Genoveva Tusell documenta la compleja recuperación del Guernica para España

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Especial Guernica

Una tarde de primavera, en plena ofensiva contra Vizcaya, la aviación alemana e italiana al servicio de Franco arrasó el casco urbano de la histórica villa de Guernica. No era la primera vez que se atacaban desde el aire objetivos civiles. Unas semanas antes la aviación italiana había bombardeado y ametrallado a civiles en la vecina Durango, donde murieron algo más de trescientas personas, pero fue el caso de Guernica el que impactó a la opinión internacional como un adelanto de los horrores de la guerra futura. La atención de la prensa mundial se produjo de inmediato, porque cuatro corresponsales extranjeros que se hallaban en Bilbao se desplazaron a Guernica después del ataque y publicaron sus artículos al día siguiente.



Uno de ellos era George Steer, que publicó el suyo en dos diarios de máximo prestigio, el Times de Londres y el New York Times. Ante ello la mentira inmediata de Franco, que atribuyó la destrucción de la villa a las "hordas rojas" no tuvo éxito alguno, aunque el régimen se aferró a ella durante décadas. Finalmente sería el impresionante cuadro de Picasso el que convirtiera a Guernica en el gran icono de los horrores de la guerra, pero no fue él quien convirtió a la villa vasca en un símbolo: la prensa se adelantó al arte.



Sobre Guernica se ha escrito mucho, pero el ochenta aniversario ha traído consigo la publicación de tres libros importantes. Dos de ellos, escritos por Roberto Muñoz Bolaños (Madrid, 1970), destacado especialista en nuestra historia militar, y por Xabier Irujo (Caracas, 1967), director del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada, analizan el ataque mismo y lo sitúan en su contexto histórico. El tercero, escrito por Genoveva Tusell, profesora de Historia del Arte en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, narra la larga historia de las relaciones entre Picasso, su más famoso cuadro y su país natal, desde que la República Española se lo encargó en 1937 hasta que la nueva España democrática lo recuperó en 1981.



Acerca de lo ocurrido aquel fatídico 26 de abril hay mucho sobre lo que no cabe ya discusión y algunos puntos no del todo esclarecidos. Sabemos que la aviación de Franco lanzó, en tres ataques sucesivos, casi treinta mil kilos de bombas, un tercio de ellas incendiarias, que ametralló a los supervivientes que huían y que casi el 80% de los edificios quedó totalmente destruido o sufrió graves daños. Más difícil es establecer con seguridad si el objetivo fundamental del ataque era la población civil, en qué medida fue Franco responsable y cuántas fueron las víctimas mortales, temas en los que hay discrepancias entre Muñoz Bolaños e Irujo.



Muñoz Bolaños sostiene que el objetivo del ataque era bloquear una línea de retirada de las tropas enemigas mediante la destrucción del casco urbano de Guernica, objetivo estratégico que no se consiguió. Lo sorprendente, de haber sido así, es que el puente de acceso a la villa no fuera destruido. Por otra parte, añade que el ataque deliberado a la población civil perseguía el objetivo de aterrorizarla para debilitar su espíritu de resistencia, y que el empleo combinado de bombas de gran peso (250 kg.) y bombas incendiarias respondió a un deseo del mando alemán de experimentar las nuevas tácticas de guerra total que pocos años más tarde emplearían en toda Europa. Irujo, en cambio, no tiene duda: fue un bombardeo de terror sin otros objetivos militares.



Irujo y Muñoz Bolaños analizan el ataque a Guernica y su contexto y Tusell, la relación de Picasso, su obra más famosa y España

Ambos autores aluden expresamente a la responsabilidad de Franco. Muñoz Bolaños escribe que permitió "la actuación autónoma" de los jefes de la aviación alemana, aunque sabía que "obedecía a sus propios planteamientos doctrinales y no tanto a los intereses militares del momento". Planteamientos doctrinales que enfatizaban el papel de los ataques aéreos contra centros urbanos para provocar la desmoralización de la población civil enemiga. Irujo es más contundente: "Franco era el único que tenía potestad de ordenar el bombardeo de centros urbanos".



Respecto a las víctimas mortales, la discrepancia entre ambos autores es mayor, aunque ambos aceptan que no es posible dar cifras plenamente válidas. Guernica fue ocupada por las tropas de Franco tan sólo tres días después del ataque y toda posibilidad de investigación rigurosa de lo ocurrido quedó excluida. El gobierno vasco, que obviamente captó la baza propagandística que implicaba aquella atrocidad, afirmó haber computado 1.654 muertos, pero la lista de los mismos nunca ha podido ser localizada, lo que induce a dudar de que realmente hubiera sido compilada. A día de hoy sólo conocemos los nombres y apellidos de 174 personas fallecidas en el ataque. A partir de ahí, Muñoz Bolaños piensa que pudo haber 200 muertos, mientras que Irujo se muestra convencido de que la cifra debió ser mucho más elevada. Pero lo fundamental no son sin embargo las cifras, sino el espanto de las víctimas atrapadas en los edificios derruidos que hallaron la muerte por efecto de las bombas incendiarias, o de quienes fueron ametrallados cuando huían de las ruinas ardientes. Y en ese sentido creo que el capítulo más impresionante del libro de Irujo es el que describe el bombardeo desde abajo, a partir de testimonios de los supervivientes, en su mayoría recogidos en 1972 por el escritor estadounidense William Smallwood.



En años anteriores los británicos habían atacado desde el aire núcleos urbanos en Irak y en Somalia, los japoneses en Manchuria y los italianos en Etiopía. Durante la Segunda Guerra Mundial tales horrores se repitieron en una escala incomparablemente mayor. Sin embargo Guernica se mantiene como un símbolo y ello se debe a Pablo Picasso. Nada hay en su cuadro que aluda a la guerra civil española, a la aviación alemana o al País Vasco, están sólo las víctimas eternas de la guerra: de ahí su duradero impacto. Encargado por el gobierno de la República para el pabellón español de la exposición internacional de París de 1937, apenas llamó la atención cuando fue exhibido en ella. Su marcha ascendente comenzó cuando fue exhibido en Londres en 1938 y sobre todo cuando lo fue en Nueva York al año siguiente, acabada ya la guerra de España. Desde 1939 a 1981 el Guernica permaneció en depósito en el MoMA de Nueva York.



Genoveva Tusell dedica la primera parte de su libro a los años en que Picasso era a la vez un enemigo declarado del régimen español y el gran genio del arte español al que el régimen hubiera querido atraer, una historia que documenta muy bien y narra con buen ritmo, con anécdotas sabrosas como las protagonizadas por Dalí. La segunda parte, documentadísima, aborda la compleja historia de la recuperación del cuadro por España, que representó un elemento simbólico de primera magnitud en la Transición. La voluntad de Picasso de que su obra maestra fuera devuelta al pueblo español tras el restablecimiento de la libertad se había cumplido.