Image: El progreso económico de España (1850-1950)

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Ensayo

El progreso económico de España (1850-1950)

Leandro Prados de la Escosura

15 julio, 2004 02:00

L. Prados de la Escosura

Fundación BBVA, 2004. 761 págs, 30 e. A. Carreras y X. Tafunell: Historia económica de la España Contemporánea. Crítica, 2004. 535 páginas, 23 euros

La historia económica que se hace hoy en casi todo el mundo se califica de cuantitativa, por dos razones. En primer lugar, porque los hechos económicos, como la riqueza, el crecimiento del empleo, la tasa de inflación o los tipos de interés, se traducen generalmente en cantidades, índices o proporciones.

En segundo lugar, los historiadores de la economía utilizan hoy los mismos métodos e instrumentos analíticos, aplicados naturalmente al pasado, que emplean los economistas dedicados a interpretar el presente y prever el futuro próximo. Esta orientación ha permitido una considerable mejoría de nuestro conocimiento acerca de la economía de otras épocas; realmente, podría hablarse de un salto tecnológico en la ciencia histórica de nuestra época. Pero este avance supone un coste elevado de acceso al público: los nuevos textos de historia económica resultan crípticos o áridos para muchos lectores no especializados.

Hay algunos libros, escritos para un público amplio, que tratan de superar estos inconvenientes, sin perder rigor por ello. La Historia económica de la España contemporánea, de Carreras y Tafunell, pertenece de lleno a esta categoría. Por su parte, El progreso económico de España, de Prados de la Escosura, representa un esfuerzo analítico ímprobo, desarrollado a lo largo de décadas de trabajo. Y, si bien no resulta una obra de síntesis como la anterior, sus más de 500 páginas de series estadísticas constituyen un instrumento verdaderamente precioso para quienes deseen conocer, con la mayor exactitud posible, cómo ha evolucionado, y en buena medida por qué lo ha hecho así, la economía española de los últimos 150 años. El autor ha llevado a cabo una minuciosa labor de evaluación retrospectiva del Producto Interior, tanto desde el punto de vista sectorial, como a partir de los componentes del gasto social -consumo público y privado, formación de capital y sector exterior-, y también de los precios, desde 1850 al 2000. Es preciso subrayar que Prados detalla con precisión los procedimientos que sigue, así como las hipótesis teóricas en que sustenta sus interpretaciones, y también revisa anteriores reconstrucciones de magnitudes económicas. No se limita a presentar largas series numéricas, sino que contiene un importante esfuerzo de análisis del crecimiento económico en siglo y medio.

El resultado del trabajo de Prados está lleno de sugerencias. Empieza por diferenciar etapas históricas en la evolución económica de España. En la primera, de 1850 a 1883 (desde la época de Isabel II a los primeros años de la Restauración), se observa un crecimiento muy estimable. La superación del trauma de la independencia americana y de la primera guerra carlista, en un clima económico de apertura al exterior, habría permitido un crecimiento anual del Producto moderado y continuo: el español medio de 1883 era un 60 % más rico, en bienes y servicios producidos, que en 1850. La siguiente etapa de indudable viveza fue el decenio de 1920, con un insólito 3’5% de aumento anual del Producto. Las consecuencias negativas de la Depresión posterior a 1929 fueron moderadas en España, aunque sin duda fueron percibidas por la sociedad española: la renta por habitante, en pesetas constantes, disminuyó más de un 9% entre 1929 y 1933. El hecho de que la guerra civil tuviese lugar en un país que había vivido una larga etapa de crecimiento lleva al autor a pensar que las raíces económicas de la guerra no se encuentran tanto en la falta de soluciones materiales a corto plazo, como en la tensión provocada por la desigual distribución de la riqueza y la renta. Es sabido que la renta por persona de 1935 no volvió a alcanzarse hasta 1952.

La débil recuperación de la economía española, entre 1944 y 1952, contrasta con la experiencia, mucho más dinámica, del resto de Europa occidental, tras la guerra mundial. Sin embargo, después de 1951 la economía española quebró la tendencia de moderado progreso de épocas anteriores, para dar paso a una fase excepcional de crecimiento acelerado que culminaría en 1974. El Producto por persona de España se aproximó al de la Europa más avanzada, hasta representar, en 1975, el 71’1% de dicha magnitud para estos países, cuando en 1960 no llegaba al 53%. La conclusión pierde algo de brillo si se tiene en cuenta que el nivel relativo de 1975 era algo inferior al de 1913. Y si se compara el Producto por habitante de España con el de EE. UU., el nivel de 1898 está muy próximo al actual.

Estas también son las conclusiones principales del libro de Carreras y Tafunell, del que hay que decir, ante todo, que resulta difícil encontrar un libro que explique con un lenguaje tan claro y un estilo tan ameno, y a la vez con tanto rigor, la evolución económica de la España contemporánea, desde la desaparición del Antiguo Régimen y la revolución liberal hasta la plena integración en la Unión Europea. Para estos autores, el cambio más importante que hay que destacar en la economía de nuestro país, contemplada a largo plazo, es su singular crecimiento en los siglos XIX y XX, traducido en una mejora considerable en el nivel de bienestar de los ciudadanos. Hay que subrayar, tras la lectura de este libro, que este progreso no es automático ni inevitable. De hecho, considerado a comienzos del siglo XIX, podía considerarse improbable. El pesimismo histórico español de entonces se sustentaba en la certidumbre de una pobreza relativa casi antropológicamente insalvable. En todo este tiempo hubo voluntad de avance, pero también hubo desviaciones, conflictos y repliegues nacionalistas. Finalmente, parece que se cumplió la vieja esperanza de los Ilustrados. Pero -concluyen Carreras y Tafunell, al igual que Prados de la Escosura-, parece que hay una última barrera, cuya naturaleza es preciso desentrañar si pretendemos superarla, que impide a los españoles una mayor convergencia con el nivel de bienestar y progreso de la Europa más rica. Y esto sucede cuando, en esta misma Europa, se empieza a percibir la distancia que media, en términos de dinamismo económico, entre Europa y los Estados Unidos.