Image: El libro negro del comunismo

Image: El libro negro del comunismo

Novela

El libro negro del comunismo

Stephane Courtois

4 junio, 2010 02:00

Prisioneros del Gulag soviético

Ediciones B, 2010. 1.055 páginas, 33 euros


La pasada centuria fue una época de contrastes, que presenció algunas de las peores atrocidades de la historia. Quienes deseen enfrentarse al lado oscuro de la humanidad encontrarán siempre motivo de reflexión en ellas y esto explica la continua publicación de estudios sobre el nazismo y el holocausto. Por otra parte Hitler encaja tan a la perfección en el papel de encarnación del Mal que apenas deja lugar a otros monstruos como Stalin. Auschwitz nos provoca malestar, pero ¿a quién le dice algo Kolimá?

El propósito de Stéphane Courtois y sus colaboradores en El libro negro del comunismo, publicado en Francia en 1997 y ahora oportunamente reeditado en España, es el de colmar esa amnesia selectiva. Se trata de un conjunto de documentados estudios que abordan un rasgo esencial en la historia del comunismo, su propensión a la eliminación masiva de supuestos enemigos que ha conducido a crímenes de lesa humanidad en la mayoría de los países en que los comunistas han gobernado. El estudio más extenso e importante del libro es el de Nicolas Werth sobre la experiencia soviética, que marcó la pauta del exterminio, luego seguida en otros países. Su documentado registro de una represión atroz, que comenzó en tiempos de Lenin, provoca esa misma sensación de horror por lo ocurrido y de convicción moral de que hay que evitar que se repita que se siente al leer los mejores libros sobre el nazismo.

Las estadísticas del crimen, que Courtois resume en su ensayo introductorio, pueden tener un efecto paradójico. Un solo asesinato provoca espanto, pero cuando se trata de millones de asesinatos es fácil olvidar que las víctimas eran personas concretas o entrar en comparaciones que nunca deben convertirse en justificaciones. A Hitler se le puede atribuir las muertes de unos 25 millones de civiles y de prisioneros de guerra, a Lenin y Stalin unos veinte millones, incluidas las víctimas de hambrunas provocadas, como la de Ucrania en 1932-1933, y las víctimas de las atroces condiciones en que se produjeron deportaciones de pueblos enteros, incluidos los chechenos en 1944. Las víctimas de Mao fueron más numerosas, mientras que el camboyano Pol Pot causó el mayor porcentaje de víctimas respecto a la población total.

Todo esto no justifica los crímenes de Franco, Mussolini o Pinochet, cuyo balance cuantitativo fue mucho menor, pero sí nos obliga a plantearnos por qué el movimiento comunista, que se proponía la liberación de la humanidad, emprendió desde el primer momento, desde su llegada al poder en Rusia, la vía del homicidio masivo. Ésa es la pregunta que se plantea Courtois en su apasionante ensayo final, que retoma las reflexiones de ilustres predecesores, desde Kart Kautsky, el líder socialista alemán que ya en 1920 había comprendido lo que estaba en juego, hasta Vassili Grossman, François Furet, Martin Malia o Todorov. Existía el precedente del terror revolucionario de Robespierre, pero Marx nunca lo preconizó y el socialismo marxista siguió una senda pacífica hasta 1917. Existía el precedente de Iván el Terrible y de la crueldad tradicional rusa, aunque a partir del XIX Rusia había entrado en una etapa de progreso civil. Hubo sin duda el impacto brutalizador de la I Guerra Mundial, versión contemporánea de la maldición de los Atridas, de la sangre que llama a la sangre. Se produjo en fin el efecto deshumanizador de una ideología que se pretendía científica y hacía que los comunistas se creyeran ejecutores de las exigencias de la Historia.