Comerás flores aborda un tema bastante transitado en la literatura, la malmaridada. Marina, una chica de casi 25 años, se enamora a primera vista de Jaime, 20 mayor que ella, y enseguida se casan. Pero ese motivo principal resulta un tanto engañoso porque Lucía Solla Sobral (Marín, Pontevedra, 1989) lo inserta en una problemática más amplia que anuda la reciente pérdida del padre, otro fracaso sentimental también próximo y una situación laboral nada satisfactoria.
Comerás flores
Lucía Solla Sobral
Libros del Asteroide, 2025
248 páginas. 19,95 €
Así, esa relación que a las pocas páginas presumimos que será tóxica se convierte en un factor más, aunque destacadísimo, de un complejo trastorno interior. Marina sufre una crisis de identidad que provoca una grave perturbación de su personalidad. Este, y no la pareja desigual, o no solo ella, es el tema de la novela.
La parte del león del argumento, y la que imanta al lector, se la lleva esa relación desigual. En ella, Lucía Solla asume no poco riesgo, pues tensa al límite el carácter de los personajes. Marina resulta bastante bobalicona y aunque sea creíble su rendición total al hombre, su deslumbramiento roza la estupidez. Solo el que Jaime se defina como "compositor de atmósferas" tendría que haberle puesto en guardia. No solo no ocurre, sino que él la ciega con su físico, refinamientos y zalamerías.
En fin, en Jaime vemos un botarate sofisticado al borde de lo verosímil. A pesar de este reto imaginativo, la pareja sirve para evidenciar las relaciones desiguales y alcanza notable fuerza comunicativa en la calculada gradación de las artimañas mentales del hombre que muestran un caso ejemplar de refinado maltrato psicológico. El acierto de Solla está en no presentarla a ella como alguien inocente ni en caricaturizarle a él.
Este núcleo temático se amplía con un repertorio de anécdotas que ocasionan apreciaciones sobre unos cuantos asuntos: el sentido de la juventud, la gestión del duelo, el peso de la memoria familiar en la vida, la lealtad en las relaciones humanas y, sobre todo, la amistad como último refugio de los contratiempos de la vida.
Aunque nada de ello sea materia literaria inédita, Solla sabe añadirle el acento de lo original. Se debe al acierto formal. Solla escribe de forma libre y creativa. La novela fluye con vivacidad y a ritmo ágil. La prosa esquiva las rigideces sintácticas académicas y adopta cautas trasgresiones.
La estructura, basada en cortas y rápidas secuencias, revela una inquietud que no cae en el vanguardismo, pero comparte un parecido espíritu de búsqueda de expresividad. Varias veces se recurre a frases lacónicas que ocupan una página entera y que bastan para expresar a la perfección el estado de ánimo de Marina, su desconcierto y perplejidad vital.
Lucía Solla es una autora dotada de instinto narrativo. Habla de asuntos interesantes y sabe contarlos
La narración reflexiva a la vez que avivada por un intenso fondo emocional de Marina nos deja una valiosa primera novela. Sin duda, Lucía Solla es una escritora dotada de instinto narrativo. Habla de asuntos interesantes y sabe contarlos.
Planeado el libro con esmero y cálculo, me sorprende, sin embargo, el desenlace. No me parece consecuente el happy ending con los sinsabores de la vida que la novela ha mostrado. Tendría que haber acabado de forma menos complaciente, ya que no dramática.
