Por una de esas coincidencias que solo pueden ocurrir con el ritmo lento, ocioso y dilatado del verano, en cuestión de una semana tres personas que no tienen nada que ver entre sí me proponen ver una película de Sissy Spacek. Hasta ese momento, nunca he dedicado más de cinco segundos seguidos a pensar en Sissy Spacek, y de pronto es como si el universo me la estuviera poniendo delante para que descifre algún tipo de mensaje oculto.
De tal manera que veo Badlands un lunes con un amigo, Three Women un viernes con mi padre y Carrie un sábado con otra amiga. Las tres me fascinan y desconciertan a partes iguales, y así, el domingo, me encuentro a mí misma sola en las piscinas municipales de mi barrio tratando de dilucidar qué es lo que me ha fascinado y desconcertado tanto.
Y de tanto pensar y pensar, rodeada de niños, palomas y olor a cloro, me doy cuenta de que lo que me gusta es que ninguna de las tres puede enmarcarse en un género cinematográfico claro. Tres experimentos de los años setenta, en donde los directores se están buscando a sí mismos, buscando su voz, divirtiéndose.
Son algunas de las primeras películas de Terrence Malick, Robert Altman y Brian De Palma, y aunque en ellas ya se advierten algunos de los motivos que marcarán el resto de su cine (planos largos de cielos sureños, personajes de dudosa moral, mucha sangre, etc.), aún no se conocen del todo a sí mismos, aún son libres. Y eligen precisamente a Sissy, que por entonces tiene entre veintitrés y veintiséis años, como papel protagonista.
En las tres, el personaje que interpreta sufre en algún momento un cambio drástico en su manera de comportarse, y su mirada se transforma hasta el punto que parece que se ha convertido en otra persona. Ya sea por una posesión demoniaca, por juegos metanarrativos o por huir de la policía, no sabes qué han visto, esos ojos. Sissy juega con ellos de manera que hay escenas en las que parece que no han visto nada y otras en las que parece que lo han visto todo.
Sissy juega con los ojos de manera que hay escenas en las que parece que no han visto nada y otras en las que parece que lo han visto todo
Vivimos obsesionados con las etiquetas y hay una necesidad asfixiante por encorsetar todas las obras artísticas para tener la ilusión de que así podemos comprenderlas y categorizarlas rápidamente, y por eso resulta tan agradable mirar atrás y ver a lo que otros se atrevieron. Porque, en serio, ¿qué demonios es Three Women? Yo sigo sin tener ni idea de qué fue aquello que vi la semana pasada, y celebro que así sea. Y bien, podría decirse que Carrie es una clara película de terror, pero ¿y toda la dosis de comedia que tiene también?
A veces anhelo secciones periodísticas en las que no solo se escriba sobre novedades literarias y podamos encontrar con el mismo ímpetu un artículo que te cuente por qué La hora de la estrella es la mejor novela del 1977 y hay que leerla YA.
Claro que eso sería desvirtuar las lógicas de mercado y desviar la atención hacia obras que no se pueden monetizar, y con la hiperproducción literaria que hay ahora y la corta vida que tienen los libros y la urgencia que se tiene por conseguir las mayores reseñas posibles para lograr sobrevivir unas semanas más, no tendría mucho sentido. Pero sería interesante.
Estas tres fueron, por cierto, las mejores películas de Sissy Spacek. Ha seguido actuando toda su vida, pero siempre en papeles pequeños, pequeños pero brillantes, como el de Una historia verdadera o la muy reciente Dying for Sex, alejada de las grandes producciones, cantando sus canciones country y tranquila sabiendo que su mirada tiene esa capacidad asombrosa de pasar de la inocencia al desquicie en menos de un microsegundo.
Laura Chivite (Pamplona, 1995) es escritora. Reunió sus relatos en Gente que ríe (Caballo de Troya, 2022) y ha publicado la novela El ataque de las cabras (Random House, 2025).