McLuhan no pudo imaginar a mediados del pasado siglo que su “aldea global” sería abrasada por la explosión digital. En los últimos años se ha producido una de las revoluciones más profundas de la historia de la Humanidad: la comunicación instantánea para todo y para todos.

Cuando hace seis años, en conversaciones con la Fundación Ortega, se planteó publicar un periódico papel mi respuesta fue rotunda: “Todo lo que no sea marchar francamente por la senda digital es un error”. La puesta en marcha de El Imparcial.es demostró que los dirigentes de la Fundación habían entendido la nueva realidad del periodismo.

Pedro J. Ramírez se anticipó a todos los periódicos nacionales y afrontó el desafío digital con decisión e inteligencia. Ha señalado de forma inequívoca el camino a seguir. Pionero de una operación de largo alcance se merece conquistar el futuro. La publicidad, que es especialmente perezosa, ha despertado ya y las ediciones digitales de los diarios impresos rebasan el 15% del total. Hay que darle tiempo al tiempo pero el horizonte emborrascado se está despejando. El periodismo es el mismo, la función del periodista no se ha alterado, los lectores crecen en número. Está cambiando el vehículo de transmisión, que es, por cierto, infinitamente mejor que el anterior. Entre la impresión papel de los periódicos y la impresión digital hay un abismo.

Otra cosa son los libros. En mi opinión, el libro tradicional permanecerá al menos en un cincuenta por ciento. Hay muchas razones para pensar que el fulgor digital se quedará a mitad del camino en este terreno. Dejo enciclopedias y diccionarios aparte. Esos, en versión papel, están muertos. La consulta inevitable hace solo diez años a diccionarios o enciclopedias se hace hoy en el teléfono móvil, en la tableta o en el ordenador.

Suenan las campanas del mundo digital de forma atronadora. Es una llamada a susurros y a gritos. Nadie seriamente puede dejar de oírla. En solo unos años las funciones y servicios desempeñados por los pesados ordenadores se disfrutan ya en el teléfono móvil. Llevamos en el bolsillo el Diccionario de la Real Academia Española, la enciclopedia Espasa y la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de América. Todo ello y mil servicios editoriales más pesan solo unos gramos. La consulta es instantánea y puede hacerse en casa, en el trabajo, en el autobús o en la calle. Un prodigio.

Hace unas semanas, escuché en el teatro una fecha relacionada con Lenin que me pareció un error. No tuve que esperar a comprobar si el equivocado era yo. Saqué discretamente el móvil y confronté el dato. Estamos todavía en la prehistoria del mundo digital. Imposible anticipar lo que puede ocurrir dentro de unos años. Está claro que manejaremos el móvil, la tableta o el ordenador con la voz. Ya se puede hacer en parte. Pero hay quien está investigando para que los instrumentos digitales se manejen con el pensamiento. Tal vez se trate de una apuesta de ciencia ficción. Pero muchas de las realidades científicas y tecnológicas de las que disfrutamos hoy eran solo hace medio siglo ciencia ficción.

ZIGZAG

Gran libro el de Montse Suárez, La justicia no es igual para todos. La autora ha sabido borrar la huella fugaz de la actualidad para exponer la realidad de una parte de la administración de la Justicia en España. Parapetada tras un arsenal de documentación directa y contrastada, Montse Suárez analiza minuciosamente casos que van desde Mario Conde a Iñaqui Urdangarín y se detiene en la valoración de jueces estrellas como Baltasar Garzón. La autora expone la agresión del dinero a la independencia judicial y la prevaricación que en algunas ocasiones semejante acoso consigue. La justicia no es igual para todos proyecta sobre el lector una tremenda meditación galopante. Estremecen algunas de las historias que Montse Suárez radiografía.