En el nuevo orden surgido tras la victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, la España nacionalcatólica tenía pecados que expiar. Aquel 1945, la recién creada Organización de las Naciones Unidas le había dado el portazo, en respuesta a la simpatía del régimen de Franco por la Alemania nazi. Y un año después, la ONU recomendaría a sus Estados miembros retirar sus embajadores en Madrid. El aislamiento estaba servido y la dictadura se veía abocada a recomponer sus maltrechas relaciones internacionales.
Título: Regreso al imperio perdido. La diplomacia cultural franquista en Cuba, 1945-1958
Autor: Katia Figueredo Cabrera
Editorial: Prensas de la Universidad de Zaragoza
Año de edición: 2025
Disponible en Prensas UNIZAR
En esa tesitura, el franquismo volcó sus esfuerzos en el otro lado del Atlántico, buscando en el vínculo con Hispanoamérica una salida al ostracismo. Y en esta misión, el intercambio cultural supuso "el tercer pilar de la diplomacia", el que calzaba a los dos principales de las relaciones diplomáticas: las políticas y las económicas.
Así lo explica a El Cultural Katia Figueredo Cabrera, investigadora posdoctoral en el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza. De nacionalidad cubana, Figueredo publica ahora un trabajo sobre las relaciones entre el gobierno de su país de origen y el de la España franquista en aquel primer periodo de la Guerra Fría, que ha plasmado en el libro Regreso al imperio perdido. La diplomacia cultural franquista en Cuba (1945–1958) (Prensas de la Universidad de Zaragoza).
En 1946, el régimen creó el Instituto de Cultura Hispánica, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores. Al frente del mismo, un joven Joaquín Ruiz–Giménez, quien tendrá la misión de pilotar "la cuarta carabela", como se conoció a esta diplomacia cultural, precisa la autora. Entre las misiones del instituto estuvo la de "eliminar la imagen supremacista de España" en lo que fue su antiguo imperio de ultramar.
Para ello, dejaron de usarse términos como "tutelaje" o "madre patria" para sustituirlos por "gran familia" o "hermana mayor", pues la hermandad significa que las naciones se encuentran en pie de igualdad. Empieza a haber entonces "un interés muy marcado" de la dictadura, a través de su Ministerio de Exteriores, por reconocer que los países iberoamericanos "no están subordinados a España". "Al franquismo le interesa lavar la cara del régimen", recalca Figueredo.
Y esa diplomacia cultural cosechó sus primeros frutos en la Gran Antilla. "No es casual que la primera filial del Instituto de Cultura Hispánica se cree en Cuba. El primer viaje de Ruiz–Giménez como director del ICH es a Cuba en 1948, justo para dejar fundado el Instituto Cultural Cubano–Español". Una institución que incluso sobrevivió tras la Revolución Cubana.
Eran tiempos de autarquía en España, y la economía no permitía sufragar los institutos creados en el nuevo mundo, que subsistían "autofinanciándose con las cuotas de sus socios" y fijando sus sedes en espacios cedidos de edificios pertenecientes a otras entidades culturales.
"Después de la independencia, los nexos con Cuba se estrechan por toda la inmigración española"
En la perla del Caribe, la colonia española era numerosa, lo que ayudaba a la diplomacia cultural. La pérdida de la isla tras la guerra contra Estados Unidos en 1898 no hizo más que fortalecer los lazos transatlánticos: "Después de la independencia, los nexos con Cuba se estrechan por toda la inmigración española", que fue superior a la de la época de la colonia. "Cuba era algo especial para España, lo siguió siendo siempre".
La autora destaca que "las relaciones políticas" entre la España franquista y Cuba en las décadas de 1940 y 1950 "fueron muy importantes". Tras finalizar la Guerra Civil española, "Cuba reconoce al vencedor en mayo de 1939, pero sólo a nivel de encargado de negocios, sin embajador". No será hasta 1952, tras el golpe de Estado de Fulgencio Batista, cuando la relación diplomática alcance su máximo nivel. "Franco es el primer europeo en reconocerlo y automáticamente se nombran embajadores" por ambas partes.
Asimismo, fueron fundamentales las relaciones económicas, rubricadas con un tratado comercial en 1953, que sustituyó a otro firmado en 1927. "España era la primera plaza de consumo de tabaco cubano", indica la autora de Regreso al imperio perdido, subrayando también las importaciones españolas de azúcar. "Y Cuba también es importante para los productos españoles". Con unas relaciones estrechas a nivel político –"Batista se alineó con todo lo que tuviera que ver con la entrada de Franco en la ONU"– y comercial, "la cultura calzó esos dos pilares de la diplomacia".
Y un ejemplo notable de esa diplomacia cultural franquista fue el del representante español en Cuba Álvaro Seminario. Durante la Segunda Guerra Mundial ocupó cargos en Asuntos Exteriores y "tuvo claro el rechazo en América al franquismo". Nombrado encargado de negocios en Cuba en 1946, solicitó a Madrid el envío de trescientas copias de El Quijote.
"Él sugiere la difusión del libro español. Y propone que se creen en determinados centros de la capital cubana Salas de España". Se trata de "salas de lectura con libros clásicos y contemporáneos. Promover la lectura de El Quijote, política de biblioteca. Seminario plantea al franquismo dar becas de estudio a jóvenes cubanos en España y potenciar misiones culturales".
Katia Figueredo, autora de 'Regreso al imperio perdido. La diplomacia cultural franquista en Cuba 1945-1958'
Pero no solo de libros vivió la diplomacia cultural franquista. En 1956 se celebró la Semana del cine español en La Habana, a la que viajaron artistas de la talla de Marujita Díaz y Emma Penella. Se proyectaron películas como Calle Mayor, Muerte de un ciclista, Historias de la radio, Marcelino, pan y vino y Bienvenido, Míster Marshall.
En Cuba llegó a proyectarse el NO–DO y a escucharse la radio franquista. Aunque "el NO–DO que llega no tiene carga política, sino que proyecta actividades culturales y deportivas. En los inicios, solo lo proyectaba el Cine Rex de La Habana", apunta Katia Figueredo, quien recuerda en su juventud escuchar cómo profesores suyos le contaban que lo veían en los cines.
La proyección del NO–DO, aparte de diplomacia cultural, también tuvo el objetivo de "contrarrestar la labor del exilio republicano, que tiene sus altas y sus bajas según quién gobierne Cuba".
