Gabi Martínez. Foto: Santi Cogolludo

Alfaguara. Madrid, 2014. 388 páginas, 18'90 euros. Ebook: 9'99 euros

En manos de Gabi Martínez (Barcelona, 1971), la literatura de viajes contiene casi todas las formas de escritura: muchos géneros, muchas estructuras. Muchos retos. Martínez ha sabido hacer del viaje una herramienta de análisis sociopolítico, o el hilo conductor de una épica individual de aliento clásico (pienso en su memorable Sólo para gigantes, Alfaguara, 2011), o un caleidoscopio estilísticamente exigente. En fin, que es un escritor dispuesto a retarse. Toda esa trayectoria se somete ahora a recapitulación, revisión y multiplicación en un libro curiosísimo, demasiado valiente e inteligente como para no arrastrar al lector: Voy.



Y si es valiente, se debe entre otras razones a que lo tiene todo en contra para ser leído como un apéndice de otras lecturas e incluso modas: por ejemplo, de los retruécanos de la llamada "autoficción", cada vez más sospechosa ante crítica y lectores; y sobre todo, de un libro capital de la última década, Verano de J.M. Coetzee, falsa biografía en el que cinco personas cercanas al Premio Nobel lo recuerdan después de muerto en términos bastante deplorables. El valor de Martínez estriba en asumir ese riesgo y tratar de empujar esa herencia más allá, con un entusiasmo y una convicción seductores. En Voy, el escritor y periodista Gabi Martínez ha desaparecido en Nueva Zelanda mientras buscaba un ave extinta, el moa, para un proyecto literario sobre animales invisibles. Un periodista chileno, obsesionado con ese otro animal cada vez menos visible llamado Gabi Martínez, empieza a entrevistar a todo su entorno (a su esposa, a sus amantes y amigos, a otros viajeros) para hacerse una idea de quién es y cómo puede encontrarlo. Obviamente, el parecido con Verano salta a la vista, tanto que la comparación acaba apareciendo varias veces. Nos interesa especialmente una confesión de Martínez rememorada por su amigo Jose: "si alguna vez escribo algo que siga la pista de Verano, no puede ser por la vía del flagelo. Después de Coetzee, lo que queda es encumbrarte. Quizá no del todo, pero en algún momento reivindicarte como alguien majestuoso. Decir que el mundo debe estar agradecido por tenerte en él mientras le rindes pleitesía".



El pasaje contiene buena parte de lo que caracteriza para bien y para mal, sobre todo para bien, un libro como este: sin duda, hay en su estilo algo demasiado directo, de una retórica casi ingenua que en otros pasajes deriva hacia un psicologismo fácil (¿o en parte este reseñista confunde una necesidad derivada de la supuesta oralidad de las entrevistas con una limitación?); al mismo tiempo, tal vez inseparablemente de lo anterior, hay también una voluntad de no ceder a ninguna forma de cinismo. Y hay un empuje admirable. En todo caso, es un pasaje que explica muy bien el objetivo de Voy: recoger toda esa supuesta impudicia que caracterizaba el desnudo de Coetzee en su libro (la misma, digo yo, que aplica Flaubert cuando desnuda a Emma Bovary) y convertirla en impulso para un salto vitalista: convertir a Gabi Martínez en un héroe.



Es hermosa la intuición de que el viajero se hace más presente que nunca en su relato sólo cuando se declara ausente, desaparecido (no muerto, otra diferencia esencial respecto de Verano). El reconcentrado Martínez que surge del testimonio de los otros no es muy simpático ni carismático; además, es un personaje indiscernible de su literatura, a veces revisada críticamente, como en el magnífico capítulo del joven Wang. Pero siempre se imponen en él dos cosas: la pasión y una curiosidad obsesiva y creativa. Martínez no "se va", como algún personaje insinúa, y no sabemos si "llega"; Martínez va. Esa es su confesión y su orgullo como viajero, escritor y personaje.