Luna Miguel

Lumen. Barcelona, 2018. 196 páginas. 17,90 €. Ebook 8,99 €

Luna Miguel ha conseguido amplia acogida entre lectores jóvenes a quienes, se dice, ha redimido del distanciamiento de la literatura. Su éxito se ha producido en un medio nuevo, la Red, aunque luego ha pasado a la edición libresca, y con una poesía que habla de forma desnuda y coloquial del amor. Por el puñado de poemas suyos que conozco, lo que hace en su debut como novelista con El funeral de Lolita es proporcionarle una sencilla trama argumental al mismo mundo de intereses de su poesía.



Una mujer de 30 años, Helena, periodista que ha triunfado por sus rupturistas críticas gastronómicas, recibe la noticia de la muerte de su profesor de literatura en el instituto, Roberto, 24 años mayor que ella y casado, con quien tuvo una relación amorosa. Conmocionada, acude al sepelio, recupera la relación con antiguas compañeras y trata con la viuda de su examante. El corto espacio de tiempo del viaje y el entierro provoca la agitada recuperación del pasado que constituye la materia anecdótica del relato.



En la película de la vida de Helena entran la sensación de orfandad por la muerte temprana de los padres, la trayectoria laboral y diversas aventuras sentimentales. Esta simple peripecia externa se desarrolla en cortas secuencias que buscan imprimirle velocidad a la tensión dramática de una morosa exploración intimista. Solo hay un pasaje largo, el diario adolescente de la protagonista, pero la escritura discontinua y sincopada de su contenido tiene idéntico efecto. La novela gira, pues, en torno a Helena con un doble foco de atención puesto en su nabokoviana cualidad de "lolita", que ella misma jalea, y en su pasión por la comida y el sexo.



Luna Miguel recrea la historia de Helena desde un enfoque que prima la comunicabilidad. Tal planteamiento determina una expresión directa, con oraciones simples y léxico limitado. La impresión de pobreza verbal es inevitable. A la vez quiere trascender esta prosa a propósito elemental. A este fin se apoya en imágenes, pero estas tienen escaso vigor, resultan forzadas o hiperbólicas. O con sentido que a mí no se me alcanza: "la universidad crepitaba como Licor 43". El propósito de ennoblecer el contenido cae en un léxico gratuito (un silencio "pervertido por los picotazos de la tormenta") o en el gusto por aislar oraciones muy cortas. El vocabulario abusa, por otra parte, de términos escatológicos (un centenar de veces se repite "polla"en un texto nada extenso) que en otro tiempo habrían sido transgresoras, pero no hoy.



Hay en la historia de amor entre fisiologista y romántica que cuenta Luna Miguel un fondo de dolor y rabia verdaderos. Tiene aciertos como la asociación de sensaciones vinculadas con la comida y la bebida. Intuye con fuerza la desesperación vital y se asoma con lucidez y valentía a las enfermedades del alma. Estos rasgos apuntan a una narradora con porvenir, pero habrá de vigilar su aparataje formal y lingüístico porque solo un buen tema no basta para hacer buena literatura.