A Pedro Sánchez se le ve triste en los últimos días. Lleva más de un mes sin lucir sonrisa en los medios de comunicación. Se limita a realizar actos sin preguntas, con imágenes cerradas y con el público a distancia para no escuchar los abucheos; es decir, exactamente lo mismo que criticaba a su antecesor, Mariano Rajoy.

Espero que se entienda de aquí en adelante la ironía de lo ocurrido. El presidente ha convocado la Conferencia de Presidentes con la noble misión de dar la imagen de que todos los territorios de España se abrazaban fraternalmente bajo su sabia dirección.

Todo estaba preparado: sonrisa presidencial, ministros bien peinados y hasta traductores simultáneos para que nadie se sintiera excluido. Parecía el guion de una película de Disney… hasta que se topó con la dura realidad.

Primero entró en escena Isabel Díaz Ayuso, siempre fiel a su papel de disruptiva protagonista. Se negó a saludar a la ministra de Sanidad, Mónica García, como quien evita darle la mano al primo con el que discutió en Nochebuena.

Ya se sabe, ¿quién querría saludar a una persona a la que unas horas antes había llamado "asesina"? Y, por supuesto, cumplió con lo que había prometido al marcharse de la reunión cuando hiciera falta ponerse el traductor simultáneo.

Hasta el presidente socialista asturiano, tierra originaria de Don Pelayo, empezó el discurso en "bable". ¿Se puede hacer más el ridículo? Puestos a esta chirigota, yo propondría que para la próxima reunión nuestro presidente García-Page empezara su discurso diciendo: "Alhajas, he venido en catanga, así es que no se pongan ni temosos ni sean bolos, que no tengo el cuerpo para sones". Y así reivindicamos nuestro toledano. Parece que Sánchez quería crear un Festival de Eurovisión autonómico.

Pero lo mejor fue que el terremoto no sólo vino de la habitual oposición. Emiliano García-Page volvió a plantar cara al "jefe" para recordarle que no todo el mundo está dispuesto a aplaudir los abrazos a ERC, Junts, Bildu y compañía. Una vez más le plantó cara, mientras Sánchez volvía a ser el "cuñado" que juega a ser ilustrado en la barra del bar.

Lo que debía ser una demostración de autoridad, liderazgo y consenso terminó siendo una especie de sketch al estilo de Muchachada Nui, pero sin risas enlatadas. Sánchez, que venía a poner orden y mostrar que el Gobierno dialoga con todos, acabó como ese profesor que intenta calmar una clase de adolescentes mientras le tiran tizas por la espalda, y sólo la alumna Leire Díez lo respeta y mira con pasión.

Lo cierto es que el presidente lo intentó. Quiso mostrarse como el gran conciliador, el tejedor de consensos, el líder europeo en versión autonómica. Pero la política española, tan amante del drama, tenía otros planes. Y así, entre desplantes, abandonos y reproches internos, la Conferencia de Presidentes quedó retratada como lo que es: una foto en la que todos sonríen con los dientes apretados… o directamente se salen del encuadre porque no quieren ni aparecer.

Moraleja: una vez más se pone de manifiesto que Pedro Sánchez está solo y que, como Tristón, sólo quiere un amiguito que le quiera y sepa comprender. Ya se saben ustedes el resto del a canción.