Si por algo mola el Año Franco, es por el Carnaval que se avecina. Comparsas, chirigotas y máscaras no dejarán de pasear por nuestras calles las figuras del Generalísimo, que ha vuelto a resucitar hasta la nomenklatura. Mientras Maduro se consolida en Venezuela y Sánchez hace un metisaca taurino con la ley Begoña para ver dónde llegan las tragaderas, lo mejor será el ingenio de Cádiz y Miguelturra por sus esquinas. El Carnaval es la mejor fiesta del calendario, porque coloca a cada uno en su sitio sin que pidan permiso ni autorización. Lo hace el pueblo, el mismo que luego suele salvarse a sí mismo como quedó acreditado en Valencia. Así que, preparémonos para un Carnaval lleno de trajes militares y figuras egregias. Yo no sé si ir de Arias Navarro o Girón de Velasco y los camisas viejas. Aunque a mí me gustó siempre más Solís Ruiz, que para eso era la sonrisa del Régimen.
Sánchez hablando de Franco es una autofagia, ya lo hemos dicho o escrito alguna vez. Pocos temas dan tanta pereza como este, pero ya que el bulo lanzado a la Historia tiene visos de academicismo, habrá que hablar de ello. Tener como historiadores referentes a Ángel Viñas o Julián Casanova es como estar en el baño de forma permanente congestionado y con diarrea. Cuánta ideología barata al servicio del poder; ahora sí que está encendida la lucecita de Moncloa velando por la verdad de los tiempos. Uno tuvo la delicadeza, cuando estudió estos temas, de buscar un acercamiento ecléctico que incluyera fuentes como Preston, Fusi o Juliá por supuesto, pero también Payne, García Cárcel, De la Cierva, Jackson, Moradiellos e incluso el tan denostado Moa. En el lienzo cruzado de todos sale algo parecido a lo que aquello fue.
Como ha escrito De Prada, lo malo de hablar tanto de Franco es que la gente comience a hacerse preguntas. Porque cómo es posible que un régimen tan ominoso triunfase en una guerra donde unos eran buenos y otros malos. ¿Por qué perdieron los buenos? ¿O es que no eran tan buenos? ¿Cómo es posible que la República sucumbiera de esa manera y fuera un personaje como Franco quien se hiciera con el poder? ¿Quién quería la Guerra Civil? ¿Quién la originó? ¿Quién la deseaba? ¿No es cierto que Largo Caballero meses antes de julio decía en la prensa internacional que España necesitaba un baño de sangre? Igual es que no nos hemos enterado bien de qué va la vaina y resucitar a Franco van a ser otros cuarenta años de paz, como vendía el régimen.
La libertad fue posible por el centro derecha español que venía de Franco, el harakiri inédito de sus Cortes, la participación del PCE y, a última hora, del Psoe. El PP no tiene que agachar la cabeza porque es el heredero político más directo de quienes hicieron la Transición. Por la parte de la izquierda, los comunistas bravos decían a los socialistas aquello de cien años de honradez y cuarenta de vacaciones. El Psoe de González no coge fuelle ni fuste hasta que Suárez no legaliza a los comunistas y van a elecciones democráticas en el 77. Ahí aparecen Gregorio Peces Barba y Alfonso Guerra para la Constitución Española y los pactos de la Moncloa. Hasta entonces, habían sido los comunistas la única oposición a Franco.
Como muy bien ha explicado el director de este periódico en su carta dominical, el único riesgo de involución dictatorial y bolivariana que hoy existe es el que representa quien quiere celebrar a Franco y cerrar la boca a la prensa y los jueces. El Carnaval está a la puerta y pondrá las cosas en su sitio. Aunque sea con Juan Carlos I y Bárbara Rey, pues hasta quien fue el máximo responsable de aquello no es capaz tampoco de escapar al esperpento. Desde Arabia con amor y Supercopa. Y lo que un día fueron aires de libertad del Príncipe Juanito.