todos y nuestro deber es protegerlo", pero -bien me conoce mi amigo- tengo una enfermiza tendencia a meterme en todos los charcos. Así que, querido lector, ahí va mi particular lista de joyas toledanas a las que echarle (metafóricamente hablando) el guante.

Solo por su nombre, 'El Expolio' del Greco está destinado a inaugurar cualquier lista de expolios artísticos que se precie en Toledo. Pero es que, además, es mi pieza favorita de la Catedral, no puedo evitar visitarla una y otra vez…

Decidido: 'El Expolio' sería mi primer objetivo si decido algún día cambiar la pluma por el guante blanco. Y no, no me llevaría la Custodia ya que estoy en la catedral. Demasiado obvio y, sobre todo, aparatoso de más. La obra de Arfe no es precisamente de tamaño bolsillo, para cogerla y salir corriendo. Punto a favor de su seguridad.

Mi segundo destino sería el Museo de Tapices y Arte Sacro del Cabildo de Toledo, ubicado en el antiguo Colegio de Infantes y -hasta donde puedo saber-, cerrado al público desde la pandemia. ¿El objetivo? El tapiz gótico de los Astrolabios. Es cierto que es grande de más (8x4 metros), pero poder observarlo de cerca bien merece el riesgo. Una joya única, desconocida y, si me permiten, turbadora. Bien merece una visita (cuando se decidan a reabrir de una vez el museo).

Algún despistado dirá que por qué no incluyo en esta lista las coronas de Guarrazar del Museo de los Concilios, bonitas -de oro macizo- y fáciles de desmontar, como pudieron demostrar sus descubridores iniciales, que vendieron cerca una decena de ellas a trozos antes de que saltara la liebre del hallazgo. Aviso a navegantes: son copias, las originales que quedan están entre París y Madrid. Pero ya que estamos en los Concilios, me llevo la pata de león de pórfido rojo encontrada en Carranque. Un poco de lujo tardorromano, lo mejor para darle vida a un salón aburrido.

También meto en mi lista la pileta trilingüe del Museo Sefardí, datada en el siglo V. Pero, más allá de su indudable valor patrimonial, me quedo con el valor simbólico de lo que está grabado en esta pileta: un mensaje de paz en hebreo, latín y griego. No estaría mal que los judíos de hoy se aplicaran el cuento de lo que decían sus antepasados hace 16 siglos. Por pedir, que no quede.

El golpe final lo reservo para otra de mis piezas favoritas, la espada de Boabdil del Museo del Ejército. Eso sí, con tantos cierres de salas y obras eternas, no sé si estará abierto el espacio donde se exhibe el día en el que decida llevármela puesta. A saber… No obstante, después de lo del Louvre, vuelvo a pensar bien sobre este museo y sus cierres ¿no serán todo una estrategia para despistar a los ladrones?

Pensándolo bien, no me renta -como dicen los jóvenes- robas estas joyas. Prefiero usar este espacio que me cede semanalmente EL ESPAÑOL para ponerlas en valor y, ya que estamos, a que las pongan también un poquito más en valor sus conservadores (veáse reabriendo algún que otro museo). ¿Servirá de algo? Se verá.