Rafael Cadenas. Foto: Manuel Sardá

Pre-Textos. Valencia, 2016. 84 páginas. 15€

A la poesía del venezolano Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930), premio FIL en 2009 y reciente ganador del Federico García Lorca, que incompresiblemente carece de galardones de sobra merecidos como el Reina Sofía, el Príncipe de Asturias o el mismísimo Cervantes, este lector llegó gracias a Obra entera. Poesía y Prosa (1958-1995), publicada aquí por la editorial Pre-Textos (con prólogo de Darío Jaramillo Agudelo) y en México por el Fondo de Cultura Económica. Antes, leímos sus poemas en distintas antologías ultramarinas, donde nunca faltaba, y en la que editó Visor en 1999. Luego, tras un largo silencio, vio la luz Sobre abierto (2012), al que se suma ahora el libro que comentamos.



Continúa en la senda del anterior, de absoluto misterio y despojamiento, de "desaprendizaje", y, junto a todos los demás, forma parte de una obra única, por unitaria y por diferente.



Se abre con el famoso haiku de Basho: "Un viejo estanque: / salta una rana, / ruido de agua". "Uno no sabe por qué escribe lo que escribe, yo no sé qué ha sido para mí lo que la rana fue para Basho", comentó Cadenas en una entrevista. Y en un verso: "No desdeñes nada. / La rana le dio a Basho / su mejor poema".



Esa recurrente rana vuelve y con ella su enigmático salto. La anécdota de cómo fue compuesto está detrás de unos versos escritos en su particular forma de "trípticos", una estrofa cadeniana muy parecida al haiku. Con ella regresa, paradójicamente, el instante, el presente ("pues como sabe que nadie conoce el futuro / se ahínca en el ahora perenne"), lo inmediato, solo tiempo que en verdad conocemos, clave de ese famoso poema. Y las enseñanzas del Tao, una constante en la singular obra del autor de Intemperie. Y el amor al idioma, un asunto al que ha dedicado penetrantes ensayos, ejemplificado aquí en poemas como "Fidelidad" y "La deuda de las palabras".



A Karl Kraus, referente de esa defensa a ultranza de la lengua, dedica uno de los poemas con nombre del conjunto. Con él, Dante (en Florencia), Anna Ajmatova ("la suplicante"), Spinoza, Kennedy, Lord Chandos o Hölderlin y más en concreto Zimmer, el carpintero que lo albergó ("alabado sea ese artesano") cuando el poeta alemán, que a todos se dirigía como "su excelencia, majestad, / su señoría", enfermó. En defensa de la dignidad leemos allí: "Rehúso creer / que sea necesario estar demente / para tratar con esa misma / reverencia a cualquier ser humano".



La ascesis y el desaprender, la ausencia de énfasis ("Porque cuando te avienes / a hablar / lo haces sin énfasis"), está en el ADN poético de Cadenas, que no deja de ser un poeta ático. Y la mirada ("Lo que salva de los escombros"), siempre "a la mira de lo que ocurre", como estado de ánimo. "Recibe tu alrededor / como un amante", leemos.



Cadenas ha escrito: "Me atrae la escritura cercana al diario". Lo comprobamos en este libro de nuevo, donde los versos parecen surgir con la naturalidad de la anotación, cercana al habla.



Un poema extraordinario le perseguirá, como le ha atosigado el genial "Derrota". Se trata de "A un querido emperador", donde dice de Marco Aurelio: "Nunca usó el lenguaje para encubrir / la realidad o superponerla otra". O: "Como estoico, era austero".



En el poema final alude a "lo que escribí", a "lo que hice" y a "lo que dejé de hacer". En ese orden, "Me pertenece", dice; "debo acogerlo", añade; es "el reverso que me completa", concluye.

La deuda de las palabras

El filólogo las espía

les averigua su vida

lugar de nacimiento,

fecha, linaje, eclipses,

regresos, qué desean,

cómo vinieron a dar aquí

donde se esconden para no ver,

a qué hora sufren o si aún cantan.

Hace tanto se amigó con ellas.

Les reprocha, eso sí que se vuelvan

cortesanas, que se alquilen,

que se deshonren,

pero sobre todo que cuando los dictadores

las usan, ellas no les queman los labios.