Atentado contra el Guardia Civil Juan Manuel Piñuel (RTVE)

Península. Barcelona, 2017. 400 páginas. 21'90€, Ebook: 9'99€

La Guardia Civil ha jugado un papel decisivo en la defensa de España y de su democracia frente al ataque terrorista de ETA y ha pagado un altísimo precio por ello. Ha participado, por ejemplo, en trece de las veinte operaciones en que dirigentes del llamado "aparato militar" de ETA han sido detenidos en Francia, como se recoge en el útil apéndice estadístico de Sangre, sudor y paz. Y de las 860 personas asesinadas por ETA, 215 eran guardias civiles y 17 familiares de guardias civiles, entre ellos once niños.



Es una historia de firmeza, de constancia, de dolor y de éxito que debía ser ya contada y la han hecho, en un libro que no dejará a nadie indiferente, el escritor Lorenzo Silva (Madrid, 1966), autor de una popular serie de novelas policiacas protagonizada por dos guardias civiles; el coronel Manuel Sánchez (Valladolid, 1963), que participó en la lucha contra ETA durante un cuarto de siglo, y el periodista freelance Gonzalo Araluce Madrid, 1987). Su acierto es que presentan una historia narrada por sus protagonistas, a través sobre todo de testimonios personales y de documentos internos de la Guardia Civil, que ilustran medio siglo de lucha con sus éxitos y también con sus momentos de horror, los atentados a menudo narrados por hijos de las víctimas.



Entre las muchas escenas de dolor las más terribles son aquellas en las que las víctimas son niños. ¿Qué clase de persona hay que ser para hacer explotar un coche bomba junto a una casa cuartel en la que duermen familias enteras? ¿O para poner una bomba en el coche en que un guardia civil va a llevar a sus hijos a la piscina? ¿Cómo podían creerse gudaris? Impresiona también la indiferencia e incluso hostilidad con la que algunos vascos reaccionaban ante los atentados. El relato de quien, a los nueve años, estaba con su padre en un coche cuando le mataron a tiros y al salir aturdido se encontró que nadie en el numeroso público que había acudido auxilió a su padre moribundo ni le prestó atención a él. No faltan tampoco en el libro referencias a los casos excepcionales de horrores cometidos por guardias civiles. Se incluye un breve informe interno sobre el crimen de Almería de 1981: la tortura y asesinato de tres jóvenes inocentes por parte de varios guardias civiles, que trataron de encubrir torpemente lo ocurrido pero fueron condenados.



Las detalladas descripciones de cómo la Guardia Civil obtuvo algunos de sus grandes éxitos presentan un gran interés y constituyen un homenaje a su inteligencia y constancia. El dirigente etarra Kubati fue detenido después de que la Guardia Civil, informada de que un terrorista de relieve iba a contactar a un colaborador a determinada hora y que solía hacerlo desde cabinas telefónicas, montara la vigilancia de mil cabinas. Hay también en el libro referencias a los infiltrados, que jugaron un papel tan arriesgado como eficaz. Uno de ellos explica en primera persona como logró convertirse en hombre de confianza de Mikel Antza. Fue otro infiltrado el que proporcionó la primera pista que conduciría a la primera caída de la cúpula de ETA, en la localidad francesa de Bidart, en 1992. No menos interesante resulta la explicación de cómo las simples palabras "BOL (Ortega)" terminaron por conducir a la nave industrial en que Ortega Lara estaba secuestrado. Su liberación es narrada por el propio coronel Sánchez, entonces capitán, que participó en la operación dirigida por el juez Garzón.



Durante años el gobierno francés permitió a ETA moverse libremente por su territorio y eran franceses los integrantes de uno de los grupos más sanguinarios de la banda terrorista, el "comando Parot", autor del atentado contra la casa cuartel de Zaragoza, pero desde mediados de los años ochenta se inició una estrecha colaboración francesa, que fue crucial para la derrota de la banda, y este libro explica bien cómo pudieron moverse los guardias civiles en el país vecino. Terminaré con un curioso elogio: tras ser detenido Kubati le dijo a un guardia civil que ellos eran los gudaris de España. En eso, sólo en eso, el etarra tenía razón.