Amanece

Surge la luz de invierno detrás del horizonte.

Negras ramas del chopo. El sol frío y rosado

ha iluminado el muro de piedra de la casa

con su verdad lejana. Una hora

peligrosa, inocente: debió serlo también

para los que en las cuevas encendían sus fuegos

entre el olor a humo y excrementos,

bestias descuartizadas,

y para los primeros que escucharon

algún hexámetro de la Odisea.

Esta hora me impone como antaño,

cuando aprendía a construirlo todo.

Soy ya un viejo que olvido.

El olvido es ahora mi última herramienta.

Y el respeto a esas cosas como el amanecer.

Inédito, 2020

De senectute

El amor de los jóvenes no piensa en el olvido.

Manda el futuro, aunque sólo brille,

al fondo del cerebro como un charco.

El dolor pone orden, suena como un aviso:

es la bocina del remolcador

que nos arrastra hasta salir del puerto.



Se pagan caros los intentos

de destruir el dolor, porque

también está el amor ahí.

La inteligencia es salvarlo todo.

Que nuestros ojos vigilantes

luzcan con esa espléndida

inutilidad. Nunca, sin el dolor,

podríamos haber amado así.

(De Un asombroso invierno, 2017)

Ser viejo

Entre las sombras de los gallos

y los perros de patios y corrales

de Sanaüja, se abre un agujero

que se llena con tiempo perdido y lluvia sucia

cuando los niños van hacia la muerte.

Ser viejo es una especie de posguerra.

Sentados a la mesa en la cocina,

limpiando las lentejas

en los anocheceres de brasero,

veo a los que me amaron.

Tan pobres que al final de aquella guerra

tuvieron que vender el miserable

viñedo y aquel frío caserón.

Ser viejo es que la guerra ha terminado.

Es saber dónde están los refugios, hoy inútiles.

(De Casa de misericordia, 2007)

Autorretrato con mar

Aquel niño callado. Juega solo.

Permanece detrás de estos ojos de viejo,

resiste la embestida brutal del mediodía

oyendo los confusos versículos del mar

y el grito de los cuerpos desnudos y oxidados

al entrar en las aguas transparentes y frías

de la playa de piedras. Avergonzado, corre

de un escondite a otro de los cuentos.



Duerme dentro de mí, desvalida criatura:

duerme dentro de mí, una Noche de Reyes

donde en silencio vuelan las escobas

y los lobos dejaron sus huellas en la nieve.

Afuera brilla un cielo lleno de albaricoques,

y el mar azul oscuro de ciruelas

se deshace en los negros cuchillos de las rocas.



El verano de alcohol frío en los ojos

me hace sentir mi vida como la pulpa oscura

y dorada de un fruto que se pudre

alrededor del hueso del recuerdo.

Dentro de mí ocúltate, desvalida criatura.

Dentro de mí protégete de la cruel claridad.

Recita la leyenda que habla del niño gris

y de la miserable bicicleta

montada por el triste ciclista del suburbio.

Te busca y está cerca. Pedalea hacia aquí.

(De Cálculo de estructuras, 2005)

Un pobre instante

La muerte no es más que esto: el dormitorio,

la luminosa tarde en la ventana,

y este radiocasete en la mesita

tan apagado como tu corazón

con todas tus canciones cantadas para siempre.

Tu último suspiro sigue dentro de mí

todavía en suspenso: no dejo que termine.

¿Sabes cuál es, Joana, el próximo concierto?

¿Oyes como en el patio de la escuela

están jugando los niños?

¿Sabes, al acabar la tarde,

cómo será esta noche,

noche de primavera? Vendrá gente.

La casa encenderá todas sus luces.

(De Joana, 2002)

No tires las cartas de amor

Ellas no te abandonarán.

El tiempo pasará, se borrará el deseo

–esta flecha de sombra–

y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,

se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.

Caerán los años. Te cansarán los libros.

Descenderás aún más

e, incluso, perderás la poesía.

El ruido de ciudad en los cristales

acabará por ser tu única música,

y las cartas de amor que habrás guardado

serán tu última literatura.

(De Aguafuertes, 1995)

Mujer de primavera

Detrás de las palabras sólo te tengo a ti.

Triste quien no ha perdido

por amor una casa.

Triste el que muere

con un aura de respeto y prestigio.

Me importa lo que sucede en la noche

estrellada de un verso.

(De Edad roja, 1991)

Buena suerte

Suerte tenga quien ame este silencio

de la palabra escrita y a una amiga

con unos ojos de color madera

para envejecer juntos.

Sólo un vago temor por esta hija

que no saldrá jamás de su niñez,

tesoro y ruina

de aquel mármol de vuestra juventud.

El humo de la pira está en tus ojos:

Suerte tenga quien ame este silencio

de la palabra escrita y a una amiga

con unos ojos de color madera

para envejecer juntos.

(De Restos de aquel naufragio, 1975-1986)