No había cumplido yo los veinte años cuando leí deslumbrado La leyenda dorada de los dioses y de los héroes, de Mario Meunier, tal vez un libro menor pero que me interesó mucho. Después me sumergí en la obra de Carlos García Gual, catedrático de filología griega. Máximo conocedor de las religiones paganas, ha desencadenado una vez más el torrente de su cultura al actualizar a Prometeo, al que tantos escritos maestros dedicó desde hace muchos años. Recuerdo que en la entrevista que le hice a Albert Camus, vencedor reciente del Premio Nobel, cuando subrayé su anticristianismo al estilo sartriano, reaccionó vivamente: “No soy anticristiano, soy pagano”.

Ajeno a toda presunción, a toda pedantería, a toda erudición a la violeta, Carlos García Gual está hoy en la cima del conocimiento de los dioses y los héroes de la Grecia clásica. Escribe además con una prosa limpia, translúcida, ajena a todo fárrago. Prometeo. El mito del dios rebelde y filántropo (Turner) es una obra realmente importante y profunda, distante de la ligereza y la palabrería que zarandean una parte sustancial de la literatura actual, esa que “abarata la cultura refinada” y la ha convertido en un lujo porque “el progreso técnico no basta”.

Prometeo es el dios Titán, amigo del hombre mortal. En el tallo de una cañaheja se llevó el fuego que robó a Zeus y lo entregó a los humanos. El dios de los dioses bramó airado y condenó a Prometeo. Lo encadenó en “un inhóspito picacho del Cáucaso por haber revelado los secretos divinos. Y los dioses mandaron águilas a devorar su hígado perpetuamente renovado”, según el texto de Kafka, traducido por Jorge Luis Borges. Del brutal tormento le libró Heracles, que le enseña el camino hacia el jardín de las Hespérides, mientras canta el coro de las Oceánides. Rubens, Ribera, Orozco, Tamayo y cien pintores más devastaron en el lienzo la tragedia de Prometeo, cuyo hermano, el tontaina de Epimeteo, copuló con Pandora, creada por Hefesto a petición de Zeus. La bella mujer abrió la jarra (después el cofre, más tarde la caja), sí, esa caja pandórica, a la que se refiere Rubén Darío, “de la que tantas desgracias surgieron” aunque guardaba en ella, “talismánica, pura, riente, cual pudiera cantarla Virgilio divino, la divina reina de luz, la celeste esperanza”.

Recorre Carlos García Gual los surcos literarios que ha dejado el mito de Prometeo, analizado de forma sagaz en la Teogonía y los Trabajos y días de Hesíodo. Esquilo lo desarrolló todo en el Prometeo encadenado, si bien investigadores del siglo XX no consideran esta obra auténticamente esquílea. En ella, sin embargo, se condensa ya la rebeldía, tan actual por cierto, de Prometeo contra el orden establecido: “Odio a todos los dioses –afirma– quienes tras haber recibido beneficios me dañan injustamente”. Y como augura el derrocamiento de Zeus de su trono olímpico, le dice a Hermes: “Todo se lo enseñará el tiempo que envejece”. En Esquilo, por cierto, Prometeo no es el hijo de Jápeto, sino un Titán él mismo, hijo de Temis-Gea.

No olvida García Gual hacer referencia a Aristófanes y a la aparición cómica de Prometeo en Las aves. Se extiende el gran ensayista luego en el análisis de una obra de Platón, escrita hacia el 390 a.C., Protágoras, en la que reflexiona sobre el origen de la cultura. En la mansión del todopoderoso Calias, varios sofistas entre ellos Sócrates, se encontraron con Protágoras. Era el año 430 y aún vivía Pericles.

García Gual no olvida a Goethe y su Retorno de Pandora. Elogia las meditaciones del autor del Werther cuando la música de Schiller, sobre todo Aesthetische Briefe, satisfacía las exigencias del público germano. Vasconcelos, mi inolvidado amigo Ramón Pérez de Ayala, Calderón, Shelley y tantos otros discurren sobre la tragedia y la rebeldía de Prometeo, que se hizo también sonoridad en Beethoven, en Listz, en El pájaro de fuego de Stravinski y en una ópera de Carl Orff.

Carlos García Gual, en fin, ha escrito un libro sobresaliente, desde la profundidad del pensamiento, la calidad literaria y el esplendor cultural.