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Opinión

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13 noviembre, 2009 01:00

por Agustín Fernández Mallo

En este mismo suplemento cultural, hace dos semanas, se publicó una imagen sencilla y estudiada, extraña y absurda, bella y, como todo lo bello, inquietante. Se trataba un hombre sentado, tocando una batería; la peculiaridad residía en que la batería y el hombre estaban metidos en el mar, cerca de la orilla; el agua cubriendo hasta mitad de batería, [Javier Fresneda, Drum, 2009]. No pude evitar pensar en la espuma de las olas, y en que, en realidad sólo reconocemos una cosa cuando vemos sus límites, y que sabemos que el mar es mar porque vemos su final, la orilla, y en esa orilla vemos la espuma, tejido que certifica que toda esa masa azul es mar y no un cielo borroso o una pequeña porción de agua de pecera doméstica. Y en ese límite de repente salta la ola, y su espuma es ese hombre-batería. Inédita metáfora de la música que salió del agua, de los reptiles que somos, salidos del agua. Mar constituido por millones de baterías. El origen de la música, así de absurdo, así de perfecto.