Pérez de Ayala y su mujer, Mabel Rick, en Florencia en 1911

Fundación Banco Santander, 2013. 281 páginas, 20 euros

La literatura viajera es en sí misma un mundo entero. Anda por un lado la seducción por el pintoresquismo local de los "curiosos impertinentes" románticos. Por otro, el pretexto paisajista para identificar esencias nacionales de las gentes del 98. Por uno tercero, el esteticismo y la finta estilística de Cela, tan admirados en su día. En realidad, esas y otras sensibilidades son hijas, como todo en la vida, del tiempo histórico. Cada época dicta una mirada al cronista de lugares ajenos al suyo. Ramón Pérez de Ayala (Oviedo,1880-Madrid, 1962), ejemplo de hombre atento y preocupado por su país, cultivó, en principio, una parte de sus afanes a andar, ver y comentar por otras tierras con el sentido utilitario natural en los hombres de la generación novecentista. Vivo siempre el desvelo propio del intelectual, su azarosa historia personal orientaría después sus viajes en un sentido más autónomo. De todo ello da constancia este tomo de Viajes seleccionado y prologado por Juan Pérez de Ayala, nieto del autor.



Los espacios geográficos y la cronología de las andanzas extranjeras del escritor asturiano determinan la agrupación de los textos recopilados: la madrugadora estancia en Inglaterra, varios recorridos italianos y la visita por razones familiares a los Estados Unidos, todo ello en la anteguerra; América del sur, en la postguerra, adonde le llevó el exilio obligado por la victoria franquista, integra otro bloque con trayectos que abarcan Argentina y Bolivia. Estas páginas errabundas ya se habían publicado en diversos libros, alguno póstumo: en Hermann, encadenado (1917), El país del futuro (1959), Tributo a Inglaterra (1963) y en un apartado de las Obras completas. La novedad que ofrecen estas Crónicas e Impresiones, ajustado subtítulo del volumen, reside en agavillar de forma unitaria e independiente estos escritos a partir de las respectivas salidas en la prensa y en agregarles unas cartas al amigo Miguel Rodríguez-Acosta complementarias.



Las propias páginas de Pérez de Ayala revelan la intención de los viajes tempraneros hechos a una edad juvenil, alrededor de la treintena. Quiere que "haya un fin didáctico", esto es, que él "se eduque y eleve" y el lector "extraiga alguna utilidad", explica en los "propósitos" preliminares a los artículos ingleses. Lo mismo persigue con las impresiones norteamericanas: "Cuanto de visto y sugerido piense que es ejemplar y provechoso para España, procuraré trasladarlo a mis cuartillas concisa y lealmente". Se trata de la expresión franca del fondo regeneracionista que inspiraba el talante modernizador de las gentes que, como él, Ortega y Gasset, Marañón, Azaña o Madariaga, urgían a sacar al país de su ensimismamiento secular. Pérez de Ayala ve en Inglaterra la "fuerte y privilegiada tierra de la libertad" que bien podría servir de modelo político y económico a su país para redimirlo de la postración: "¿qué misterioso poder o fatal contingencia ha traído al estado actual a nuestra amada España?", se pregunta. Al fondo late una preocupación de época por indagar en idiosincrasias nacionales que sirvan para reflexionar sobre la española. Es idéntica inquietud a la que noveló Madariaga por entonces en Arceval y los ingleses (1925).



Con respeto observará también Estados Unidos, "el país del futuro", en el que envidia "el genio inventivo" de su pueblo. Las relaciones directas con nosotros las evita porque, como había dicho sobre Inglaterra, "Para qué? Serían tan largas... Serían tan tristes...". Seducción bien distinta le arrebata de Italia, la belleza. Sin embargo, no lo ciñe todo a su impresionante valor estético, histórico y cultural sino que, como buen novecentista, aprecia méritos pragmáticos, las "cualidades mercantiles y la inclinación aventurera" de los genoveses o la laboriosidad y competencia de toda la península. Otras inquietudes, personales y familiares, abrumaron a Pérez de Ayala tras la guerra. Por eso las crónicas hispanoamericanas responden a una visión más desinteresada, casi contemplativa, del hemisferio austral. El paisaje ocupa ahora un lugar destacado. Un cierto desasosiego le produce el contraste entre la sociedad urbana moderna y la naturaleza virgen y elemental.



Sin que respondieran a un plan previo, las impresiones viajeras de Pérez de Ayala recogidas en este oportuno rescate muestran la abarcadora curiosidad de un ilustre hombre de letras de nuestro pasado todavía próximo, menos recordado de lo debido.