Estatua de Lao Tse en Quanzhou

Traducción de Fernán Alayza y María A. Benavides. Visor. Madrid, 2013. 298 páginas, 12 euros

Aunque aumentan las discrepancias entre los investigadores actuales, se supone que Lao Tse vivió en el siglo VI antes de Cristo. Quizá contemporáneo de Confucio, se le representa subido a un búfalo de agua o en diferentes actividades, pero ni siquiera está probado que haya existido. Para los creyentes es una indiscutible deidad. Le atribuyen la escritura del Tao Te Ching, base de la corriente filosófica china llamada taoísmo.



Al peruano Fernán Alayza y a la brasileña María A. Benavides, separados por cuarenta y cinco años de edad, los une el rigor profesional. Han traducido directamente del chino al español los textos del Tao Te Ching (o Urdimbre verdadera del Camino y su virtud), como antes lo hicieran con algunas obras de Confucio. No ocultan un método de trabajo consistente en elegir la precisión en lugar de los adornos literarios. Son asimismo los autores de las páginas esclarecedoras del prólogo. A fin de mitigar nuestras dificultades, explican varios de los términos que usan. El lector les agradece otro placer: los sinogramas del "chino alto antiguo" van con la compañía discreta de su transcripción en pinyin, que nos ofrece la fonética china en alfabeto latino. Esto añade una modesta cercanía musical.



Dividido en ochenta y un capítulos, el Tao Te Ching aglutina filosofía, didactismo, recomendaciones para los gobernantes. Para quien no haya nacido en una cultura oriental y desconozca las claves de dicha tradición es también un conjunto de paradojas envueltas en aforismos poéticos. Por eso su lectura rara vez nos produce las impresiones de unas certezas cerradas. Sentimos el alivio en las contradicciones. Por ejemplo, como señalan Alayza y Benavides, Lao Tse aconseja al príncipe, sus palabras lo orientan en acciones de gobierno o guerra, al tiempo que cifra la sabiduría en la figura de un anacoreta sin obligaciones. Los ideales de "no acción" y pasividad ante la naturaleza que carece de fines están rodeados de dudas.



Como Lao Tse desea anular los esquemas del racionalismo, muchas de sus frases resultan ambiguas. Los estudiosos consideran que la indeterminación se debe en parte a los sinogramas, que permiten mayor capacidad interpretativa. De ahí la abundancia de variantes. Además, el hecho de que el texto original no tenga signos de puntuación impide las traducciones definitivas. Una de las palabras del título en español, "urdimbre", con su significado de hilos verticales y horizontales colocados paralelamente en un telar, da idea exacta del contenido de la obra. Sin embargo, las imágenes del Tao Te Ching son de una sencillez extrema y su aparente ingenuidad no excluye a nadie. Han sido creadas con elementos domésticos y del paisaje (caña, arcilla, leño, valle, torrente, aguacero) o mediante contraposiciones (corto, largo; anterior, posterior). Los objetivos de vaciar la mente, no admitir responsabilidades y renunciar a las posesiones están transmitidos de múltiples maneras, y siempre con nitidez. En bastantes de los capítulos encontramos elogios de la sobriedad: "El que camina bien no deja huella". La sabiduría la plasma un solo sinograma que encierra las figuras de un hombre y una montaña. Y son especialmente atinadas las líneas donde el filósofo expresa que quien ha adquirido conocimiento "fulgura pero no deslumbra".



Opino que es correcto publicar el Tao Te Ching en una colección de poesía. Sobre todo cuando va a difundirse en países en que el contenido poético de la obra resulta más accesible que su filosofía. Entrar con acierto en el taoísmo y su literatura es difícil para una mentalidad formada en Occidente. No pocos charlatanes han aprovechado la niebla entre las culturas alejadas. La atractiva edición y las explicaciones claras de los traductores y prologuistas de este libro ayudan a disipar esa niebla.