Ensayo

El ruido eterno. Escuchar al siglo XX

18 diciembre, 2009 01:00

Alex Ross

Traducción de Luis Gago. Seix Barral, 2009. 798 páginas. 24 €

Cuando la Autopista 1, que recorre la costa de California, avanza hacia el oeste de San Francisco, prende la vista como una obra de arte (…) No lejos de aquí se encuentra Brushy Ridge, la casa en medio del bosque del compositor John Adams”. El lector que abra este libro al azar y se encuentre con un fragmento como éste puede pensar que se halla ante una obra muy libre, alejada del ensayismo al uso; quizá ante una mixtificación del tema planteado en el subtítulo del libro: atender a lo que sucedió en el siglo XX por medio de la música. Sin embargo, nos encontramos ante una rigurosa y muy bien construida historia (¿historia?) de la música de este siglo que tuvo momentos tan prodigiosos como crueles. éste es seguramente el primer valor de esta copiosa obra: el combinar la amenidad con un exhaustivo rigor en el planteamiento y en el desarrollo del tema. Uno puede leer el libro como una novela, pero a la vez encontrará en él numerosas fuentes de información, comenzando por las casi 200 páginas de notas y bibliografía. La muy precisa y clara traducción de un musicólogo como Luis Gago favorece mucho el abordaje de un libro de estas dimensiones.

Pero, en todo momento, Alex Ross ha sabido alejarse de la sequedad que puede despertar en el lector común cualquier tipo de texto especializado. Lo ha logrado, sobre todo, gracias a la creación de grandes bloques temáticos, de inmensos capítulos en los que, ya desde sus títulos, nos sitúa fértilmente frente a un tipo de análisis en libertad. Puede así hablarnos de la “Edad de Oro”, pero sólo adentrándonos en el texto sabremos que se está refiriendo a Strauss, Mahler y a ese momento crucial del “fin de siglo”. El apartado “Doctor Fausto” parece conducirnos a profundas razones literarias y filosóficas, y así es, pero en realidad nos va a sumergir en las obras de Schünberg, Debussy (¡qué sugerente contraste!) y en la atonalidad que traspasó una buena parte del s. XX.

Unas veces, Ross regresa a un presente muy vivo y cercano, el de su país, los Estados Unidos. Sabemos así mejor de la trayectoria, menos conocida por nosotros los europeos, de determinados compositores norteamericanos, pero a continuación vuelve a la poética del texto en la sección “Aparición entre los bosques”, y es el lirismo de Sibelius el tema que ahora toca desarrollar con esa libertad que caracteriza a la obra. En ocasiones, tan llamativa como sorprendentemente la Historia, y sus hechos y sus personajes más o menos siniestros, asoman en la fluida y apetitosa exposición de Ross, aunque lo que primordialmente se da en este libro es una estética. Así, al escribir sobre la música en tiempos de Stalin, Hitler y Roosevelt, Ross no sólo está haciendo historiografía musical, sino que nos sumerge en el desasosiego de un tiempo condicionado por las tensiones ideológicas y bélicas, del que nos proporciona claves innumerables.

Esta densa y a la vez entretenida obra se abre con el s. XX; por eso, hacia 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, el lector no especializado comienza a penetrar en un territorio musical sobre el que puede estar más desinformado; pero, en todo momento, el autor salva las dificultades. Hay, visto el planteamiento global, una vigorosa relación entre los Estados Unidos y Europa, particularmente la central. De ahí que el hilo de acontecimientos y anécdotas vaya entramando los capítulos y que Ross salte de “la guerra fría” a Britten, y de ahí a Ligeti y a las vanguardias de los años 60. Para abordar las últimas tendencias -del rock al minimalismo musical- el autor enmarca esta etapa diciéndonos que “Beethoven se equivocaba”, y el lector debe descubrir, si ha llegado al límite de las 600 páginas de lectura, por qué. Mientras que para abordar ya las músicas entre el pasado siglo y el presente desglosa temas y tendencias con un mayor esquematismo y lo enmarca bajo el epígrafe de “Catedrales sumergidas”.

No cabe duda que nos encontramos en unos momentos artísticamente -no sólo musicalmente- muy críticos y confusos, como agotados desde los resplandores de las vanguardias. De ahí ese reto que también Ross se ha propuesto de preguntarse por el hacia dónde va la música y los músicos de nuestros días. A la atomización que en nuestro tiempo sufren el sentir y el pensar, la creación, tampoco parece ser ajena la música. De ahí la tensión ambiental debida, en su opinión, a que “con el tiempo, los extremos se convierten en contrario”. Los acordes “escándalosos” de un Schoenberg se serenaron con las músicas cinematográficas, y la música de los Beatles con un intimismo en el que los compositores actuales parecen querer encerrarse. Son las idas y venidas de la Historia y de sus modas, son los lógicos cambios de la creación en libertad. Es la presencia o la ausencia del “compromiso” y las voraces influencias; marcadas, a su vez, por la presencia o ausencia de la libertad de crear lejos de los totalitarismos. Y el que piense lo contrario, se equivoca. Por eso, para Ross tampoco tiene sentido el afán de los que han pretendido “enfrentar a la música clásica con la cultura pop”.

Cita al final de su obra una expresión que le proporciona al lector la clave última no sólo de la creación de los compositores musicales (y de cualquier creación, digo yo): “la libertad de su soledad”. Acaso manteniéndose en la libertad de crear, pero rescatando la soledad, la concentración, el intimismo perdido, el artista de nuestros días pueda volver a crear con el “vigor melódico” de un Monteverdi, la “brillantez” de aquel Rossini que tanto admiró Stendhal y a desvelar, por supuesto, los enigmas que todo proceso creador lleva consigo. El enigma, que no es lo evanescente, lo hueco, sino el simple afán del artista de querer ir más allá para -sin renegar de la hermosa e incuestionable tradición- romper moldes trillados y dar con la obra nueva-.