Karl Kraus retratado por Óscar Kokoscha en 1925

Ed. de Adan Kovacsics. Acantilado. 553 pp., 36 e. / Acantilado. 363 pp. 24 euros



La primera razón que se le viene a uno a las mientes para ensalzar la figura del ensayista, aforista y poeta austriaco Karl Kraus (1874-1936) es su vigencia: lee uno algunas de las miles de páginas que publicó en "La Antorcha", la revista que dirigió desde 1899 hasta su muerte, y asombra la absoluta pertinencia de éstas respecto a muchas cuestiones que aún debaten las sociedades contemporáneas. Con una salvedad, que ningún lector actual pasará por alto: bajo la limitada libertad de imprenta de la que se gozaba en un Imperio Austrohúngaro que acababa de remozarse de un liberalismo superficial, Kraus acertaba a decir cosas que las aparentemente más abiertas sociedades contemporáneas no habrían permitido. Sus burlas y ataques a los tribunales de justicia le habrían valido hoy día más de una condena por desacato; y su constante crítica a la perversión del periodismo partidista y venal, al arte subvencionado y al lenguaje empobrecido por los lugares comunes, le habrían valido sin duda el ostracismo y el silenciamiento de la intelectualidad complaciente y los medios de comunicación.



La Viena de finales del siglo XIX y principios del XX, no obstante, sigue fascinándonos por su dinamismo y por su condición de ser un prototipo de la complejidad social y política que había de caracterizar al siglo entrante. Como demuestra la monografía que Sandra Santana ha dedicado a la Viena de Karl Kraus, no son casuales las concomitancias entre el trabajo de este gran crítico de la sociedad y el que llevaron a cabo el arquitecto Adolf Loos, adelantado del racionalismo, o el músico Arnold Schönberg; como tampoco lo es que la labor de éstos pueda parangonarse fundadamente con la de otros maîtres à penser: vieneses algunos, como el filósofo Wittgenstein o el psiquiatra Sigmund Freud; o procedentes del ámbito cultural alemán en general, como Nietzsche, Elias Canetti y otros.



Sugiere Santana que este dinamismo, traducido en implacable crítica del sistema, tiene su origen en las peculiaridades políticas y sociales del Imperio en trance de disolución y de la inestable república austriaca que había de sucederlo. La desconfianza de Kraus hacia el lenguaje establecido, señala, no es sino una manifestación más del desarraigo lingüístico que afectaba a buena parte de la sociedad austriaca: en el Babel lingüístico y étnico que fue el Imperio, el alemán fue para muchos un idioma impuesto o aprendido, al tiempo que para otros era una lengua en repliegue ante la creciente reafirmación de las otras lenguas del Imperio.



Lo cierto es que los escritos de Kraus en "La Antorcha" -de los que acaba de publicarse una amplia antología- suelen esquivar la cruda teorización de estas cuestiones, y prefieren partir siempre del pormenor concreto, de la noticia recién aparecida, para espolear a partir de ellos a los poderes establecidos. Sus diatribas son a veces largas y confusas, cuando no un tanto indigeribles para el lector contemporáneo; pero abundan siempre en iluminaciones súbitas y en certeros destellos de sarcasmo e ironía. Especial interés tienen para nosotros sus "glosas y apuntes", constituidas por breves anotaciones sarcásticas, a veces meros subrayados, de noticias aparecidas en la prensa. Abundan los dardos dirigidos a la hipócrita confusión entre ley y moral (sexual, sobre todo), que contaminaba muchas decisiones judiciales y los consiguientes juicios periodísticos paralelos. Llama la atención la contundencia con la que Kraus defiende la no intromisión de los poderes públicos en las vidas privadas de los ciudadanos, así como la que emplea para poner de manifiesto cómo estas intromisiones frecuentemente tenían como víctimas a las mujeres, para quienes un desliz sexual es siempre una agravante en cualquier delito; lo que no parece ser óbice para que, en aparente contradicción con esta línea de pensamiento, Kraus creyera firmemente en la inferioridad intelectual de la mujer...



Errado o no -según, claro está, nuestros propios valores-, Kraus demostró siempre una insobornable independencia de juicio; lo que le ha valido, no sólo la estima de las mentes más preclaras de su tiempo, sino también nuestro reconocimiento actual y nuestro retrospectivo asombro ante el hecho de que todavía echemos de menos espíritus así en nuestras sociedades.