María Tena

Premio Málaga de Novela. Fundación José Manuel Lara. Sevilla, 2017. 246 páginas, 19€

Entre paréntesis, antes de entrar en la acción de El novio chino, de María Tena (Madrid, 1951, autora de Tenemos que vernos y Todavía tú), aclaremos: preside una voz nada impostada, nada afectada, pero muy atenta al detalle, lo que permite ir leyendo sin comentarios la realidad desplegada en la novela: la gran China, inmensa y misteriosa, se nos da en sus diferentes versiones según se incorpora a ella el protagonista occidental.



Realidad compleja y contradictoria, de contrastes difíciles de asimilar. Empuja a leer un estilo natural, fluido: todo suena a verdad en esta ficción. Se entra fácil en ella, tanto como aceptar sin remilgos iniciar un viaje a un país exótico y lejano. La salida ya es otra historia. Tiene aire de crónica novelada, de experiencia vivida que necesita ser contada, de viaje vertical tejido con puntadas certeras por su autora, sin vocear miserias, sin callarlas tampoco.



Empecemos. Shanghái, Exposición Universal de 2010. Bruno, un hombre de cuarenta y tantos años acuciado por una deuda económica que deja en manos de su socio, en Sevilla, razón por lo que aceptó ser jefe de protocolo del Pabellón de España. Tiene por delante seis meses de un destino que le mantiene expectante. Viaja solo, no le faltan habilidades sociales para adaptarse al nuevo equipo directivo, quizá salde la deuda que le persigue y pueda empezar otra historia.



Una mañana, al poco de llegar, creyó ver un autobús "lleno de cadáveres. Iban uniformados con monos de color gris claro". "Desde su taxi parecían un montón de estatuas delgadas y amarillas de una instalación de arte contemporáneo. Hombres clamando cubiertos de polvo. Esqueletos dormidos". Esa mirada de Bruno nos regala una de las imágenes más impactantes de lo que sucede en el segundo plano de este relato: la náusea producida por la ciudad que no se ve, frente a la ciudad preparada para mostrar al mundo, durante los seis meses que dure la Expo, su mejor cara.



Del mundo que no se ve, de una de las aldeas de la China interior, llega a Shanghái un joven. Huye de la violencia de un padre que impone su ley, de la miseria, de la obligación de trabajar desde niño en un país donde sorprende lo barata que es la vida humana. Su nombre real es Wen, le duele lo que deja atrás, pero quiere ser alguien, quiere ser otro, y decide ser John.



Bruno y John no tienen nada que ver, pero un día se encuentran en un conocido bar gay y ahí empieza su historia de amor: tierna, dura, intensa, amable, obsesiva. Representa la intersección entre el plano horizontal de la acción -estancia, desarrollo de la expo, intereses y transacciones, encuentro, relación, diferencias, miedo al futuro- y el plano vertical: lo que arrastra cada uno, lo que cada uno pone en la relación, las sociedades respectivas, la duda sobre si habría un después. Los dos resultan interesantes, y de los dos resulta una lectura muy recomendable. Lo que se cuenta ahí está, lo demás no es silencio, sino Historia.