Primera palabra

Rafael Alberti. Memoria de la melancolía argentina

17 abril, 2020 14:22

Jorge Luis Borges fundó en 1922 la revista Proa. Un año después, Ortega y Gasset alumbró la Revista de Occidente. Roberto Alifano dirige ahora, con pulso certero, Proa y me ha hecho llegar un número monográfico sobre Rafael Alberti en Argentina, en el que una veintena de escritores –entre ellos, Octavio Paz, Roberto Juarroz, Caballero Bonald o Ida Vitale– glosan la obra del autor de Cal y canto en Buenos Aires.

La figura de María Teresa León, tan bella, tan elegante,tan interesante, tan revolucionaria, fundadora de El mono azul, se agiganta tras las lecturas que Proa alberga. “Yo pertenecía a la secta de Alberti y recitaba sin cesar poemas de El alba del alhelí y de Cal y canto”, escribe Octavio Paz. Recuerdo una cena con él y con Luis Rosales, aquí en Madrid, en la que el autor de El laberinto de la soledad nos deslumbró recitando a Alberti. En Proa, Octavio Paz narra un viaje de Rafael a México en 1935 y, en 1937, sus largos paseos por la Castellana en el Madrid de la guerra, recitando a Quevedo: “En breve cárcel traigo aprisionado, con toda su familia de oro ardiente...”.

Requeni, fascinado por María Teresa, visita a Rafael en su casa porteña de avenida de Las Heras. “Haga patria, mate a un estudiante”. Este eslogan del peronismo en el poder estremecía al matrimonio exiliado. Alberti vivía, sobre todo, gracias a la venta de sus dibujos. Manolo Rivera me dijo un día: “Rafael habría sido un gran pintor, pero eligió la poesía”. El poeta cultivó incluso el dibujo publicitario, con la figura de una niña que saboreaba chocolate Suchard. María Teresa tuvo éxito en varias adaptaciones cinematográficas. El matrimonio pudo comprar una casita de veraneo en Punta del Este: La Gallarda, título de la ópera escrita por el poeta, estrenada en Sevilla en 1992 con Montserrat Caballé y Ana Belén.

Luis Jiménez de Asúa fue vecino del matrimonio Alberti, cuando Rafael y María Teresa se trasladaron a la calle Pueyrredon, número 2471, con balcones sobre los jardines de La Recoleta. Allí escribió sus primeros poemas,todavía adolescente, Aitana, la hija adorada del matrimonio.

Alberti y Borges se detestaban, pero por la casa del poeta español desfilaron durante aquellos años: Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Lola Membrives, Margarita Xirgu, Ernesto Sábato, Sánchez-Albornoz, Alejandro Casona, Ortega y Gasset, Rosa Chacel, Niceto Alcalá Zamora, Manuel de Falla, Nicolás Guillén, León Felipe, Vittorio Gassman, Paco Rabal... “Mi patria son mis amigos”, escribió María Teresa León en Memoria de la melancolía.

Desde 1940 a 1963, Rafael y María Teresa vivieron en la Argentina. En Buenos Aires nació su hija Aitana y murió su perra Niebla. Después vino la fecunda estancia en Italia. En el Trastévere conocí yo al poeta. En la Embajada de España, Alberti saludó por primera vez, en 1976, a Don Juan Carlos I. La Monarquía de todos acogió con los brazos abiertos al matrimonio y Rafael, elegido diputado, acompañó a su admirada amiga Dolores Ibárruri, Pasionaria, cuando presidió la primera sesión del nuevo Congreso democrático. El Rey entregaría años más tarde el Premio Cervantes al poeta, y en su discurso afirmó: “El pueblo tantas veces desconcertado, muchas más certero y generoso, nunca olvida a quienes le interpretan y modulan en sus sueños. La gran literatura viene del pueblo y a él vuelve”. No, no se equivocó la paloma, no se equivocaba. Rafael dedicó un poema a la Reina Sofía.

Recorrió el poeta la España democrática, acompañado por Nuria Espert, recitando sus versos y, siendo yo director del ABC verdadero, ganó el Premio Mariano de Cavia. El día de la cena de los Cavia pronunció, por la tarde, en el cementerio, el discurso fúnebre por Pasionaria que acababa de morir y, por la noche, leyó un gran texto literario en la casa de ABC.

Argentina ya lejos, desaparecida María Teresa, llegó a la vida de Rafael, María Asunción Mateo, que le hizo feliz los últimos años de su vida, y a la que dedicó un libro y uno de sus mejores sonetos, que escribió en mi casa: “Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza, /que los años en mí no son hojas, son flores / que nunca soy pasado, sino siempre futuro”.