Voy a hablarles de amor. Bueno, de mi concepto del amor. Más allá del consumismo propio de San Valentín, de la cena romántica, del regalo de turno que ustedes quieran o no hacer, más allá de la celebración en sí misma, del atolondramiento de una cabeza o un corazón enamorado, creo que siempre es un buen día para hablar de amor, del AMOR con mayúsculas.

Vivimos en el mundo de lo urgente, con agendas imposibles llenas de cosas relevantes y otras no tanto; vivimos en el mundo del ahora mismo o nunca; vivimos en el mundo del postureo propio y ajeno; vivimos en el mundo del qué dirán y, aún peor, del qué nos decimos nosotros mismos; vivimos deprisa, yo diría que vivimos muchas veces desenfrenados, y eso es absolutamente incompatible con el amor, porque amar es detenerse.

Amar es detenerse, es mirar más allá de ese primer vistazo, es dejar el móvil aparcado en la mesa y mirar a los ojos. Y descubrir así quién está al otro lado. Amar es escuchar no solo las palabras, amar es escuchar lo que late por dentro.

Amar es detenerse para entender la diferencia. Saber que no todos expresamos lo mismo; saber que no todos sentimos igual; saber que en un silencio, a veces, solo a veces, se desliza un te quiero, y a veces, solo a veces, se dice un se acabó.

Amar es detenerse para que el aire entre. Respirar muy profundo antes de decir algo, esperar que respiren antes de exigir nada. Respirar mucho antes del grito, o del susurro, o del te quiero o del te odio. Respirar.

Amar es detenerse y saber que ese mundo construido entre ambos puede durar 100 años o puede acabar mañana. Y saber que amarrar cuando ya no te quieren no servirá de nada, porque amar, muchas veces, es dejar que se vayan.

Amar es detenerse para amarse a uno mismo. Y quizá ese quererse sea lo más difícil. Amarnos con nuestros errores, con nuestras taras, amarnos en nuestra peor versión sin autojustificarnos: ese es el principio de la palabra amar.

Eso es para mí amar. Lo demás, el amor a primera vista, el romance, el sexo casual, la diversión, las juergas, las risas, las broncas, el fast food del amor también es parte de nuestra vida y de nuestras penas y alegrías. También lo necesitamos, pero no lo llaméis amor. Me llamo Ángeles y estos son mis demonios.