Claribel Alegría. Foto: Arnulfo Agüero

Visor. Madrid, 2015. 392 páginas, 14€

Las huellas modernistas de Rubén Darío no han sido seguidas por los principales escritores nicaragüenses nacidos en el siglo XX. El vanguardista y satírico Joaquín Pasos, de vida breve, y José Coronel Urtecho, Ernesto Cardenal o Gioconda Belli, de obra extensa, eligieron otros caminos estéticos. Claribel Alegría (Estelí, 1924) pertenece a la generación de Cardenal.



Benjamín Prado escribe el prólogo de Pasos inciertos, antología de Claribel Alegría, una muestra de 149 poemas correspondientes a 17 libros. Prado define en cinco páginas el envoltorio y la sustancia del volumen. Menciona la transparencia expresiva, el deseo insistente de celebrar la vida, la denuncia política. En los versos últimos, con tono más grave, la poeta evoca los mitos clásicos.



Influida en sus inicios por Juan Ramón Jiménez, de quien fue amiga, Claribel Alegría publicó Anillo de silencio en 1948. Unas composiciones con viento, lámpara, fuente, despedida. Les siguen once sonetos de amor contra el escombro, la tierra invernal, el veneno. Y, ya en 1955, el poema que da título genérico a un libro, Acuario, sintetiza la personalidad de la creadora. El texto refleja distintas facetas de una fragilidad íntima. La poeta llama acuario a su refugio quebradizo. Enfrente, un gesto o los "pedruscos agrios" que le lanzan quienes viven a su lado. Alegría repite la palabra "ceiba" y, con madurez literaria, escribe una carta al tiempo. También identifica ingeniosamente a las personas con los utensilios y ve púas o cucharas en sus rostros y comportamientos.



A partir del año 1960, Claribel Alegría transmite las conversaciones con su vecindario muerto, redacta el epitafio para un perro, nos dice que ve un abismo de voces. Hereda la derrota del abuelo y retrata al padre en "Se hace tarde, doctor". La escritura es sensual, ligera. A menudo consigue un grado notable de libertad. Sobre todo cuando en sus versos los amantes miden desamparos. Y destaca el poema "Documental". Con él empiezan sus críticas sociales. Usando una ironía sutil y un léxico amplio, resume la situación de su país y continente. Cita animales (iguanas, perros), árboles (jocotes, tamarindos) y alimentos (pupusas, tasajos) para explicar la convivencia entre los hombres en un ambiente de dictadura, cabañas, analfabetismo.



Santa Ana, la ciudad salvadoreña donde Claribel Alegría pasó su infancia y adolescencia, es aludida en varios escritos. También Izalco y su volcán. La euforia tiene matices sombríos en poemas largos de versos cortos. Antes del homenaje a Roque Dalton, la autora sueña que es un árbol; se sacude y caen las hojas que eran un hermano, un amigo, los dioses amarillentos. De súbito, "todo es llaga en las calles" y ella se siente "cementerio apátrida". Las ocho páginas de la composición "Raíz madre" son emocionantes. Convertida en anélido, la madre de la poeta es analizada minuciosamente. Después Alegría observa a un solitario que danza porque quiere que su propia sombra se deshaga en añicos. En "Los sueños no saben dónde huir", la escritora se contempla recluida en un abismo. Vive en "el infierno / un gran pozo de muros transparentes / donde el tiempo da vueltas".



Faetón, Hécate, Odiseo, Artemisa, Medea, Prometeo, Isis o Judas Iscariote desfilan en la parte final de Pasos inciertos. A mi juicio, el interés literario decae en algunas composiciones sucintas y en los seis poemas en prosa de Luisa en el país de la realidad. Sin embargo, el conjunto de la obra de Claribel Alegría nos comunica una voz poética de evidente fuerza.



@FJIrazoki

Tamalitos de Cambray

Dos libras de masa de mestizo

media libra de lomo de gachupín

cocido y bien picado

una cajita de pasas beata

dos cucharadas de leche de Malinche

una taza de agua bien rabiosa

un sofrito con cascos de conquistadores

tres cebollas jesuitas

una bolsita de oro multinacional

dos dientes de dragón

una zanahoria presidencial

dos cucharadas de alcahuetes

manteca de indios de Panchimalco

dos tomates ministeriales

media taza de azúcar televisora

dos gotas de lava del volcán

siete hojas de pito

(no seas malpensado es somnífero)

lo pones todo a cocer

a fuego lento

por quinientos años

y verás qué sabor.