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Vladímir Sorokin (Moscú, 1955) se encontraba junto a su mujer en Berlín el día que el ejército ruso atravesó la frontera con Ucrania. Tres días después manifestó su descontento en un artículo de opinión enThe Guardian. "El putinismo está condenado al fracaso porque es enemigo de la libertad y de la democracia", opinó. No ha vuelto a pisar su país natal desde entonces.

Antes del estallido del conflicto, Sorokin, vate de la literatura rusa posmoderna, siempre se había caracterizado por sostener un discurso ácido e insolente que volcaba asimismo en su prosa y que ni en el Kremlin ni en el establishment ruso hacía demasiada gracia.

Famosa es, por poner un ejemplo, la polémica que despertó su cuento Nastya. En él, una familia de clase media trata entre algodones a una joven solamente para acabar cocinándola y comiéndosela. Una alegoría del estado actual de la Federación Rusa, dijo la crítica. Una celebración pornográfica del canibalismo, clamaron sus opositores.

De corte obsceno y underground, la literatura de Sorokin se gestó en los años inmediatamente previos a la perestroika, cuando se labró un nombre en los círculos literarios no oficiales moscovitas.

Sus primeros escritos, carne de censura, se difundieron en samizdat (publicaciones clandestinas de textos censurados). Óchered (La cola), su ópera prima, vio antes la luz en París (1985) que en suelo ruso, donde no aparecería de forma oficial hasta 1992.

En España la mayoría de su obra continúa inexplicablemente inédita. Hasta este año, solamente habían sido publicados en nuestro país dos títulos: El día del oprichnik (Alfaguara, 2008) y El hielo (Alfaguara, 2011).

El primero nos traslada a una Rusia futurista y distópica en la que se ha restablecido el Antiguo Régimen. Se mezcla entonces una suerte de Make Russia Great Again (no falta ni siquiera un muro que separe al país de la amenaza extranjera) con herencias medievales como los oprichnik, la policía política de Iván el Terrible.

En la recientemente publicada El Kremlin de azúcar (Acantilado, 2025), Sorokin vuelve a esta Rusia neofeudal sin que ya nadie se atreva a decir que se trata de una distopía.

Pregunta. ¿Qué le ha llevado a visitar de nuevo la Rusia neofeudal que ya vimos en El día del oprichnik?

Respuesta. Al escribir El día del oprichnik, comprendí que con ese libro el tema no quedaba agotado. El neofeudalismo en Rusia estaba cobrando impulso en aquel entonces, se movía activamente en las mentes de los funcionarios estatales y los nacionalistas. Por su parte, el sector liberal de la sociedad se mostraba optimista, creyendo que Rusia avanzaba hacia la democracia occidental, aunque por un camino algo sinuoso. Yo pensaba diferente. Por eso surgió la continuación de El oprichnik.

P. Usted acostumbra a ir más allá de cualquier tipo de frontera moral. ¿Qué le hace confrontar este tipo de tabúes establecidos?

Portada de 'El Kremlin de azúcar' (Acantilado, 2025).

R. La literatura, el arte, son campos en los que la transgresión de los tabúes asegura la expansión del ámbito cultural. Todos los grandes escritores desafiaron tabúes; yo sigo esa tradición desde 1980.

P. ¿Considera que la Rusia que usted construye en su libro es un reflejo distópico de la Rusia actual?

R. Cuando escribo un libro, la idea principal es que el texto sea original y autosuficiente. Dicho de manera simple, que me guste como objeto artístico. No soy publicista ni historiador; para mí la literatura no es el "qué", sino el "cómo". Relacionar El Kremlin de azúcar con la Rusia actual es tarea de críticos e historiadores, no del autor.

P. ¿Qué le ha llevado a devolver a Rusia al feudalismo que tanto le costó abandonar?

R. Rusia ha vuelto a ese estado de las cosas ella solita. O mejor dicho, la pirámide del poder, la base de nuestro Estado, creada por Iván el Terrible en el siglo XVI, siguió siendo feudal-monárquica en su estructura: en la cima hay una sola persona, de cuya psicosomática depende el Estado. En los últimos siglos solamente se ha renovado la superficie de esa pirámide, las aristas.

»El corto período democrático desde finales de los años 80 hasta mediados de los 90 terminó en el neofeudalismo que vivimos hoy. Nuestros políticos conducen Mercedes, usan iPhones, pero en sus cabezas tienen la ética feudal de Iván el Terrible.

"Para un escritor ruso que hace con honestidad su trabajo existen dos caminos: temer o escribir"

P. Su trayectoria está repleta de controversias en los que ciertos sectores de la población rusa han manifestado rechazo a su trabajo por diferentes motivos. ¿Ha llegado a sentir miedo por ello? ¿Piensa que en algún momento se ha autocensurado para evitar este tipo de situaciones?

R. Para un escritor ruso que hace con honestidad su trabajo existen dos caminos: temer o escribir. Yo elegí lo segundo. Es como el alpinismo: si tienes miedo a las alturas, quédate en casa; si no, sube el Everest.

»Los escritores rusos siempre tuvieron una relación complicada con el Estado. Yo tomé mi decisión en 1984, cuando Rusia la gobernaba el exjefe de la KGB, Andrópov. Eran tiempos oscuros: registros, arrestos.

»En ese momento decidí publicar mi novela Óchered  (1985) en París, en una editorial de migrantes. El deseo de publicar por primera vez venció al miedo. No practico la autocensura. Simplemente escribo como me sale. Lo principal es que el libro esté bien escrito. No hay otras consideraciones.

P. En determinados momentos de El kremlin de azúcar, cambia de un registro narrativo a otro de corte dramático-teatral. ¿Qué le motivó a ello?

R. La narración es como un río que fluye por sí mismo; lo más importante para el autor es no interferir en su curso. La teatralidad, la cinematografía, son las orillas por las que pasa la corriente de la trama. ¡Y que fluya! Lo esencial es que ese río no se seque ni se empantane.

P. En su libro se habla a menudo de "enemigos externos", pero también "internos", lo que inevitablemente nos recuerda a los peores momentos de la represión soviética. ¿Hay en Rusia un sentimiento de psicosis colectiva?

R. Sí. En la Rusia contemporánea han reaparecido los siniestros clichés estalinistas de "enemigo interno" y "enemigo externo". El poder, para mantenerse, impone una paranoia colectiva, que hace que las personas teman al Estado. Lamentablemente, eso ya ocurrió con Stalin y terminó para los rusos en represiones masivas. No quisiera que esa historia se repitiera.

P. ¿Cree que un escritor ruso se enfrenta en su país a una censura equiparable a la que existía en el pasado? ¿La hay también en Occidente?

R. La censura literaria, por desgracia, ya existe en Rusia. Se retiran libros de la venta, los prohíben si encuentran en ellos "propaganda de la homosexualidad" o "calumnias contra el orden estatal", "desprestigio del ejército ruso", "llamadas al cambio de poder", "propaganda del suicidio", etc. La censura occidental es mucho más blanda.

"En la Rusia contemporánea han reaparecido los siniestros clichés estalinistas de 'enemigo interno' y 'enemigo externo'"

P. ¿Ve posible volver algún día a su país?

R. Creo que volveré a Rusia cuando cambie para mejor. O, mejor dicho, quiero creerlo.

P. Una vez declaró que invadir Ucrania era "como matar a su propia madre"...

R. En la Edad Media, en las antiguas crónicas, Kiev era llamada "la madre de las ciudades rusas", porque la antigua Rus comenzó en Kiev. Fue la ciudad principal de la antigua Rus. Es 370 años más antigua que Moscú. No se entiende Rusia sin Ucrania.

P. ¿Cómo cree que Europa debería responder?

R. Ya es tarde para que Europa pueda aconsejar o hacer nada. Con su blandura, impotencia política y conformismo, hizo todo lo posible para que esta monstruosa e insensata guerra se prolongara durante demasiado tiempo.

P. Usted es un cristiano devoto. Sin embargo, las páginas de sus novelas están repletas de situaciones sórdidas, con escenas violentas y sexuales muy explícitas. ¿Considera esto una contradicción?

R. Soy cristiano. A los 25 años me bauticé en la iglesia del monasterio de Novodévichi, en Moscú. El cristianismo es la relación de las personas hacia otras personas, no hacia la literatura. La literatura es simplemente letras sobre papel.