Novela

Kafka en la orilla

Haruki Murakami

16 noviembre, 2006 01:00

Haruki Murakami

Trad. del japonés Lourdes Porta. Tusquets. Barcelona, 2006. 383 páginas, 24 euros

Leer una obra de Haruki Murakami (Kyoto, 1949) constituye una verdadera experiencia: sus textos están escritos con la lengua de un diseñador verbal. Sus cortes léxicos sorprenden por lo modernos, captan el pulso digital y comercial del presente, lleno de marcas, relojes Casio y Rolex, coches BMW y Toyota, las pegatinas del imaginario de la sociedad del bienestar. A la vez, sus personajes existen en un mundo caracterizado por su inestabilidad psicológica; unas veces viven traumatizados por asuntos personales, mientras en ocasiones experimentan circunstancias paranormales, provenientes de un entorno donde ocurren cosas extrañas. Estos seres de ficción no se hacen a sí mismos; la casualidad y el impulso guían su conducta, configurando una personalidad paradójica.

El autor, hijo de un sacerdote budista y de una maestra de literatura japonesa, creció en Kobe. Además de estudiar teatro en la universidad, trabajó en una compañía discográfica y fue propietario de un bar de jazz. Su pasión por todo lo norteamericano le llevó a mudarse a Estados Unidos. Con Norwegian Wood (1987), que en España apareció con el título de Tokio Blues en 2005, Murakami saltó a la fama, vendiendo más de un millón de ejemplares.

Kafka en la orilla atrapa al lector desde los primeros capítulos, cuando las dos historias principales de la novela comienzan a alternarse. En una, el protagonista es un joven de quince años, a quien conocemos cuando se escapa de su casa en Tokio, donde vive con su padre, que ha sido abandonado por la madre y la hermana mayor. Kafka huye a la ciudad de Takamatsu en una de las islas más alejadas de la capital. El relato de esta escapada se alterna con otro relato, los capítulos donde se cuenta un extraño incidente. Durante la segunda guerra mundial, una maestra va de excursión con los alumnos a una montaña, cuando llegan a un claro en el bosque los niños caen al suelo desmayados. La maestra es la única que no sufre el desvanecimiento, y corre a avisar a las autoridades locales. Cuando ella regresa todos los niños, menos uno, recobran el sentido, y no pasa nada. Este incidente lo conocemos a través de unos informes elaborados por el ejército americano, que constatan los inexplicables hechos, donde se dice que el mareo quizás fue causado por una bomba, o acaso fue un episodio de hipnotización colectiva, o pudiera ser que los estudiantes comieran champiñones envenenados. Sólo un niño, Nataka, no despertó hasta días después, y pasó de ser un chaval espabilado a perder toda su memoria, pero con el don de hablar con los gatos. Este personaje, ya sesentón, efectuará el mismo viaje que Kafka a la remota isla, tras asesinar al padre del protagonista, que en momentos de demencia mataba gatos y guardaba sus cabezas en el refrigerador.

La historia de Kafka sigue una progresión normal. Al llegar a Takamatsu se instala en un hotel, pasa sus días leyendo en una exclusiva biblioteca privada. Termina por hacerse amigo del peculiar bibliotecario, Oshima, un hombre que vive en el cuerpo de una mujer, y quien le ofrece un trabajo como asistente suyo. Cuando la policía viene a buscar a Kafka, Oshima lo lleva a un refugio en las montañas. Así la escapada del muchacho, que huye de su padre por haberle separado de su madre, se empareja con la búsqueda de identidad más profunda del travesti. Unas buenas caminatas por un bosque le ponen en contacto con la naturaleza, efectuado un poco en plan de acampada, con mochila al hombro, compás y provisiones. El sexo es un tema que obsesiona a Murakami. Kafka apenas puede desnudarse sin sentir deseos de tocarse. En uno de los cambios de rumbo de la obra, cuando vive instalado en una habitación de huéspedes de la biblioteca, se hace amante de la jefa de la misma, la madura señora Saeki, aunque primero pierde la virginidad con el fantasma de ésta cuando tenía quince años. La amante tiene una historia curiosa, entre otras cosas, durante su juventud se hizo famosa y rica con una canción, titulada precisamente Kafka en la orilla. Quizás, no se sabe bien, pero la señora Saeki pudiera ser su madre.

La historia de Nataka sigue unos derroteros diferentes, pero igualmente originales. Tras el asesinato pierde la habilidad de hablar con los gatos, pero adquiere el don de conseguir que lluevan peces del cielo en el momento oportuno.

El fuerte de Haruki Murakami no es escribir historias bien construidas ni creíbles. Nos capta con una prosa que corta la realidad con el clic del ratón y nos mete en un espacio puramente imaginativo. La realidad social cede su puesto a un aglomerado cultural, donde el hombre múltiple, que se manifiesta según el momento como normal, o acomplejado u sensible, incluso pudiera ser una caricatura de cómic, existe en un entorno a lo Andy Wharhol, donde las figuras de los anuncios comerciales, Johnnie Walker o Coronel Sanders, conviven con seres reales. Haruki Murakami es un ultramoderno: un mago verbal que explora el universo donde las personas y las cosas se conectan vía el buscador Google, sin secuencia racional.

Un cineasta frustrado

La primera vocación de Murakami fue el cine, de hecho estudió en la Universidad para ser guionista, pero descubrió demasiado pronto "que no tenía nada que escribir". Corría el año 1968, agitado incluso en Japón, y Murakami dejó los estudios. El éxito internacional de su obra le hizo regresar a las aulas, pero ya como profesor. Ha enseñado en la Universidad de Princeton, donde escribió la mayor parte de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, y en Tufs, y sólo regresó a Japón tras los atentados de gas en el metro de Tokio de 1995. También ha traducido al japonés a escritores norteamericanos como Scott Fitzgerald, John Irving o Carver.