Imagen del atentado de Mateo Morral contra Alfonso XIII (1906)

Tusquets. Barcelona, 2013. 424 página, 22'90 euros

Tras una fructífera trayectoria como investigador de determinados aspectos de la España contemporánea -en especial los años treinta del s. XX: recordemos su excelente estudio de la 'izquierda burguesa' durante la II República, reeditado no hace mucho (Comunidad de Madrid, 2006)- y algunas impecables biografías -sobre la Pasionaria (Mondadori, 2005) y Francisco Ferrer (M. Pons, 2006)-, Juan Avilés (Mataró, 1950) se ha concentrado de unos años a esta parte en la exploración del fenómeno terrorista en general y del submundo anarquista en particular, con la meticulosidad, rigor y constancia que le han distinguido en anteriores ocasiones. Buena muestra de ello son la obra colectiva El nacimiento del terrorismo en Occidente (S. XXI, 2008), coeditado con Ángel Herrerín y varias monografías sobre El terrorismo en España y Al Qaeda (Arco, 2010; Catarata, 2011). En cierto modo el libro que ahora comentamos es la culminación de esa reciente pero ya fértil singladura.



En La daga y la dinamita -acertado título, en la medida que aúna no solo las dos armas arquetípicas de la violencia anarquista, sino que simboliza los dos rostros de la llamada "propaganda por el hecho", tradición y modernidad-, Avilés hace un minucioso recorrido por los orígenes del terrorismo ácrata. Un par de precisiones se imponen por tanto como punto de partida: en primer lugar, el autor no aborda aquí solo los atentados que tuvieron lugar en suelo hispano; es verdad que el caso español es con mucho el que más extensión ocupa, con capítulos específicos dedicados a los episodios más emblemáticos, empezando por el turbio complot de la 'Mano Negra', siguiendo con el asalto de Jerez y desembocando, como no podía ser de otro modo, en los resonantes sucesos que convirtieron a Barcelona en capital española del terrorismo (agresión contra Martínez Campos, bomba del Liceo, explosión de la procesión del Corpus). El final del recorrido es naturalmente el célebre Proceso de Montjuich. Pero Avilés sitúa todas esas acciones criminales y hasta la doctrina que las justifica o alienta en un contexto más amplio, que no solo incluye la Europa más próxima, donde también se dejó sentir el latigazo extremista -singularmente Francia: baste recordar la figura mitificada de Ravachol-, sino que se extiende a la Alianza de Bakunin, al caldo de cultivo del nihilismo ruso y al decisivo impulso del príncipe Kropotkin.



En segundo lugar, el contenido del volumen responde plenamente a lo que enuncia el título: no pretende una panorámica del terrorismo en general, ni siquiera del terrorismo libertario en concreto, sino un estudio detallado de sus orígenes y primeros pasos. Abarca por ello un lapso muy definido, el último tercio del siglo XIX. Quedan así fuera todas las acciones violentas que, protagonizadas o no por militantes anarquistas, ensangrentaron las primeras décadas del siglo XX en España, como el estremecedor atentado contra Alfonso XIII el día de su boda o los magnicidios de Canalejas y Dato, por citar tres referencias ineludibles. Es verdad que tanto la introducción -'la lógica del terrorismo'- como las conclusiones -'Violencia y altruismo'- contienen unas pertinentes reflexiones que trascienden los límites temporales antedichos pero, desde el punto de vista de los acontecimientos, Avilés se limita a dar cuenta detallada de las dramáticas convulsiones del período, que no fueron pocas, empezando por las osadas operaciones del radicalismo ruso, siguiendo por la estrategia insurreccional italiana, el tibio contagio alemán o las agitaciones norteamericanas -esta es la época de los 'mártires de Chicago'- y culminando con los resonantes episodios de Francia y España: téngase en cuenta, por limitarnos tan solo a un dato significativo, que en la década de los noventa, con solo tres años de diferencia, son asesinados el presidente francés Carnot y el jefe del gobierno español, Cánovas del Castillo.



Sobre este mismo tema o diversas vertientes del mismo han escrito mucho y muy bien historiadores como Álvarez Junco, González Calleja, Ángel Herrerín o Antoni Dalmau. El libro de Avilés se integra por derecho propio en este selecto club. Es una síntesis brillante, muy bien estructurada, con una claridad ejemplar y un pulcro lenguaje. Un modelo de cómo se puede hacer compatible la investigación rigurosa con el tono divulgativo.