Image: Kusamakura. Almohada de hierba

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Novela

Kusamakura. Almohada de hierba

Natsume Soseki

20 noviembre, 2009 01:00

Natsume Soseki

Trad. E. Masiá y M. Kuwano. Sígueme. Salamanca, 2009. 208 páginas, 18 euros.


La cocina japonesa no pretende complacer a los sentidos, sino al espíritu. No ignora que el placer comienza con una sensación, pero entiende que sólo la inteligencia puede proporcionar la dicha perfecta. Para Natsume Soseki (Tokio, 1867-1916), esta fórmula puede aplicarse a la literatura con el mismo rigor que a la gastronomía. La poesía es una realidad material, sometida a una forma y a un rito de presentación. Al igual que los entremeses o el pescado crudo, las palabras deben ser distribuidas en el espacio conforme a un criterio estético, pero no se convertirán en arte hasta que manifiesten su significado. Kusamakura (literalmente: Almohada de hierba) refleja perfectamente esta compenetración. Con un argumento esquemático -la estancia de un pintor de la era Meiji en un balneario en las vísperas de la guerra ruso-japonesa-, asume la tarea de justificar la realidad por su sentido estético, asegurando que vivir es menos importante que pensar, crear o contemplar.

A pesar de su antipatía hacia la influencia europea y norteamericana, Soseki está muy lejos de la inocencia amoral de los Cuentos de Ise. El mundo que comparece en estas páginas no es el de Ariwara No Narihira, ese príncipe libertino que en el Japón del siglo X no muestra ningún reparo hacia las diferentes formas de la experiencia erótica, sino el de una cultura obligada a intercambiar bienes e ideas con potencias extranjeras, incapaces de relacionarse con una tradición ajena sin contaminar su espíritu y destruir sus obras. El pintor de Soseki no habla de trascendencia ni de inmortalidad, pero cita a Turner, evoca el Laooconte de Lessing y no oculta su desprecio por el tren, un artilugio perverso que avanza por montes y llanuras, sepultando el sonido de la naturaleza con su estridencia mecánica. Aunque "pinta al estilo occidental", su concepción de la belleza procede de la espiritualidad zen, incluyendo el haiku, la caligrafía con tinta, la ceremonia del té, el arte floral, el teatro Noh, la decoración con papel y el camino del arco, pues el arco y no la espada es la verdadera arma del samurái. Soseki no es un militarista nostálgico del Shogun y el seppuku, pero sí aprecia el parentesco entre el vuelo de una alondra y la muerte, la hermosura efímera y la nada.

Al igual que Kawabata o Kurosawa, Soseki mira hacia atrás, sin lograr desprenderse del presente. Su literatura está más cerca del Romanticismo inglés que de la Historia de Genji. Pese a deplorar la presencia de Occidente en el arte y las costumbres, Kusamakura sería inconcebible sin los tres años que su autor pasó en Londres. Esta contradicción afecta a la esencia misma del relato, pues aunque el protagonista detesta el individualismo y pretende elaborar una poética basada en el desapego sentimental, su yo no cesa de proyectarse en la escritura, evidenciando una dolorosa conciencia de su propio existir. Ese trasfondo trágico no malogra el humor. Su descripción de las natillas como "un desatino inexplicable" y la memorable escena de la barbería, donde una despiadada navaja afeita cráneos y mejillas con la violencia de un rastrillo, brotan de un ingenio que mezcla el dandismo y el sentido de la comedia, el aforismo de salón y la confusión más hilarante. Kusamakura es una novela breve y delicada como un sueño. No cabe elogio más alto para una obra según la cual soñar es lo más estimulante que ofrece la vida.