Image: El poeta de la contracultura

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Poesía

El poeta de la contracultura

18 enero, 2019 01:00

Thom Gunn

Celebrado en su juventud como uno de los poetas más prometedores del Reino Unido, Thom Gunn cruzó el charco para convertirse en portavoz de la rompedora generación de los 60. El escritor y editor Gonzalo Torné lleva años empapado en el universo del autor, que en su poemario El hombre con sudores nocturnos, que acaba de traducir para Alba Editorial, encaró al enemigo que destruyó aquella utopía, el SIDA.

Podríamos dividir a los poetas en dos grandes familias: aquellos que se pasan la vida entera habitando el mismo paisaje y entre la misma gente, de donde extraen la inspiración y la fuerza poética, y aquellos que recurren al desplazamiento incesante para remover y activar las energías creativas. Podríamos hablar de poetas sedentarios y poetas viajeros, pero Thom Gunn (Gravesend, Kent, 1929-San Francisco, 2004) no encajaría en ninguno de los dos supuestos. Su trayectoria nos obliga a pensar en una tercera especie: la que abandona su país natal para instalarse en otro, donde arraiga y madura como poeta.

En su Inglaterra natal Gunn enseguida fue celebrado como una promesa de primer orden. Cyril Connolly dio la voz de aviso, y en las cábalas de colegas como Auden, y de numerosos críticos, el nombre de Gunn empezó a citarse, casi siempre en compañía de Ted Hughes, como el gran talento masculino de su generación. La poesía juvenil de Gunn destaca por un estilo impasible (o mejor: estudiadamente distante) y una notable imaginación plástica, y se inclina por retratos vigorosos, exhibiciones de fuerza y alabanzas de la juventud.

Gunn habría podido progresar en este sendero pero se ena-moró de un chico estadounidense, Mike Kitay, y juntos planificaron una aventura migratoria: de la todavía represiva Inglaterra, que aceptaba a regañadientes la homosexualidad, se trasladaron a San Francisco, donde toda una generación experimentaba con nuevas formas de organización vital (comunas, drogas) y donde se respetaban las diversas preferencias sexuales. Gunn se incorporó al profesorado de la Universidad de Stanford y si hay que creer a Edmund White empezó a llevar una doble vida: "serio e intelectual durante el día, y drogadicto y sexual durante la noche, siempre era el último en irse de las comunas".

Ni siquiera en Estados Unidos durante los años sesenta y setenta esta vida contracultural estaba despojada de enemigos; pero quien la desarticuló, masacró a muchos de sus protagonistas y devastó el ánimo de los supervivientes fue un antagonista microscópico e inesperado: el virus del SIDA.

Gunn no llegó a desarrollar la enfermedad, ni siquiera se contagió, pero hacia 1992 publicaría un libro donde condensa las experiencias de aquellos años: El hombre con sudores nocturnos. Sin miedo a incurrir en la menor exageración podríamos decir que este poemario que levantaba el acta más estremecedora de aquellos años oscuros, que contra pronóstico desprendían unas sombras acogedoras, luminosas, intensamente humanas.

'El hombre con sudores nocturnos' no es un libro angustioso. Transmite un respeto sereno por la debilidad

Pronto volvemos a estas extrañas sombras luminosas, de momento detengámonos en las reacciones al libro. Neil Powell aseguró de inmediato: "Gunn ha recuperado el poder de la poesía para dar cuenta de una catástrofe humana", y años después el exquisito ColmTóibín describía de manera inmejorable el tono del libro: "Una forma relajada, impersonal, repleta de sentimientos detallados, y elocuente sin recurrir al exhibicionismo". Ambas citas enmarcan el libro: Gunn explora en una especie de travelling macabro (una danza de la muerte contemporánea) los efectos de la epidemia, al tiempo que aleja la tentación de la jeremiada o del subrayado moral; los poemas están artísticamente muy elaborados, y gran parte de la emoción que transmiten proviene de la determinación con la que Gunn mantiene el material a distancia del ojo del lector, que jamás se siente avasallado, a quien nunca se le intenta imponer lo que debe sentir; Gunn está convencido de que a su debido tiempo el poema provocará en el lector lo que tenga que producir.

Si quieren comprobar estos poderes pueden empezar por el poema que da nombre al libro, donde en menos de treinta versos Gunn captura con enorme precisión el miedo que le asalta de madrugada cuando le visita la certidumbre de que la carne ("Crecí mientras exploraba / un cuerpo en el que podía confiar / el riesgo me fortaleció") no le protegerá indefinidamente ("el escudo que me dieron estaba resquebrajado") del deterioro del porvenir. Además de propiciar los inevitables sudores nocturnos la conclusión le permite a Gunn desenvolver una imagen impactante en la que se invierten los papeles habituales y la conciencia trata (convencida de que es un esfuerzo del todo inútil) de proteger a su viejo y querido escudo: "Parado de pié donde estoy / abrazando mi cuerpo / como para protegerlo de / los dolores que lo atravesarán / como si las manos fueran capaces / de repeler una avalancha".

En los poemas de El hombre con sudores nocturnos han desaparecido las perspectivas vigorosas y el enaltecimiento del físico juvenil. Lo que aquí se nos muestra es un catálogo de la debilidad abordada desde muchas perspectivas. La primera, por supuesto, la del propio sustentáculo físico amenazado por la enfermedad; pero también afectiva (los primeros asomos de la vejez, el miedo a la soledad, la dificultad para relacionarse con familiares separados por un océano) y económica (Gunn tiene un ojo prodigioso para versificar sobre los vagabundos, los pobres, los que viven a salto de mata, los trabajadores ambulantes...). Su poesía es social en un sentido sorprendente: el SIDA parte en dos la vida de los enfermos, pero Gunn no se limita a registrar los cambios de conciencia y las alteraciones fisiológicas también recorre los nuevos espacios comunes: hospitales, salas de espera, morgues, incluso el más allá.

Lo más prodigioso del talento poético de Gunn es que de toda esta panorámica de angustia no se desprende un libro angustioso. Aquí proliferan las sombras luminosas que mencionaba antes. Sin deponer ni por un segundo su intenso odio hacia la enfermedad Gunn se las arregla para transmitir un respeto sereno por la debilidad, normalizándola como un aspecto más de la aventura humana. Y lo hace desde una perspectiva un tanto insólita dentro de su poesía: la del cuidado. Decenas de personajes en estos poemas están preocupados por otros, ocupados en mejorar la vida de los enfermos y de los desposeídos, el abrazo que la conciencia sudorosa se proponía darle a la carne se transforma en un abrazo fraterno: la manera en cómo nos apoyamos los unos a los otros, cómo nos acompañamos, cómo nos resistimos a dejarnos caer.

@gonzalotorne