Aníbal Núñez. Foto: Archivo

Calambur. Madrid, 2015. 722 páginas, 30€

Se habla con frecuencia de la voz propia que caracteriza y distingue a un poeta y del mundo único que ha sido capaz de fundar; sin embargo, en pocas ocasiones tenemos la oportunidad de comprobarlo de una forma tan radical y fehaciente como al leer la poesía de Aníbal Núñez (1944-1987). En edición de Vicente Vives, se reúnen sus poemas de manera definitiva. Lo digo porque se mejora la de por sí excelente Obra poética (Hiperión), hasta ahora referente canónico.



De la vida dañada de Núñez se ocupó Fernando R. de la Flor. La suya fue la existencia fronteriza de un "insumiso" ("Perdonad, ante todo, mi posición al margen"), "en la intemperie social y literaria" (Vives dixit). Lejos de lo que sus coetáneos novísimos defendían; no obstante, pocos versos han soportado el paso del tiempo con la entereza de estos.



Doce libros en veinte años es el legado. "Dispuesto y pensado" por el poeta, si bien fueron saliendo sin respetar la cronología con la que fueron compuestos. En 1974, annus mirabilis, escribió cuatro. Tampoco sus respectivos editores siguieron siempre esas indicaciones, por eso esta edición que corrige algunos descuidos. A esos libros, cada uno con su aclaratoria nota al frente, se añaden un poema largo, algunos sueltos y tres plaquettes. Así, en este orden, Poesía reunida agrupa 29 Poemas (catorce suyos, el resto de Ángel Sánchez), Fábulas domésticas, Naturaleza no recuperable, Estampas de ultramar, Definición de savia, Casa sin terminar, Figura en un paisaje, Taller del hechicero (donde se demuestra su condición de adelantado), Alzado de la ruina (para uno, su mejor libro), Cuarzo (otra obra maestra), Trino en estanque, Memoria de la casa sin mención al tesoro y a su leyenda antigua, Gormaz a sangre y fuego (con dibujos de Núñez, pintor además de poeta), Clave de los tres reinos (que le reportó el único premio literario de su vida, el extremeño Constitución), Primavera soluble y Cristal de Lorena.



De la lectura de Núñez se deduce que su poesía es compleja (no complicada) y que su tono, presente desde su primera entrega, tiene mucho que ver con el lenguaje y, más en concreto, con la sintaxis, tan singular como todo lo suyo. Sánchez Santiago se ha referido a "otro idioma": "Aquella música que nunca / acepta su armonía es armonía". Una poesía fragmentaria que no desdeña la ironía ni el desengaño; que, paradójicamente ("no hay nada que decir"), se repliega y hermetiza. Una poesía, en fin, que no sabemos muy bien de dónde viene, aunque continúe una tradición culta, y que no admite discípulos, salvo a distancia.



La mirada y el paisaje de sus versos le hacen también distinto y le separan, de nuevo, de su generación. Sus ruinas no son ni exóticas ni suntuosas, sino las de la "aridez carpetovetónica" de pueblos deshabitados y casas abandonadas en la periferia de su ciudad natal donde la naturaleza aún prevalece. Con todo, no fue un poeta agropecuario y basta con viajar por su cosmopolita Estampas para verificarlo.



Anoto un error y una ausencia: Casa sin terminar apareció en La Centena, colección dirigida por Antonio Gómez y no por una figura capital en la defensa y promoción de esta obra: Ángel Campos Pámpano. Falta en la bibliografía la preciosa edición de Alzado de la ruina que publicó Delirio en 2014.



Valente definió a Aníbal Núñez como "frágil y duro, como el cuarzo, entre tantos supervivientes fraudulentos". Los que tengan la fortuna, como dice Vives, de leer por primera vez su poesía lo podrán constatar. Sus lectores, confirmarlo.