Antonio Cabrera. Foto: Daniel Fuster

Tusquets. Barcelona, 2016. 128 páginas, 13€

Antonio Cabrera (Medina Sidonia, 1958, pero establecido en la Comunidad Valenciana) publicó su primer libro tarde, a los cuarenta y dos años, pero lo hizo por la puerta grande: premios Loewe y de la Crítica. A En la estación perpetua le han seguido: Tierra en el cielo, Con el aire y Piedras al agua.



Si bien su nombre falta en los primeros recuentos generacionales, pronto pasó a formar parte de un grupo de poetas valencianos que se encuentran en el centro de la promoción de los 80 o de la Democracia, con Gallego y Marzal al frente; dignos continuadores de Gil-Albert, Brines (dios tutelar), Simón, Siles o Talens.



De formación filosófica, Cabrera ha transitado los caminos de lo meditativo (poesía metafísica, según algunos) y ha tenido en la Naturaleza su principal fuente de inspiración. Su raíz romántica es evidente. Este libro, donde regresa con su voz decantada, vuelve a confirmarlo. La cita de Gautier es elocuente: "Soy un hombre para quien el mundo exterior existe". Otra de Cadenas fija el rumbo. Y el tono, esa voluntad de retracción y esencialidad propia de cualquier poeta ático.



Desde el principio, árboles y pájaros. Y campo. La misma precisión que usa para componer sus poemas le caracteriza en tanto que botánico y, sobre todo, ornitólogo. A partir de una palmera o un almez, una sabina o un abedul, de un águila migrante, un buitre o un ruiseñor, Cabrera lleva lo descriptivo a lo simbólico y traza, siempre desde la cercanía y la realidad, a través de un riguroso proceso contemplativo anclado en la observación y la mirada, un sutil discurso propio de alguien que piensa, sí, pero que sobre todo siente, un ser sensitivo, algo que me ha recordado a César Simón.



Poesía solar y mediterránea: "La luz no se captura. Mirarla nunca sacia". Él, "un ser erguido en tierra solitaria". Alguien que aprecia en las cosas los detalles, lo pequeño, lo sencillo, como el muro del bancal: "Nada reclama, nada necesita". "Pensé en el puro suelo, /el nunca redimido". Todo queda dicho sin alardes, con genuina naturalidad: "¿Cómo pasan al poema las cosas que suceden?", se pregunta. "Nunca luce excesivo sino intenso", podría decirse de su poética.



En "Autorretrato", después del viaje, ya en su cuarto, escribe: "Soledad, ahora sí, / ya puedes ser el fondo informe y fiel / de mi retrato".