Pilar Adón

La Bella Varsovia. Córdoba, 2014. 52 páginas, 10E

Tras el eco favorable conseguido con la edición de su segundo libro de cuentos, El mes más cruel, el nombre de Pilar Adón (Madrid, 1971) se asocia a la literatura selecta. Traductora de varios autores de lengua inglesa, ha publicado dos conjuntos de relatos, una novela, tres poemarios.



Distribuidos en dos secciones ("El mundo hueco" y "Decálogo"), los treinta y dos poemas de Mente animal no llevan más título que la numeración romana. La ausencia de ornamentos superfluos queda patente desde las primeras composiciones. Sin embargo, la austeridad formal no dificulta las sugerencias. Al contrario, las acentúa: "Cuando las campanas suenan aúllan los perros / en un suelo de cristales". Insectos, zorros, ratones, lobos, culebras y hojas caídas ocupan un paisaje poderoso. En dicho escenario, la presencia humana es huidiza, predadora, suicida. Los hombres construyen sus viviendas con las piedras robadas de un puente o de una granja. Sentada de espaldas a las luces del amanecer, la escritora nos dice que unos años idénticos rompen los cuerpos. Lo repite de manera variada y con una punta de sorpresa: "He visto la sucesión de esferas / en un plano liso de sutilidad y abandono".



Fernando Aramburu analizó en su día "la técnica de narrar mediante recursos elusivos" de Pilar Adón. Es inevitable pensar que su prosa tiene coincidencias con la de Chéjov. En los versos, la poeta utiliza un método parecido para reflejar su mundo íntimo. La fuerza de las imágenes nos llega gracias a la combinación de incógnitas y suaves afirmaciones. Como si la extrañeza y el dolor hubiesen tomado la forma de una pregunta o una insinuación. Todo está transmitido con belleza sobria y profundidad fría que ganan con la relectura. Cuando menos lo espera el lector, unas palabras rotundas: "Florecerá la rama que me raja por dentro".



A mi juicio, "sutileza" es el vocablo que mejor define este poemario. No existe ningún exceso expresivo en Mente animal, y los pocos elementos que usa Pilar Adón le bastan para crear una atmósfera de enigmas y expectativas. Logra además que no tengamos un comportamiento pasivo ante sus textos. Al acabar la lectura de cada poema, nos vemos obligados a añadir otras interrogaciones, una salida, algún refugio emocional. La ilustración de Laia Arqueros y las líneas de Manuel Longares en la contracubierta completan los aciertos de la obra. En definitiva, he aquí a una autora cuyo talento evita los caminos trillados.