Gay Talese. Foto: Joyce Tenneson

Traducción de Damián Alou. Alfaguara. Madrid, 2017. 232 páginas. 19,90 €. Ebook: 9,49 €

En 1998, Bill Buford informaba en The New Yorker de que cada año se venden alrededor de 5.000 telescopios en la ciudad de Nueva York, un lugar -añadía- en el que "la mayoría de la gente no ha visto una estrella desde el gran apagón de 1977". Con o sin telescopio, a la gente le gusta mirar a otros. Buford hacía constar su afición a observar de lejos a sus vecinos desde las ventanas de su apartamento. "Es una experiencia de lo más estimulante", decía. El título del artículo de Buford era "La vida de tu prójimo", un guiño a La mujer de tu prójimo, el clásico del periodismo participativo sociosexual, obra de Gay Talese (Nueva Jersey, 1932), publicado en 1981. A Talese -al igual que a la mayoría de los buenos periodistas, supongo- siempre le ha gustado mirar. Al leer La mujer de tu prójimo, uno siente ganas de decirle a su autor -como le dice Laura Dern a Kyle MacLachlan en Terciopelo azul-, "no sé si eres un detective o un pervertido".



El motel del voyeur, el polémico nuevo libro de Talese, vuelve a tratar del acto de mirar. Una vez más, el aclamado periodista bordea las líneas que separan el trabajo del detective, la aberración y el deseo. El libro, que cuenta la historia del voyeur más absolutamente al día que, con toda probabilidad, lleguemos a conocer, habla de un hombre llamado Gerald Foos, propietario de un motel de 21 habitaciones situado en una sórdida franja de terreno de las afueras de Denver. Foos cuenta que en la década de 1960 instaló rejillas de ventilación encima de muchas de las camas de las habitaciones de su motel, lo cual le permitía ver sin ser visto.



A lo largo de varias décadas se dedicó a fisgar casi cada noche desde lo que a veces llamaba su "plataforma de observación". Se proporcionó placer a sí mismo hasta la náusea. También tomó cientos de páginas de detalladas notas sobre la naturaleza humana, tanto sexual como de otra clase. No se veía a sí mismo como un bicho raro, ni tampoco como a James Stewart en La ventana indiscreta, sino como a un investigador pionero.



En el libro, Talese incluye extensas citas de los diarios de Foos. A veces, éste está simplemente caliente o exasperado. ("¡Dios! ¿Es que nunca voy a conseguir ver esas tetas espectaculares?"). Otras -cuando es testigo de lo peor de la naturaleza humana, como peleas, robos, crueldad-, casi parece una versión del columnista de Nathanael West que da consejos en Miss Lonelyhearts, su novela de 1933. Foos siente el peso del mundo sobre sus hombros. "La gente es esencialmente deshonesta e inmoral", escribe, cada vez más aislado y deprimido.



El motel del voyeur revuelve el estómago a muchos niveles. Talese se enteró de las actividades de Foos en 1980, cuando el propietario del motel le escribió una carta. El periodista fue a visitar el sitio y participó en varias sesiones de observación. En una ocasión, su corbata de seda se deslizó entre las lamas de la rejilla y se quedó colgando sobre una pareja en pleno acto sexual,. "Pero, ¿qué hacía yo allí?", se pregunta Talese. "¿Me había convertido en cómplice de ese extraño y repugnante proyecto?".



La novela trata del acto de mirar. Una vez más, el aclamado Talese bordea las líneas que separan el trabajo del detective, la aberración y el deseo

En aquel momento, Talese decidió no escribir sobre Foos, en parte porque éste le pidió que lo mantuviese en el anonimato, pero tampoco lo denunció por su conducta inmoral e ilegal, ni siquiera después de que el propietario del motel le confesase que había sido testigo de un asesinato. Ambos siguieron en contacto hasta que, en 2013, Foos le dio permiso para utilizar no solo sus diarios, sino también su nombre. Tenía casi 80 años y pensaba que la prescripción de los delitos lo protegería de ser llevado a juicio.



El motel del voyeur ha sido objeto de críticas éticas desde que se publicó un extracto en The New Yorker. También ha sido criticado por los lapsos a la hora de comprobar los hechos. Hace días, el Washington Post informaba de que Foos no fue propietario del hotel durante ocho de los años (1980-1988) en los que supuestamente se dedicó a mirar embobado. Ante esto, Talese renegó fugazmente del libro antes de cambiar de opinión.



Y hace bien en defenderlo. En El motel del voyeur, el autor deja claro que Foos no es un narrador del todo fiable. La mayoría de lo que describe sucedió antes de 1980. De hecho, Talese descubre sus propias incoherencias en su relato. "No puedo poner la mano en el fuego por cada uno de los detalles que narra en su manuscrito", advierte. El lector avanza teniendo esto en mente, aunque sin apenas tener dudas de que gran parte de lo que cuenta Foos ocurrió en realidad. Las futuras ediciones del libro podrán subsanar algunos errores y omisiones.



No estoy seguro de poder hacer una defensa ética irrefutable del periodismo que practica Talese en El motel del voyeur, pero sí una defensa literaria. El libro ha activado prácticamente todos mis circuitos de lector. Es un libro extraño, melancólico, moralmente complejo, a menudo atroz y, de vez en cuando, desoladoramente divertido. Si hay algo que lo hace fascinante es que su autor no entrega el material ya masticado. Expone lo que conoce y lo que desconoce en frases tan bien perfiladas como los buenos nudos Windsor; expresa sus escrúpulos, pero deja al lector que llegue a sus propias conclusiones. Talese tampoco demoniza a Foos. Salta a la vista que el hombre es un enfermo que sigue a algunos de sus objetos de observación hasta sus casas para captar algo de sus vidas fuera del motel. Es sensible y trágico. Sus diarios están bien escritos.



Leyendo El motel del voyeur, a menudo se sentirán mezquinos. Es lo que se pretende. El libro es una obra intensa que nos recuerda que un problema de estar vivo es que vemos cosas que aborrecemos pero que, aun así, nos atraen. Es posible admirarlo y, al mismo tiempo, estar queriendo arrancarnos nuestros fisgones ojos.