Poesía

Guillermo Carnero y Vicente Luis Mora. Dos generaciones poéticas, un novísimo y un nuevo, cara a cara

12 enero, 2006 01:00

Guillermo Carnero (Foto: Roberto Milán) y Vicente Luis Mora (Foto: J. Martínez)

Sostiene Carnero que Fuente de Espejo es un paso más -“otra vuelta de tuerca” dice él- respecto al anterior, Espejo de la gran niebla (2003), una prolongación de la misma reflexión pero en otro sentido. “En Espejo... -explica- prevalecía la relación entre realidad y vida y emoción, y la memoria que los conserva, y la escritura que los recrea, y aquí voy más allá, para preguntarme cómo la visión del mundo se convierte en terreno de expresión cultural y condiciona la misma realidad, a través de un diálogo sobre la vida y la estética”. Reconoce, eso sí, que ha pasado estos últimos tres años “cargando cabeza, sensibilidad, sentimientos y emociones hasta llenar la batería poética y volcarla en este libro”. Vicente Luis Mora, en cambio, asegura que “si lo he hecho bien, deberían ser libros diferentes, aunque en el anterior, en Nova, habrían de notarse gestos, ambiciones, que luego tomarán cuerpo en Construcción. No obstante, Construcción es mejor libro, más ambicioso, más afectivo, más dotado de voz y, sobre todo y por fortuna, menos nihilista y destructivo”. Tampoco coinciden al analizar nuestra poesía y contestar a una misma pregunta: ¿qué ha pasado para que la poesía de la transición, 30 años después, esté casi olvidada? Guillermo Carnero: No sé si estoy de acuerdo... Como en todo en la vida, en esa poesía hubo esperanzas poéticas que se cumplieron, vías que se recorrieron mejor y peor, y algunos poetas frustrados. De aquel momento ha quedado un concepto de poesía que hoy es considerado clásico y que no podemos dar por no existido. Queda la obra de los mejores, de los que han construido una obra más homogénea o conseguido una mayor expresión poética. Cuando la batalla se olvida, queda lo esencial a disposición del futuro. Y que los jóvenes hagan lo que les apetezca con ello, o lo olviden. Barral lo decía con una frase certera: solemos enemistarnos con nuestros padres y al final nos encontramos con los abuelos. A nosotros nos pasó con el 50 (nuestros padres) y el 27 (los abuelos), a los de la experiencia les pasó con nosotros, y a los de los 90, con ellos. Aunque los creadores con personalidad poética fuerte siempre están al margen de esas tensiones generacionales y de las modas, porque reconocen lo bueno que hay en cualquier generación. Vicente Luis Mora: No creo que esté olvidada, lo que está es subsumida en referencias culturales que desbordan lo literario. Lo que ha cambiado de 1980 a hoy es que entonces había aún, ya en crisis, un concepto literario de hacer poesía: hasta los primeros pasos de la nueva sentimentalidad granadina se daban con Hammet y Chandler de fondo: otros libros, en vez de los Stevens o Fitzgerald de los novísimos. Hoy una generación no marca, por influencia o aversión, a la siguiente. Miseria cultural -El primer libro de Carnero, Dibujo de la muerte (1967), remitía al prólogo de las Prosas profanas de Rubén Darío: “detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer”. ¿Tiene todavía razones para detestarla? G. Carnero: Sin duda alguna,vivimos en tiempos de miseria cultural, y soy muy pesimista. Yo creo que estamos en un momento negativo en el terreno cultural, de revolución, porque el concepto tradicional de cultura (el libro, el museo) está siento puesto en duda y hay otras fuentes de cultura popular sin esa definición, como lo audiovisual, que la está desplazando. Ese es el reto que la poesía tendrá que asumir si quiere sobrevivir. -¿Y usted que opina? V. L. Mora: Lamento contradecir a Carnero, pero creo que hay que hacer justo lo contrario. Hay que enterrar a Machado: la poesía ya no es palabra en el tiempo, sino “palabra en el espacio”. La referencia está dejando de ser Baudelaire, para volver a Mallarmé, y concebir la página como un campo de batalla, un campo de pluma (Góngora, disculpen el chauvinismo), un patio de juegos. Es una simple consecuencia de la cultura globalizada de la televisión, el cine e Internet. No fuimos los mismos niños, así que no podemos ser los mismos adultos. Lo audiovisual no es un desafío: es la vida en el siglo XXI. Hago mía una frase de Philip K. Dick: “si no les gusta este mundo, deberían ver alguno de los otros”. La miseria es seguir escribiendo hoy como Machado. Ni el propio Machado lo haría. La experiencia agotada -¿Qué fue de la poesía de la experiencia, se ha diluido entera? G. Carnero: No sé si se ha diluido, pero se ha agotado con el paso del tiempo. Los poetas de los 80, los de la experiencia, comenzaron reivindicando la de los 50, pero el tiempo ha demostrado que ésta no se agotaba en lo social, en Celaya o Blas de Otero, y que se podía leer de manera más profunda de la que ellos hacían. Jaime Gil no era igual que José Agustín Goytisolo, y existían líneas y voces que los de la experiencia ignoraron, como a Brines o Claudio Rodríguez. -¿La dispersión de sus protagonistas (García Montero, Benítez Reyes) demuestra que el compromiso en poesía tiene ya poco que decir? V. L. Mora: La dispersión de la poesía experiencial demuestra que sigue teniendo razón la segunda ley de la Termodinámica. Y no veo clara la asociación con el compromiso, que relaciono más con Riechmann, cierto Méndez Rubio y el grupo valenciano de Alicia Bajo Cero. Sustentando que toda poesía es comprometida y toda escritura ideológica, como dijera Orwell (con razón), el problema de la poesía de la experiencia no ha sido su compromiso, más de conciencia civil que político, sino los estrechos parámetros que se fijaron en un principio. Los escorzos hacia Claudio Rodríguez (Marzal y Gallego), o hacia Lorca y Alberti (García Montero en La intimidad de la serpiente), demuestran que el espacio era demasiado reducido hasta para ellos. ¿Amenos y exigentes? -¿No está más extendida que nunca la idea de que escribir poesía es inútil, que no interesa a nadie? G. Carnero: La poesía sigue siendo de minorías y no ha cambiado en siglos, lo que pasa es que ahora conocemos lo limitado de su difusión. Hace poco tiempo Gonzalo Santonja publicaba las últimas cuentas de Marinero en tierra, de Alberti, y eran unos 1500 ejemplares los que se habían vendido. Los clásicos se leen tan poco como los que no lo son. Vicente Aleixandre solía decir que antes del premio Nobel sus libros eran un desastre de ventas. Y la poesía más simplona tampoco gana más lectores, ése es uno de los errores más graves que un poeta puede cometer. El poético es un mercado muy limitado, la demanda no cambia ni crece y la índole del discurso poético no lo altera. V. L. Mora: Si eso es así, obligaría a una reflexión inmediata: ¿hemos hecho algún esfuerzo los poetas por ser más amenos, sin dejar de ser exigentes? Viendo las masas que acuden a las exposiciones de arte contemporáneo, ¿no deberíamos pre- guntarnos dónde hemos fallado, más que dónde ha fallado el público? Parte de ese minoritarismo viene de que la poesía no ha sabido comprender que el mundo ya no es literario, sino audiovisual; icónico y no escriturario. Hay que ganar en nuestro campo a los medios de comunicación de masas, torciendo sus métodos. Si la poesía resistió el paso a lo escrito, superará el paso a lo visual. Los peligros de la educación -Ahora que mencionan las limitaciones de la poesía, ¿no creen que el que cada Comunidad Autónoma pueda decidir los contenidos educativos hará que en unos años en Andalucía o Galicia se desconozca lo que se escribe en Valencia o el País Vasco, o lo haga en la misma medida que la poesía italiana? V. L. Mora: Que cada Comunidad Autónoma decida los contenidos educativos simplemente hará indistinguibles a nuestros hijos de la acémila común. Por cercanía, si hay alguna “cultura” que no hay que enseñar, porque nutre la calle, es la de la propia región, que aprende uno caminando, o leyendo el periódico provincial. La cultura es, por definición, el aprendizaje de lo “extraño”, de lo ajeno, para que deje de serlo. Un aprendizaje autonómico es una inversión en xenofobia. Pero para evitarlo necesitaríamos que los asesores de los Ministerios de Cultura y Educación fueran responsables, y eso es utópico, y lo es tanto para este Gobierno como para el anterior, por no citar ya al siguiente. Cuando algo no preocupa de verdad, no se estudia en serio. Y ése es todo el problema de este país con la educación. G. Carnero: Me temo que el problema va más allá del problema nacionalista y es ante todo educativo: en el ámbito familiar y en el escolar no sólo no se incentiva la cultura sino que se ejerce una influencia negativa sobre ella. La literatura tiene poca presencia y la poesía, menos que ninguna. Los nacionalismos pueden reducir el conocimiento de lo que se hace fuera de sus límites, pero, al menos, en el País Vasco se leera a los poetas vascos, y en Galicia, a los gallegos. -¿Y qué papel juega la enseñanza? G. Carnero: Esencial. Lo cierto es que la educación, y la enseñanza media en concreto, margina la literatura en general y la poesía en particular. Además, los estudiantes saben que las Humanidades tienen en este país un horizonte muy pobre y oscuro, así que cada vez menos universitarios se inclinan por la Filología, porque saben que aquí y ahora es la peor opción para ganarse la vida, y que en cambio las carreras técnicas sí tienen futuro. En mi universidad se ha reducido un 30 por ciento el número de estudiantes. En cuanto a las enseñanzas medias, el panorama es descorazonador. V. L. Mora: Esta pregunta es complicada, porque topa con lo anterior: en el caso de que los profesores quisieran enseñar en clase una poesía que “conecte” con los chicos, incluso adolescentes, ¿cuál incorporaría? ¿Gil de Biedma? ¿Juan Ramón? Yo comenzaría por los poemas futuristas al coche, por los caligramas de Apollinaire. Cuando doy lecturas a adolescentes en colegios, están aburridos todo el rato hasta que les proyecto textos del Bronwyn de Cirlot o poemas de Brossa. Entonces se produce un silencio que haría temblar a los asesores del Ministerio de Educación. Los chicos quedan fascinados. Porque es su lenguaje. ¿Cirlot y Brossa son poetas raros, o son los únicos que se han enterado de algo? A vueltas con los premios -¿Son los premios, si no la única, tal vez la mejor manera de publicar poesía hoy? G. Carnero: Lo que pasa con los premios es que, como la poesía no tiene mercado, el poeta carece de un criterio equivalente al éxito del novelista. En nuestro caso, tener éxito es vender 5000 ejemplares, porque nuestro margen es mucho menor y el concepto de éxito, diferente también. Los premios permiten que sobrevivan la poesía y el ensayo, porque en los últimos quince o veinte años el ensayo ha desaparecido como género. V. L. Mora: Si son limpios, no son mejores ni peores, son una alternativa. Pero sí es cierto que los premios hacen cierta justicia. ¿Quién trabajaría siete años gratis en un armario, o en un coche poniendo en ello lo mejor de su talento, sabiendo que no va a cobrar nada? Yo lo hice para Construcción. No me presento a premios en poesía, porque para mí publicar en Pre-Textos es un premio en sí, pero en prosa lo he hecho y quizá vuelva a hacerlo. Es legítimo aspirar a que se te pague tu trabajo. -Eso está muy bien, pero ¿no creen que algunas editoriales se han rendido a las modas y a los premios (al punto de que algunas en sus catálogos anuales sólo incluyen libros premiados, y pocos o ningún hallazgo)? V. L. Mora: Ese último hecho que cita, palmario, tiene buena parte de culpa del muy comentado proceso de decadencia (deseo que no irreversible), en el que han entrado Hiperión y Visor, por ejemplo. Dejar a los jurados la selección de la mayoría de los libros implica la renuncia al trabajo mismo de “edición”, para convertirse en impresor. Comprendo que las editoriales de poesía, salvo Tusquets y otras asociadas a grandes sellos, necesiten premios para sobrevivir, porque editar es un negocio, amén de una pasión (espero). Pero su catálogo vale más cuanto menor es la proporción entre el número total de libros editados y el de premiados. Y créame: hallazgos hay pocos. En 2005 fueron Julieta Valero (DVD), Peyrou (Pre-Textos) y Fernández Mallo (La poesía, señor Hidalgo). Observe las editoriales. Las casualidades no existen. G. Carnero: En absoluto, pero los que se rinden a las modas son los poetas que deberían saben lo que quieren decir y no dejarse influir por la línea poética imperante. Aunque es verdad que algunos premios como el Loewe han tenido una orientación determinada, a veces se dan sorpresas y el premio reconoce una dirección distinta. En realidad, depende de los jurados: si son independientes y tienen criterio, no hay peligro de que se dejen arrastrar. En cuanto a las editoriales y los premios, estos garantizan su viabilidad económica y que puedan apostar por poetas desconocidos y nuevos talentos. -Un grupo de poetas jóvenes sostiene que la crítica literaria está anticuada y no conoce sus referencias... G. Carnero: Yo creo que la crítica hoy es muy creativa y bien informada, aunque quizá le presta poca atención a los más jóvenes, que es donde hay que descubrir qué va a ser el futuro, porque presente y pasado ya los conocemos. V. L. Mora: Pero no sólo lo piensan ellos. También lo combaten revistas como “Lateral” o “Archipiélago”. Se hacen cosas, pienso en las novelas de Juan F. Ferré, que superan los anacrónicos conocimientos de los críticos al uso. Es harto necesaria una renovación, al menos parcial, de la crítica influyente de este país. -¿Hacia donde va la poesía española más joven? G. Carnero: Va en ese sentido que antes apuntaba de eclecticismo y conciliación; al menos la que conozco va por ahí, y me parece excelente. Ahora están buscando, es lo que toca, reintegrando lo que los poetas que hoy tienen 40 años hicieron en los 80, lo que hicimos nosotros en los 70, en ese movimiento pendular del que hablaba antes. V. L. Mora: Si es buena, irá hacia el fracaso. Esto es: le importará la obra en sí, le importará el silencio creador, le importará el estudio tranquilo de los clásicos de todas las tradiciones, no sólo la castellana; le obsesionará pulir, no publicar. No confundirá la antología con la ontología, el estar con el ser. No buscará salir aquí, sino salir de sí. Pero eso no son más que deseos: la poesía joven hoy, salvo eminentes excepciones, sólo busca fotos, bolos, publicaciones inmediatas, premios, calzar dos poemas decentes en un maremagno insostenible. Todo ese sinsentido se desvanecerá en el aire. -¿Qué libro aplaudido de los últimos treinta años les horroriza más? V. L. Mora: Luego me dice mi madre que no sea malo en las entrevistas, pero con estas preguntas… Pues supongo que Aire nuestro, 5. Final, de Jorge Guillén, publicado en el 81 e igual de malo que todo lo de Guillén, ese hombre sereno cuyos versos parecen grititos afeminados, y que tiene una de las reputaciones más incomprensibles que nunca he visto. Otros libros aplaudidos que me parecen auténticos “bluffs” son al menos la mitad de los últimos diez premios Hiperión. G. Carnero: No sé, alguno de la segunda época de Blas de Otero, como Que trata de España. De Otero, que tenía una gran sensibilidad y fuerza poéticas, las puso al servicio de una voluntaria facilidad, creyendo que así servía mejor a ideales nobles, pero literariamente tuvo resultados muy pobres. Muchos libros de poesía social hipervalorados, que han sido mascarones de proa, hoy no resisten un análisis. Otro poeta sobrevalorado más allá de sus méritos fue Valente: siempre me interesó muy poco, pero dio pie a una línea de poesía esteril. El mejor Valente, el último, casi abjuró de si mismo. -Y por qué autor joven (menor de treinta años) apostaría con más fe? V. L. Mora: Como supongo que Carnero citará a José Luis Rey, un nombre que me parece insoslayable (y una de las pocas apuestas de Visor, por ahí debiera ir), yo apuntaría los nombres de José Daniel García, que saca su primer libro próximamente en DVD, Antonio Lucas y Josep María Rodríguez. G. Carnero: Yo prefieron no dar nombres, porque se van a enfadar mucho los que no mencione y no sería justo. Prefiero no concretar, aunque hay muchos jóvenes poetas muy interesantes.