De izquierda a derecha, Olga, Maria, Nicolás II, Alexandra, Anastasia, Alexei y Tatiana, en 1913

Traducción de Joan Rabasseda. Crítica. Barcelona, 2016. 992 páginas, 32'90€

Montefiore (Londres, 1965) sabe donde apuntar para conquistar al lector. Y eso que en esta ocasión lo tenía difícil. En La corte del zar rojo y Llamadme Stalin se circunscribía a un periodo y un personaje, el tirano a quien tan bien conoce el historiador británico. Por otra parte, Jerusalén. La biografía constituye el laboratorio de pruebas que permite vislumbrar la posibilidad de articular un volumen tan ambicioso como este. Montefiore se consagra. Y no tanto porque haya completado una obra sublime sino porque es resultado de un propósito a priori inalcanzable: reconstruir y ordenar la Historia de los Románov parecía tarea inabordable. Ponerla a disposición del lector con las armas expresivas y el estilo didáctico y directo de Montefiore constituye una auténtica hazaña.



"Aquí tienen ustedes -parece querer decirnos el profesor de Cambridge-, más de 800 páginas que explican qué es hoy Rusia, qué fue el Imperio de los zares y qué heredó de ellos la Revolución Bolchevique: toda una cultura". De este tamaño esfuerzo -de hecho, la bibliografía y la cantidad de fuentes documentales consultadas dota al proyecto de un valor incalculable- resulta una obra única. Bien. Sin embargo, este merecido y en absoluto inmerecido exagerado elogio nos lleva al punto de arranque: la Historia de los Románov es inabarcable. Montefiore ha hecho lo más difícil, narrarla entera, escribir una crónica perfectamente hilvanada. Obviamente, faltan matices... Aunque les parezca mentira por la dimensión del ejemplar, estamos ante un resumen de lo que significó la dinastía que construyó un gran imperio.



Los Románov llegaron con sangre y desaparecieron con sangre. Es una Historia trágica, plagada de guerras, crueldades y secretos de alcoba. Se introdujeron en la Corte de Iván el Terrible tras un concurso de novias convocado por el zar para encontrar esposa. Quinientas doncellas se presentaron en Palacio. El zar eligió a Anastasia Románova, tía abuela del primer Románov. Iván el Terrible tuvo siete esposas más. Envenenó a tres y probablemente ordenó matar a otras cuantas. No fue el caso de Anastasia, que falleció en 1560. Iván sospechó que la envenenaron algunos nobles de su corte hostiles a su política de alianzas (Montefiore explica que el análisis de su cadáver, ya en el siglo XX, reveló elevados niveles de mercurio). El caso es que Iván perdió los estribos. Arrasó ciudades y la emprendió con sus ministros sospechosos.



Años más tarde, distintos herederos lucharon ferozmente por el trono. Mongoles, tártaros, cosacos... Suecos, polacos... Medio siglo de guerras civiles y entre naciones, conquistas y alianzas rotas hasta la coronación de Miguel I, nieto de un hermano monje de Anastasia que compitió y se enfrentó incluso a falsos herederos, los Falsos Dimitri. Hubo tres, a cual más sanguinario. Esta breve digresión nos permite reforzar la tesis inicial. El crisol de nombres en un ambiente de conspiración perpetua convierte en imposible la tarea de desmenuzar la Historia de los Románov. Montefiore nos facilita la tarea ofreciéndonos un reparto -tal cual- al comienzo de cada capítulo. Aun así, es fácil perderse en este desfile de nombres.



La narración es trepidante, los personajes -sinuosos, malvados, excepcionales- se suceden en un escenario al tiempo encantado y tétrico. La Corte de los zares está endemoniada. No nos sorprende su final. Aunque el lector lo sufra como una de las más despiadadas muestras de brutalidad y revanchismo. Esos bolcheviques borrachos que se ensañaron con toda la familia.



El libro es fascinante. El lujo y la grandeza de los zares les dota de un áurea cuasi divina cuya impronta se manifiesta en un pueblo menesteroso, servil, hechizado y finalmente lleno de odio. El relato adquiere pausa a medida que nos adentramos en los siglos del esplendor. Montefiore pone a Rusia en el mundo. No es asunto menor. Tantas veces despachamos como menor el "factor Rusia" en los análisis históricos de la contemporaneidad. Consciente de ello, de la creciente influencia de la Gran Rusia soñada por Putin, el autor nos advierte de su importancia geoestratégica. Y recalca la tesis que planea a lo largo de toda la obra: Rusia no sabe vivir sin zares.