John F. Kennedy

Navona. Barcelona, 2017. 640 páginas. 30'40€

Nos tiene acostumbrados Javier García Sánchez a la prodigalidad, el detalle, la réplica, la minuciosidad y la incomodidad. Cada cualidad necesita de la anterior. Teje sus argumentos con el tesón y delicadeza de un orfebre. Cuida sus obras y en este caso también su tesis con una tenacidad y constancia inasequible a la extenuación y el desgaste. No quiere dejar cabo suelto. En ocasiones abruma al lector. Pretende derribar el muro de su incredulidad. Lo que cuenta no sólo resulta verosímil. Él lo hace verosímil.



Desfilan por esta sentencia del caso JFK todos sus protagonistas. Al autor no se le escapa un nombre ni un instante. El detective García Sánchez ha dedicado cinco años a esta concienzuda instrucción. Pretendió escribir una novela y le atrapó la realidad. Sin embargo, no por ello eludió el tono, el lenguaje y los enfoques propios de la ficción para recrear un episodio real. Para sostener el carácter de ensayo riguroso plantea una hipótesis, la desarrolla, incorpora y ordena los datos disponibles y los relaciona hasta componer este cubo de Rubik.



Teoría de la conspiración no se limita a narrar el magnicidio dejando constancia de las preguntas sin responder. La pretensión del escritor va mucho más allá. El asesinato fue para García Sánchez una "acción ejecutiva" perfectamente planeada y en cierto modo chapuceramente ejecutada. Un golpe que no se limitó a Dallas, que dejó, que se sepa, 50 víctimas colaterales y cuyo último disparó atronó en el hotel Ambassador de Los Ángeles, cuando otro ¿lunático? ¿Fanático? segó la vida de Bobby Kennedy.



García Sánchez no inventa nada. Se nutre de documentos y teorías expuestas con anterioridad. Trata de compilarlas y al relato de una coherencia omnicomprensiva. Puede resultar exagerado, más por su vehemencia que por lo que cuenta. También puede parecer reiterativo. Lo es, sin duda. El autor se repite con frecuencia. Es deliberado. Necesita ser machacón para crear en el lector la sensación de que está ante algo "muy gordo". Construye un relato valiente y original. Acaso abusa del hilo argumental propuesto por el Oliver Stone en JFK.



Pero le suma meticulosidad, sobre todo en torno a la figura de Oswald. Este es otro de los vectores de la investigación: lo que el autor llama el "enigma Oswald", la primera gran víctima de esta conspiración. No se trata de saber quién lo hizo sino sobre todo por qué Oswald no pudo hacerlo. Oswald fue el primer gran error del montaje. Llegó vivo a comisaría. Eso no estaba previsto. Esa hora y pico de desconcierto precipitó activar apresuradamente el ‘plan B' y provocar una cadena de decisiones, nombres y consecuencias.



El magnicidio de Dallas fue la madre de todas las conspiraciones. Gracias a él, sostiene el autor, convivimos con ellas con naturalidad. Permitimos que el mundo gire al ritmo que marcan los conspiradores. Todo lo que ocurrió inmediatamente después formó parte de la tramoya: las pompas fúnebres y el sincero dolor de Jackie ayudaron a cerrar filas y pasar página.



El autor pone en práctica un método geométrico de indagación. Cada cosa en su lugar y en la distancia pertinente respecto de otro actor o circunstancia. Las casualidades no existen. García Sánchez es claro desde el principio. Su veredicto es que el magnicidio lo planeó la CIA y se ayudó de la mafia. Con esto no reviento la lectura. Parte de sus propios supuestos, prejuicios y conjeturas, pero no cabe duda de que ha construido un relato vigoroso, sólido, honesto, espeluznante y cautivador que hará las delicias de muchos paladares.