Ahora que se ha puesto de moda, impulsado por la plaga de los populismos a izquierda y derecha, denostar el proceso de transición a la democracia, uno ha leído un libro que sin ninguna duda hubiera puesto como lectura obligatoria en mis tiempos de profesor. Ahora quizá se convertiría en una provocación, porque se ha decretado desde el sanchismo que este año de lo que hay que hablar es de Franco y no del triángulo virtuoso que formaron Juan Carlos I, Adolfo Suárez y Torcuato Fernández Miranda, en los diecinueve meses que van de la muerte del dictador a las primeras elecciones democráticas en junio de 1977.
Como le recetaba a Juan Belmonte don Ramón del Valle Inclán, lo único que le faltaba para pasar a la inmortalidad era que un toro le matara en la plaza y, "felízmente" para el "relato", los dos políticos pasaron adelante y, desgraciadamente para lo mismo, Juan Carlos I sigue vivo y en Dubái.
Juan Fernández Miranda, periodista de ABC, ya nos ha dado otros libros en los que nos ha sabido contar, haciendo Historia, lo que vivimos, lo que leímos o no nos contaron en los periódicos a pie de noticia día a día. Él ha puesto al día todo lo que sabemos después de cincuenta años y nos lo ha devuelto como si leyéramos ese periódico en el que ahora ya no hay ningún hueco por llenar. Cualquier sabe que ejercer de periodista e historiador, cuando se trata del mundo contemporáneo, son dos actividades complementarias que rinden sus mejores frutos en la labor de aquellos capaces de seleccionar las montañas de información guardadas en las hemerotecas para convertirlas en Historia con mayúsculas. Objetivo democracia es uno de esos libros en los que uno siente que lo que ha vivido día a día en la lectura de aquellos periódicos, en los que había poca información, pero mucha censura. Y, sobre todo, revistas como Cambio 16 o Triunfo, porque El País todavía no existía, vuelve a aparecer en su vida como un puzle recompuesto en el que uno echa pocas piezas por rellenar.
Uno tenía veinte años y ahora ha vuelto a revivir aquel tiempo de incertidumbre en el que lo último que esperábamos la gran mayoría de los jóvenes de entonces es que el cambio que democratizó España viniera de la mano de un príncipe del que se decía cualquier cosa menos que fuera un demócrata y un político y un catedrático del régimen. Todos nos equivocamos con los tres, y la pena es que el que vive ha hecho tantas gilipolleces con su vida privada y en su obsesión por "no pasar hambre" como Escarlata O´Hara que ha arruinado su imagen, y ni una hazaña en su biografía como la conquista de Rusia superando a Napoleón le salvaría del juicio negativo hasta dentro de tres generaciones. Solo cuando lo que se haga sea Historia de verdad, Juan Carlos I recuperará su lugar. Los otros dos, afortunadamente, ya están a salvo.
Muy recomendable para los que siguieron los acontecimientos día a día y mucho más para los que no los vivieron y no tienen otra versión que la de los nuevos demagogos triunfantes.