Opinión

¿El canto del cisne?

28 noviembre, 1999 01:00

Durante las últimas tres décadas se ha vivido en España una fiebre sinfónica. No pararon de construirse auditorios, de nacer ciclos y fueron muchas las empresas que se lanzaron al mecenazgo sinfónico. Había hambre de aprobar una asignatura pendiente en nuestra cultura. Sin embargo el panorama ha ido cambiando en los últimos dos años. De aquella fiebre sinfónica se ha pasado a la fiebre operística. Sólo los ciclos consagrados continúan con su público y cada vez resulta más problemático conseguir patrocinios y, desde luego, pocos auditorios más se construyen.

Ahora se edifican teatros allí donde había auditorios, léase Salamanca, donde no había, como en El Escorial, y se rehabilitan otros, caso de La Coruña. Las salas líricas están permanentemente llenas y los mecenas se han inclinado por el glamour de la ópera. Hay quienes, con optimismo, consideran que la fiebre será crónica. Sin embargo también tendrá su curación. Quizá dure las mismas tres décadas que duró la gripe sinfónica, pero pasará e incluso más deprisa que en la otra historia reciente. Basta con mirar a nuestro entorno.

Los costes de producción crecen cada día. Las administraciones públicas tienen que reducir cada año los impuestos y el déficit y, por tanto, disponen de menos dinero para invertir en cultura. De Europa, es Munich el único teatro que cada año cuenta con más dinero, Las nuevas tecnologías surgen como un peligro para algunos y como la solución para otros. Los divos son día a día más escasos y están menos disponibles para las salas habituales y más para los macroespectáculos que les llenan los bolsillos. Los compositores líricos han desaparecido. No existen los Verdi, Rossini o Wagner centrados en la lírica y en las voces. Son los autores sinfónicos quienes hacen alguna que otra incursión en la ópera sin tener muy claro si conectan o no con los públicos. Las obras contemporáneas se estrenan y archivan. Son muy escasas las que pasan de ciudad en ciudad y país en país en un corto espacio de tiempo. Como los públicos no acaban de conectar con la creación contemporánea hay que ofrecerles la ópera de siempre con nuevo envoltorio. Ahí hacen su agosto unos registas venidos de otras artes que pasean por los escenarios su incultura musical.

Los gestores de los teatros incrementan constantemente el precio de las localidades, atrayendo un público social de edad madura en el que los muy jóvenes empiezan a ser excepción. Los programas de educación de nuevos públicos escasean. Todo porque, una vez más, se piensa más en el día a día que en futuribles cuyas rentabilidades habrían de recoger otros. ¿Moda permanente o canto del cisne? Al tema dedicamos hoy nuestras páginas.