Ignacio García

Shakespeare al asalto del Siglo de Oro

Hay un autor dramático que se impone por la magnífica fuerza teatral y la universalidad de sus textos: Shakespeare. En cualquier rincón del mundo vemos puestas en escena de sus dramas y sus comedias traducidas a todos los idiomas, en teatros públicos y en el circuito comercial, lo que da cuenta de su capacidad de defenderse en el mercado libre. La pervivencia de Shakespeare en los escenarios está garantizada y debemos congratularnos de sus innumerables versiones.

Es tal el triunfo shakespeariano que goza de un aura de inmunidad que no tendría un autor de nuestro Siglo de Oro si hubiera mostrado el antisemitismo de El mercader de Venecia, el racismo de Otello o la misoginia de La fierecilla domada. Al cisne de Avon se le perdona todo. Ese es un mérito del mundo anglosajón y su poderosa difusión cultural, que se da de igual modo en otras grandes culturas europeas, cuyos ciudadanos hacen suyas las palabras de Schnitzler: “No amo mi patria porque sea la mía sino porque me resulta hermosa”. Lógico que el inglés comprenda las fibras de Shakespeare, el francés las de Corneille o el alemán las de Goethe pues son sus conciudadanos expresando su propia sensibilidad destilada por siglos.

La anomalía teatral es nuestra: la ignorancia y la falta de aprecio por el Siglo de Oro ‘en español’ a pesar de su enorme calidad. Que La vida es sueño o Fuenteovejuna no estén perennemente en nuestros escenarios es mal síntoma. Que este año no hubiera una producción de La vida es sueño en el panorama teatral profesional es preocupante. ¿Se imagina alguien una edición de Stratford sin Macbeth o Hamlet con una gran compañía inglesa, pública o privada?

En algunas ediciones anteriores la presencia de Shakespeare superó la de Lope, Calderón, Cervantes, Tirso y Sor Juana juntos; somos generosos en la diplomacia cultural

Esa es la punta del iceberg de los complejos que sufre el Siglo de Oro frente al teatro isabelino. Imaginamos que allá todo es liberalismo y luz mientras que nuestro teatro clásico es reaccionario y sombrío. Sirva como ejemplo libertario la presencia femenina: en España había grandes autoras dramáticas, empresarias teatrales, actrices famosas y reputadas como la Calderona o La Baltasara, que encarnaban en los autos sacramentales a la verdad, la justicia o la razón, mientras que la Inglaterra puritana prohibía a las actrices pisar el escenario. Pero basta un almibarado producto de Hollywood, Shakespeare in Love, para que hasta nuestros compatriotas crean que los ingleses sí sabían dar su lugar a las mujeres en la vida y en el escenario.

En algunas ediciones pasadas de Almagro la presencia de Shakespeare superó la de Lope, Calderón, Cervantes, Tirso y Sor Juana juntos. Este año su presencia sigue siendo superior a lo que cualquier gran festival británico ofrece a Calderón o Lope; seguimos siendo generosos en la diplomacia cultural. Además, la idea extendida de que el inglés atrae más al público es discutible con las cifras de taquilla de muchos festivales, que dicen que no es así cuando el Siglo de Oro se presenta con grandes artistas y compañías, y con la misma libertad de miradas con que se representa al inglés.

Peleemos por nuestros grandes clásicos y garanticemos una mayor biodiversidad y riqueza en los escenarios del mundo.

Gonzalo Torné

Elogio de los ecos

¿Dónde radica la superioridad de Shakespeare? ¿Cómo se explica su posición casi indiscutible (donde “casi” es una coquetería) en el centro del canon literario?, ¿de qué manera se derrama su influencia sobre los narradores del presente, del cine, de los tebeos, de las películas? El mérito principal, sin duda, se lo debemos a él. Shakespeare alcanzó logros sobresalientes en registros muy distintos: está la fuente inagotable de su lenguaje (una vida no nos da para curarnos del asombro), la capacidad de imaginar personajes de carismas muy variados, un manejo de la elipsis muy audaz que ha influido en cientos de novelistas (¿puede una narración transcurrir más veloz que Macbeth? Probablemente, sí, Antonio y Cleopatra, del mismo autor)… Y así podríamos seguir hasta terminar la columna, invadir el espacio de nuestro compañero y el suplemento entero durante varias semanas.

Nada está menos en entredicho que los méritos de Shakespeare… Y, sin embargo, ni presa del mayor entusiasmo se me ocurriría defender que sus obras son incontestablemente superiores a las de Goethe, Tolstoi, Ibsen o… Cervantes. De hecho, son irreductibles, como enormes planetas que se desplazan en las órbitas de nuestra atención lectora, cada uno con su masa, sus constantes gravitatorias, su secreta flora y una atmósfera particular.

Lo que pone a Shakespeare por encima de todos es el extraordinario eco que han recibido desde siempre sus obras, la discusión viva sobre sus personajes y sus tramas que incluso ha transformado sus errores, deslices y despistes en sugestivos misterios. Cervantes recibió una atención tempranísima entre narradores ingleses tan importantes como Sterne o Fielding, pero lo importante para la proyección de un autor no es tanto la lectura puntual como las discusiones prolongadas que sobre ellos tienen sus compatriotas, y Shakespeare se ha beneficiado de la continua conversación que conocemos como “tradición inglesa”, en la que cualquiera puede decir lo que se le antoje sin atender a la “autoridad” o la “posición” que ocupa (eso sí: exponiéndose a recibir réplicas acidísimas). Una atmósfera de desafío y audacia intelectual de la que también se han beneficiado Austen o Dickens, escritores omnipresentes en todas las librerías del mundo.

Lo que pone a Shakespeare por encima de todos es el Eco que han recibido desde siempre sus obras, la discusión viva sobre sus personajes, incluso transformando sus errores en sugestivos misterios

Comparemos el nervio y la tensión viva con la que los novelistas ingleses siguen discutiendo con las escenas y los personajes de las obras de Shakespeare (como si hoy mismo Falstaff pudiese venir a cenar o Rosalinda invitarnos a pasear por el bosque) con el rutinario mantra con el que los novelistas españoles suelen resolver su deuda con Cervantes: que fue el primer posmoderno (lo que, además, es una inmensa nadería). ¿Cuándo es noticia Cervantes en España? Cuando se acerca un aniversario donde todos corremos a expresar una devoción sin fisuras o cuando del mercado brota una nueva edición: de alguna autoridad o reducida o adaptada. Constatación religiosa o filología bien pegada al texto: dos estupendas técnicas de embalsamamiento.