Edgardo Cozarinsky. Foto: Archivo

Tusquets. Barcelona, 2016. 135 páginas, 15€

La formación de un joven es un tema clásico en literatura. Desde Tom Jones de Henry Fielding o La educación sentimental de Flaubert, pasando por El retrato del artista adolescente de Joyce, Damian de Herman Hesse, El guardián entre el centeno de J. D. Salinger, La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa o la más reciente Saber perder de David Trueba, son numerosos los ejemplos de magníficas novelas cuya trama se centra en las dificultades que encierran la adolescencia y el paso a la edad adulta.



En ellas, un muchacho atribulado busca su lugar en el mundo y entra en conflicto con el lugar de donde procede, normalmente un espacio de refugio que se revela demasiado estrecho ante sus nuevas necesidades. A lo largo del camino, conoce personas que le ayudan en su maduración personal y vive situaciones complejas de las que aprende sobre sí mismo y sobre la realidad que le circunda. En algunas de esas historias, además, se pone el acento en su educación sentimental, como sucede en las de Flaubert, Salinger o Trueba. Dark, del bonaerense Edgardo Cozarinsky (1939), formaría parte de este grupo.



En un primer capítulo, que funciona a modo de prólogo, encontramos a un hombre presa de un ataque de pánico ante la idea de ponerse en manos de un psicólogo o un psiquiatra, opción que cambia por la de escribir sobre una etapa oscura -de ahí el título- de su primera juventud. Desde el principio, pues, asistimos a la revelación de la literatura como catarsis. A este hombre, además, lo guía un claro impulso literario, el deseo evidente de crear una obra artística. El que redacta desde una sorprendente tercera persona que encubre al yo es un viejo, y lo que describe es un período -corto pero decisivo- de la vida de un adolescente en el Buenos Aires de mediados del siglo XX: él mismo. Así, la historia está focalizada sobre el joven, pero las reflexiones del anciano en el que se ha convertido con el tiempo irrumpen constantemente para que el lector no pierda de vista quién es el focalizador.



En Dark existe una clara intención de mantener en el misterio la figura de un extraño individuo que guía sentimentalmente al chico, introduciéndolo en un mundo desconocido y alejado de su tranquila vida familiar. También de mostrar el abandono de unos padres que prefieren ignorar tanto el crecimiento del hijo como los motivos de su transformación. Hasta ahí, perfecto. El problema de Dark es que casi todo resulta obvio y que algunas situaciones no se resuelven de forma verosímil: la iniciación sexual del muchacho, el encuentro posterior con la prostituta, la búsqueda del amigo por billares y saunas de masaje, el carácter equívoco de algunas caricias, el desenlace trufado de noir o el mismo interés -dudoso e insólito- de un adulto por un adolescente ajeno a su mundo.