Juan Jesús Armas Marcelo. Foto: Elena Mora (IAC)

Renacimiento. Sevilla, 2018. 416 páginas, 19,90 €

Significativamente, este primer tomo de las memorias del novelista Juan Jesús Armas Marcelo (Las Palmas, 1946), comienza in media res con su llegada a Barcelona en 1972 tras cumplir una condena de "prisión atenuada" -arresto domiciliario- por haber publicado un libro de Valente que contenía un relato que las autoridades juzgaron ofensivo hacia el estamento militar. La llegada a Barcelona no sólo deparó al autor, como él mismo afirma, "el esplendor de la libertad", sino también se tradujo en su acceso al Olimpo en el que reinaban el editor Barral, la todopoderosa Carmen Balcells y destacadas figuras de la novela hispanoamericana de entonces, cuyos nombres se prodigarán a lo largo del capítulo, que contiene también algún que otro denuesto -Rosa Regás, Mario Muchnik- de otros personajes concomitantes en aquella peculiar coyuntura literaria y vital.



Barcelona será sólo parada y fonda. En capítulos posteriores el autor dará testimonio, retrospectivamente, de sus primeros pasos en el mundillo literario canario, así como de su creciente sensación de asfixia en ese medio y su propósito de ampliar horizontes, lo que se materializará en su traslado definitivo a Madrid a finales de 1978. En poco tiempo, se convertirá en "un escritor más o menos conocido, gracias sobre todo a la televisión". Hacia el final de estas memorias, en efecto, Armas Marcelo no duda en referirse irónicamente a "la gloria" que supuso su aparición diaria en el telediario de Luis Mariñas y a su propio papel como "saltimbanqui verbal" en ese medio. Y algo de ese locuaz comentarista subsiste en la voz que se dirige al lector: desde los tics verbales ("Tengo para mí…") a un cierto alarde de familiaridad con grandes nombres de la literatura hispánica, y muy destacadamente con Vargas Llosa, a quien no duda en referirse como mentor.



Uno de los talentos que Armas despliega aquí es su capacidad para la vívida crónica de su experiencia del medio literario

Hay también un esfuerzo serio del autor por defender lo que la labor literaria tiene de honesta y solitaria brega con los demonios personales y la propia autobiografía para convertirlos en materia narrativa: a veces, en un oficioso tono de autoexégesis, pero, en otras, reivindicando el papel de la experiencia personal en la configuración de un universo literario propio. Sucede, por ejemplo, en su novela Todas las mujeres, pero lo mismo puede decirse de experiencias de otra índole, como la anécdota según la cual el autor llevó a Sábato una carta de García Márquez en la que éste se interesaba por la situación de los presos políticos en Argentina; a la que Sábato replicó que el colombiano debería ocuparse también de los de Cuba; episodio que el autor traslada a su novela La Orden del Tigre.



De hecho, uno de los talentos que Armas Marcelo despliega en esta primera entrega de sus memorias, que alcanza hasta 1980, es su capacidad para la vívida crónica de su experiencia del medio literario: la demuestra, por ejemplo, el relato que hace de su papel en la organización de un importante congreso de autores hispanoamericanos en Canarias en 1979. El lector puede sacar sus propias conclusiones: desde la posible inanidad de estos alardes de entonces, hasta su contribución a ciertas confluencias intelectuales más o menos relevantes. El autor sin duda destaca este segundo aspecto, que justifica quizá sus empeños; por más que, al fondo de la escena, como afirma que recuerdan sus hijos, se oiga siempre una solitaria máquina de escribir… Que esa imagen, y algunas de la intimidad familiar del autor, se hayan impuesto a los otros tráfagos es quizá el mejor logro de este libro.